—¿Entonces vamos a recoger a tu novio al aeropuerto y lo acogemos en casa unos días mientras se instala en su nuevo piso peeeero, no le podemos decir a los papas que estáis liados porque lo conociste por internet y no apoyarían que algo así es seguro, no?
—No lo podría haber explicado mejor, salvo... No es mi novio, Álvaro, cuantas veces he de repetirlo.
Álvaro frunce mucho el ceño, de repente, y a Raoul le recuerda a un papel de periódico de los que doblas y guardas en un cajón para las barbacoas de verano. Sin embargo, no comenta nada. No porque no quiera, si no porque en ese momento el motor para de rugir y se estaciona frente al aeropuerto de Barcelona. Y él se transforma en una maraña de sudor y nervios que será difícil desenredar.
—¿Estás temblando? —y luego cierra la puerta del coche, ceja alzada, todavía.
Raoul enrojece.
—No. —sentencia firme y se cruza de brazos, con un pequeño puchero en los labios. —Hace frío, solo es eso.
—Ya, claro. —ríe. —Principios de octubre en Barcelona y un frío que te cagas, ¿no?
—Exacto.
Álvaro suelta otra carcajada, más grande y sonora que la anterior. Raoul cree que su nerviosismo es lo que le hace gracia, por eso trata de no decir nada que le deje en evidencia. De todas formas, es difícil pensar en eso cuando tienes un reloj en la muñeca que se ha detenido tras tantas horas de espera. Ahora sí, Agoney ya tiene que haber llegado. Ahora si que se va a morir de los nervios.
—Vamos dentro, pequeñajo. —anima, y le pasa un brazo por los hombros para comenzar a caminar.
—No soy un pequeñajo.
—Sí lo eres, no llegas ni a quince centímetros.
—¡Cómo te atreves!
Se suelta del agarre, furioso.
—Bueno, en todo caso, si llegas a los 15 centímetros o no ya lo sabrá Agoney...
Raoul tarda un poco en reaccionar.
—ÁLVARO QUE ERES MI HERMANO POR FAVOR.
—¿Y eso me quita derecho a llamarte picha corta?... No.
Raoul sale corriendo, quiere alejarse y calmarse como pueda antes de encontrarse con Agoney. El rojo se adueña de su cara rápidamente y el sudor frío que baja por su espalda no trae, precisamente, buena suerte. Así que se encamina hacia el primer baño que haya, a paso rápido y mirada clavada en el suelo.
Se moja la cara con Agua y el alivio recorre la columna vertebral cuando sale de nuevo por la puerta del baño. Ahora sí, aunque es solo un momento, porque la imagen que ve le deja descolocado.
—¿Que tu eres el hermano de Raoul?
Ahora Raoul si tiene ganas de correr y detener el tiempo. Y corre, un poco enfadado, un poco inestable, mientras le pican a cada paso las plantas de los pies, como advirtiendo, quizás. Quiere parar la escena y empujar lejos a su hermano, explicarle como va a ser todo y que Agoney no se agobie de buenas a primeras.
Por supuesto, no cumple nada de lo dicho.
Se para en seco cuando lo tiene a un metro escaso de él. A Agoney se le cae la maleta y se le seca la garganta. Raoul retiene las ganas de llorar y se muerde el labio con fuerza. Una situación y dos corazones a punto de estallar por el frenetismo de sus latidos. Un Álvaro que da un paso hacia atrás, y ellos dos hacia delante. Se miran, los girasoles de Raoul siguen igual de brillantes, piensa Agoney. Lo que no sabe, es que el rubio opina exactamente lo mismo de sus constelaciones.
—¿No vas a hacer nada?
Y sí, claro que sí. Asiente con la cabeza y el canario sonríe, satisfecho, yendo al esperado encuentro de dos cuerpos que se atraen con la mayor fuerza de gravedad existente.
>>Anda, ven aquí, pollito mío.
Tira de su muñeca y ahora sí, los labios chocan y Álvaro decide guardar las lágrimas para la boda, mejor. Consciente de que está en un momento íntimo, se da la vuelta justo cuando la lengua resbaladiza de Agoney pide permiso y Raoul se lo concede porque lo ha echado tanto, tanto de menos. Se funden en un beso que va cogiendo fuerza, las manos buscan y encuentran y se agarran, quizás premeditado, quizás a lo primero que han encontrado para poder sentirse más cerca. Raoul muerde los labios ajenos y Agoney suspira de gusto, porque están ahí. Porque Raoul nunca se ha ido y han sido semanas largas en Tenerife, semanas de despedida y llantos y enhorabuenas, pero Raoul está ahí, dándoselo todo, aunque lo pierda. Agoney sabe entonces que el rayo de luz que necesitan los girasoles es el propio Raoul, llegado para opacar toda su oscuridad.
Cuando se separan, aún con las narices juntas, necesitan repetir aquella última frase entre rocas. Necesitan demostrar que no ha cambiado nada, que el amor perdura y perdurará aunque tenga que ser vía WhatsApp.
—Te quiero. —susurra uno.
—Yo más. —devuelve el otro.
Y Álvaro, que ahora ya se gira y los mira fundiéndose en un abrazo sincero, sabe que están echos el uno para el otro. Que las estrellas de Agoney se pueden convertir en soles que cuidan y los girasoles de Raoul en giralunas, para acompañar a las constelaciones. Se complementan y, aunque su hermano aún no le haya contado todo el pasado de la historia, hay una cosa que ya tiene clara; su futuro: juntos.
✨💕
Como siempre, gracias por leer. ❤️
Ahora a por los padres de Raoul... Me pregunto como se tomarán esta historia, hm.
Un biquiño, quérovos!✨💋
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Vecinos de número.
Fanfiction"Hola😁 Soy tu vecino de número, encantado!! 👋🏼" "Mi que???,"