Capítulo 22. Gabriella.

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Me miro una última vez en el espejo, colocando bien mi vestido corto blanco y acomodando lo mejor que puedo mi pelo. Compruebo que mi maquillaje esté bien y abrocho bien mis tacones, rezando por no caerme (los tacones y yo nunca nos hemos llevado nada bien). Escucho a Ian hablar con Helen mientras bajo las escaleras.

-Me voy- aviso asomándome a la cocina.

Me despido de ellos y abro la puerta. Como esperaba, Jeffrey está esperando junto a un coche para llevarme. Me acerco a él corriendo lo más rápido que puedo con mis tacones y le abrazo. Jeffrey es el chófer de mi padre desde que yo soy pequeña. Cuando me mudé con él, a los diez años, Jeffrey ya trabajaba allí y, para mí, siempre había cumplido más el papel de mi padre que mi propio padre, cosa que, en realidad, no es muy difícil.

-Te he echado de menos- susurro en su pecho.

Cuando me separo de él lo veo sonreír. Nunca ha sido de muchas palabras, no si no son necesarias. Tiene una mirada de esas que lo dicen todo, con esos expresivos ojos azules.

Abre la puerta del copiloto para mí y me abrocho el cinturón en el tiempo que él da la vuelta al coche y se sienta al volante.

El camino transcurre de lo más tranquilo, finalmente Jeffrey me habla, me pregunta cómo me está yendo el instituto y se alegra cuando le cuento que soy mucho más feliz viviendo con mi hermano de lo que lo era en la casa de mi padre. Le hablo de Helen y de Jeremy también y él me escucha atentamente, sin perderse un solo detalle y haciendo algún que otro comentario inteligente de vez en cuando.

Al llegar a casa de mi padre siento mi corazón latir con más fuerza, es como si algo me dijera a gritos que me vaya de ahí, que ese no es mi lugar y que nunca va a serlo. Trago saliva e ignoro mis nervios bajándome del coche y caminado hacia la puerta. Me lo pienso dos veces antes de llamar, porque realmente, no quiero hacerlo. No quiero volver a la casa en la que he visto cómo mi padre me despreciaba y adoraba a su otra hija, a la hija de la que realmente se sentía orgulloso. La casa en la que tuve que acostumbrarme a vivir porque mi madre había muerto. La casa en la que mi madrastra nunca intentó hacer de madre para mí o, por lo menos, de apoyo, y la casa en la que Chloe siempre me ha pisoteado porque, para ser sinceros, es mucho mejor que yo. Mucho más guapa y mucho más sofisticada. 

Lo único bueno que me había traído esa casa era Jeffrey y, sobre todo, Theo. Theo también trabajaba para mi padre, pero a diferencia de Jeffrey, ella vivía allí. Limpiaba la casa, cuidaba de mí y de Chloe cuando era necesario, preparaba la comida y hacía todo lo que mi padre Sofía y Chloe le mandaban. El pensamiento de que Theo estará ahí es lo único que me da fuerzas para golpear con mi mano la puerta, esperando a que alguien me abra.

Como siempre, es ella la que abre. La observo un momento de arriba abajo. Su pelo está más grisáceo que antes y algunas arrugas nuevas han aparecido en su rostro, pero sigue teniendo esos ojos verdes brillantes y tan jóvenes como siempre. No lo pienso mucho antes de saltar a sus brazos y abrazarla fuerte. Muy fuerte. Theo, había sido como una sustituta desde que no tenía a mi madre. Quiero decir, nadie jamás sustituiría a mi madre, pero sin duda, Theo era lo que más se parecía a una y yo la quiero con todo mi corazón.

-¡Mírate! ¡Has crecido muchísimo!- exclama sujetándome entre sus brazos.

-Te he echado muchísimo de menos.

Ella me aparta un poco, empujándome por los hombros y parece que va a llorar de la emoción. Me mira con tanto orgullo que me hace sentir tan bien.

-Estás guapísima- suspira antes de volver a empujarme en sus brazos-. ¡Dios mío! ¡Como pasa el tiempo! Parece que fue ayer cuando acababas de llegar y eras pequeñita y tenías muchos más mofletes que ahora.

La chica de la ventana- Harry Styles.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora