Besos de cuento en rincones secretos

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El primer beso.

Muchos dicen que es el más importante. El que queda en la memoria para siempre, que remueve las entrañas ante la sensación de descubrir lo desconocido. Un antes y un después en la vida de los adolescentes y no tan adolescentes.

Muchos otros dicen que está sobrevalorado. Que no importa si es el primero el segundo o el trigésimo cuarto, que lo que importa es la persona con la que lo compartas. Cómo se te acelera el corazón cuando estáis ahí, a punto. Cómo sudan las manos y tiemblan los labios. Cómo se eriza la piel al primer contacto y sabes que esa no es una persona más, si no La persona.

Raoul cree firmemente que ninguna de las dos es completamente cierta. El primer beso es para recordar, por muy desastroso que sea, y los besos con La persona también. Lo mejor de todo es cuando se despierta esa mañana, se mira al espejo, y piensa en su persona mientras se le escapa una sonrisa traviesa. Después del corte de rollo de ayer, las ganas solo han ido en aumento. Pero es que es prácticamente inevitable no pensar en Agoney; sus ojos cuentan secretos sin necesidad de palabras y sus labios gritan que ya es hora de que le coma a besos, entero. De que le bese cada rincón de su cuerpo, desde la frente hasta las plantas de los pies, y a él se le eriza la piel solo de pensarlo.

Por eso, al llegar la noche, se lava con ahínco y se echa colonia desde los zapatos hasta el tupé, mucha en el cuello y detrás de las orejas y un toque en cada muñeca. Agarra las llaves, la emoción brincando en los huesos, hirviendo en la sangre y bailando en la piel, y sale de la habitación de hotel sin hacer el menor ruido posible para no despertar a su hermano que, ajeno a sus travesuras nocturnas, sigue durmiendo.

Agoney es un poco más tradicional. El primer beso es sagrado, a pesar de que el suyo no fuera digno de un cuento de hadas como siempre había planeado. Pero esta ocasión en diferente, lo nota en el cosquilleo de sus manos y en las mariposas de su estómago. En las horas que se estiran infinitas y se hacen eternas hasta volver a verle, en la voz de su cabeza que le grita que le necesita y en su corazón bombeando cuando repasa su instagram. Por eso, antes de salir de casa se lava los dientes y se deja los rizos al aire, rebotando sobre su cabeza igual de emocionados que él.

Se encuentran, como las otras veces, en la playa. Y suspiran a la vez cuando ven caminar al otro desde el otro lado del paseo junto a la arena.

—Hola. —bajito y con cuidado. Amarillo, suave, acariciando las mejillas de Agoney con su voz.

—Hola pollito.

Un beso. En la mejilla, por supuesto. No han pasado de ahí, de momento. No por no querer, si no por ver un poco quién se atreve a lanzarse primero, como si caminaran sobre una tabla de madera colgada entre los rascacielos más altos del mundo; cuidado extremo a cada paso.

—¿Dónde me llevará esta noche mi galán?

—¿Dónde quiere ir mi príncipe? —y se agacha, rizos cayendo sobre su frente y un brazo estirado teniéndole la mano.

—Tsk—chista la lengua—no seas empalagoso.

—Habló.

—Touché.

Mira hacia el mar, batiendo el agua sin descanso en olas que chocan contra las rocas y hacen el sonido más agradable. Entonces, decide.

—Te voy a llevar a un sitio secreto.

—¿Secreto? —se sorprende.

—Sí. ¿Aceptas?

—Claro. —mejillas sonrojadas y sonrisa de enamorado. —No podría negarme sí me llevas tú.

—Uy, que zalamero Pioul.

Enrojece.

—¡Idiota! Ya la has cagao.

Vecinos de número. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora