¿Ago?

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Susana no es tonta. Y se ríe cada vez que ve cómo su hijo piensa que sí. Agoney lleva allí casi una semana y su hijo sólo ha echado a lavar sus sábanas, tiene una sonrisa de imbécil y no sabe que el muro de la habitación no es una tapia y, que de vez en cuando, suenan un par de gemidos bajitos que le hacen subir el volumen de la tele. Pero no se lo va a recriminar, ella también ha sido joven y sabe lo que es estar enamorada. O que le guste alguien, porque ellos se conocen de hace poco —o esa es la información que tiene— y no puede evitar pensar en ello, ¿estará Raoul enamorado ya? Ojalá que la respuesta sea positiva, porque adora a ese canario como si fuese un hijo más y eso que lleva pocos días compartidos con él.

La puerta suena interrumpiendo sus pensamientos. Por ella, entran riendo el rubio y el moreno, con las manos entrelazadas y los ojos brillantes. Ambos de detienen cuando ven a Susana sentada en el salón y separan rápido las manos, sintiéndose culpables sin saber por qué.

Susana ríe y alza una ceja.

—Deduzco que el paseo genial.

—¡SÍ! —se emociona Agoney, gritando un poco fuerte. —Hemos ido a ver el piso y de paso me ha enseñado un poco la zona, aunque esté a 45 minutos en coche merece mucho la pena, y... —Agoney se sonroja — y supongo que me iré en nada, que aquí solo ocupo y molesto, que mal.

—¡No digas eso! —refunfuña Raoul. —Pues claro que no molestas, Ago, si hasta ayudas en casa, ¡haces más que Álvaro!

—¡Te he oído! —indignado y desde una de las habitaciones de la planta baja que está usando como despacho esos días que se quede en Barcelona.

—Pues aplícatelo —remata Susana.

—¡A ti también!

Agoney no sabe dónde meterse.

—Ay que ver, este hijo mío que se piensa que es mejor que mi yerno solo por ser mi hijo.

Raoul abre los ojos y Agoney casrraspea fuerte. Aún no le ha dicho nada, pero porque no hay nada que decir. En esos días no se lo han planteado, solamente se han dejado llevar, contando secretos y robando besos y algún que otro gemido, pero sin especificar nada. Y no es que no quieran, pero simplemente no han pensado hasta ahora qué nombre ponerle a todo eso que esté pasando entre ellos.

Susana se da cuenta de la situación y, en menos de lo que canta un gallo, desaparece por la cocina para hacerse un café calentito. Es la una de la tarde y ya la está liando, maravilloso.

—¿Subimos? —pregunta Raoul.

—Subimos. —confirma Agoney, que mantiene las mejillas coloradas.

Una vez arriba, Raoul cae sobre la cama, boca a abajo y apoyando la frente sobre los brazos. Agoney aprovecha, se sube encima, sentándose sobre su cadera con las rodillas clavadas a cada lado, y acaricia la nunca del contrario. Un escalofrío les envuelve el cuerpo y les sacude los huesos.

—Ago.

—Dime. —baja las caricias por la espalda, sobre la camiseta.

—Te quiero.

Un suspiro, dos sonrisas, tres latidos de más.

—Yo también pollito.

Raoul niega con la cabeza, aún mirando hacia abajo.

—No me has dejado acabar. — ladea la cabeza y lleva una mano hasta la espalda de Agoney. —Te quiero... —presiona su mano y la cadera de Agoney ejerce más peso sobre su culo. — dentro.

Agoney se escandaliza y traga saliva.

—¿Dentro de donde?

Raoul bufa.

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