Despedidas amgargas de los momentos más dulces.

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—No quiero que te vayas, jo.

Es un susurro que suena tan a queja que duele. Y ahí, tumbados en las rocas con el olor a sal y el viendo colándose entre el pelo, quema su garganta sin necesidad de prender una sola llama, y hiere tan profundo como un puñal hundiéndose en el pecho.

—Yo tampoco quiero irme.

Y lo deja ahí, en el aire, sin completar con un "pero no hay otra opción". Porque quizá sí la haya, pero no sea el momento de rogar de rodillas que pierda ese puto avión por él, que le conoce de apenas un mes y medio.

—Lo que no entiendo... —Raoul, apoyado en el pecho de Agoney, se eleva un poco para poder mirarle a la cara, dejando una de sus manos encima del taruratatatata constante de su corazón al tenerle tan cerca.— Lo que no entiendo es por qué la vida es tan puto retorcida y ha hecho que seas del quinto pino, ¿sabes? El destino ha sido caprichoso.

—¿Crees en el destino? —pregunta, sorprendido y curioso.

—Ay, Ago. —sonríe. —Cómo no voy a creer en lo que me ha dado lo mejor de mi vida.

—Pollito...

—Dime.

—¿Es muy pronto?

Raoul alza las cejas.

—¿Muy pronto para qué?

—Es que... —carraspea y se incorpora, levantando a Raoul con él y quedando sentados uno en frente del otro. —Voy a decir una cosa. Porque lo siento ahora y no dentro de tres meses por un mensaje por si no hemos tenido la puta oportunidad de vernos todavía, que sabes que es complicado... —

Clava su mirada en la de Raoul y, de pronto, todo es amarillo. Puede notar como el paisaje de rocas y estrellas se sustituye por un campo de girasoles que sólo quiere recorrer y explorar sin descanso. También nota la miel en los labios, una gota que baja y se desliza por su lengua hasta llegar a su paladar, y es tan dulce que cierra los ojos antes de que le ganen las ganas de besarle y no parar nunca de hacerlo.

—Ag-

—Shhh. —le tapa la boca con un dedo, la diversión bailando en las cejas y las inseguridades en los labios. Aunque esta vez podrá morderlas, está seguro. —Raoul, te quiero.

—Jo, Ago... Y yo. Mucho. —los ojos se empañan y el corazón late desbocado. —Mucho mucho muchísimo.

Raoul se lanza a sus labios, salvaje, melancólico y un poco salado por las lágrimas. Agoney se dejaría besar hasta que le dolieran los labios de tanto mordisco, solo por Raoul. Porque ahora entiende las letras que el chico tararea de vez en cuando; tiene en los ojos girasoles y los labios de fresa con sabor de amor. Y le encanta demasiado.

—Voy a perder el vuelo —un susurro y más lengua y manos que quieren recorrerlo absolutamete todo.

—No hagas-joder. —Una pausa y un suspiro nacido de la lengua que se arrastra suave y firme por su cuello—No hagas esa tontería, Raoul.

—¿Que no? Madre mía. —baja más con sus labios, explorando todo lo que teme perder, arrancando gemidos y complejos a base de besos. —Te digo yo a ti, que sí.

—Raoul. —se separa un poco. —Raoul para.

—Ago...

—Ni se te ocurra perder ese puto avión.

Es un poco más alto de lo que ambos se esperaban. Raoul se aparta, y le mira con ojos de cristal; delicados y a punto de romperse en miles de pedazos.

—¿Quieres que me vaya? —frágil, demasiado frágil.

—Amor—chaquea la lengua —, ¿cómo voy a querer que te vayas?

Raoul agarra una de sus manos con cuidado.

—Pues te prometo que lo pierdo. No pasa nada, en serio. El dinero no es un problema en mi familia si es lo que te preocupa. Puedo buscar un hotel, quedarme unos días y, y después...

—¿Después, qué? —suspira y niega con la cabeza. —Después estaríamos en las mismas, cariño. —deja una caricia en su mano.

—Jo, Ago... —una lágrima se escapa, expectante.

—Ven aquí, amor. —le atrae para abrazarle y vuelve a tumbar a ambos en las rocas. —Tranquilo, ¿vale? Te voy a contar una cosa.

Pero Raoul solloza con la mirada perdida, ajeno a todo.

—Este año he acabado la carrera, y estaba pensado que... Bueno, aquí no puedo quedarme, ¿sabes? El mundo es... tan amplio.

Raoul sigue sin contestar.

—Aunque estaba pensando yo en empezar con algo más simple, no voy a irme directo a Nueva York.

—¿Qué...?

—Hm, ¿que tal Barcelona? Me comentan que es un buen lugar. Gente maja, acento lindo y mar. Casi como aquí, fíjate.

—Ago que estás-

—Así que sí, envié unas cuantas cosas y el piso ya está en trámite, creo. Y te hablo de antes de conocerte. También tenía pensado Madrid, Sevilla o Santiago pero, a ver, solo el último cumpliría todo lo de antes y sigue faltando cierto rubio...

—Ago no me jod-

—Por eso, no vas a perder ese puto avión. Porque es una tontería si nos vamos a ver en un mes y pico sin tener que volver a separarnos.

Raoul da un grito y se abalanza sobre él.

Esa noche duermen abrazados hasta las cuatro, cuando Raoul tiene que volver a su hotel. Y hablan, de todo y de nada. De que Raoul le va a enseñar toda la ciudad y Agoney le explicará qué cosas va echando de menos para que pueda conseguirlas. De cómo sería, en un futuro, compartir piso. Pero en Barcelona no, porque les quedaría pequeño, entonces rescatan la idea de Agoney y, Nueva York no, pero Ámsterdam les parece perfecto.
Y sobre todo se besan, mucho. Cada rincón de la piel, sin sobrepasar límites. Ya los pasarán cuando tengan tiempo y la mejor cama del mundo.

Y, sobre todo, se prometen, entre otras cosas, que van a volverse eternos.

Vecinos de número. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora