Barcelona amanece sin prisa.

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Esa mañana, Barcelona amanece sin prisa.

Los rayos de sol entran perezosos por la ventana, el viento sopla flojo y el olor a tortitas inunda la habitación. En el centro, sobre la cama, ellos, deteniendo el tiempo al tenerse entre los brazos ajenos; tan tranquilos y tan libres, como siempre deberían estarlo.

Agoney se despierta primero. Tener el aliento de Raoul contra su nariz le hace cosquillas y el estómago le burbujea feliz, dándose cuenta de la situación nada más abrir los ojos: Está despertando abrazado a Raoul. Por primera vez. En su cama. Un suspiro se escapa y los brazos, hechos un nudo entre tanta sábana, se enroscan más y aprietan fuerte, queriendo retener el momento. Besa su barbilla cuando los labios están a milímetros y luego su cuello, ronroneadno y acariciándolo con su propia nariz.

Raoul despierta con una carcajada y más feliz que en toda su vida. Tanto, que la sonrisa que se escapa después hace competencia al sol de octubre, más frío pero no por ello menos resplandeciente. Después, devuleve al abrazo y baja su cuerpo para que sus cabezas queden a la misma altura. Quizás unos dedos se asomen por el otro extremo de la cama, pero les da igual.

Sin necesidad de palabras, sus ojos se encuentran. El café con rastros de sueño y cariño infinito. La miel con las emociones a flor de piel y el corazón botando en sus pupilas. Así, sumidos en esa especie de comunicación no verbal, se acerca despacio, y Raoul posa sus labios sobre los contrarios en un beso suave y extremadamente lento, carne contra carne dejando de lado el sabor matutino y centrándose en como cada terminación nerviosa sufre un escalofrío.

—Buenos días.

Es un susurro que eriza pelos de la nuca y hace temblar los labios, que se rozan por la poca distancia de margen.

—Buenos días, pollito.

Ambos sonríen más, plenos y conscientes. Juntan las frentes antes de hablar de nuevo.

—¿Dormiste bien?

—Mejor que nunca.

—¿Sí? —pregunta con ironía dejando escapar una risa.

—Sí. Debe ser el colchón nuevo.

—Debe ser, sí.

Y sus labios se vuelven a unir. Parece que hay una fuerza sobrehumana que los guía. Un atracción que va más allá del simple "los polos opuestos se atraen". Una unión tan poderosa que no sabe funcionar por separado. Un suspiro con la primera lengua en colarse en boca ajena, otro con la mano que se escurre hasta la nuca y les pega más. Un tercero cuando los roles cambian y, de pronto, Raoul está a horcajadas sobre Agoney, pero aún tumbados y con los labios pegados.

—Buah.

—Sí. —le besa de nuevo. —Buah.

Agoney interrumpe el nuevo beso que iba a nacer.

—Es que no me creo que esto sea real.

—Pues créetelo, porque vas a tener que acostumbrarte. ¿O acaso me dirás todos los días eso cuando estemos en nuestro piso?

Es una broma, o eso pretendía Raoul. Un juego de palabras con las que espabilar un poco al canario, pero este no se mueve del sitio y mantiene la mirada en un punto fijo. Raoul no lo sabe, pero la frase da vueltas en su cabeza. Nuestro piso, suena tan a hacerse mayores. Tan a compromiso y tan a promesa que se asusta, porque si algo odia de las promesas es no poderlas cumplir. Y él, con Raoul, quiere cumplir absolutamente todas.

—¿Estás bien? —pregunta Raoul tras verle un rato callado.

—¿Tu crees que vamos muy rápido?

La pregunta le pilla un poco descentrado y, trabado, se baja del regazo de Agoney y se sienta a su lado en la cama.

—¿Por qué lo preguntas?

Agoney se encoge de hombros.

—A ver, no sé, solo... Hace tres meses que nos conocemos, de los cuales uno y medio solo hemos hablado por WhatsApp, uno sin vernos y el otro medio en encuentros esporádicos y, joder, yo a esto le veo un futuro, pero no quiero que acabe antes de tiempo porque nos cansamos el uno del otreo. —confiesa. —Que, a ver, ¡no tiene por qué pasar! Pero... No quiero que esto, lo que sea que estamos haciendo, se acabe tan rápido.

—Ay, mi niño. —agarra una de sus manos sobre la colcha. —Sí quieres que vayamos más despacio, vamos más despacio. Si quieres seguir igual, pues seguimos igual, si quieres ir más rápido, yo te ayudo hasta a arrancar los motores, pero no pienses que nos podemos aburrir tan fácilmente del otro, eso está muy feo, como lo escuche tu futuro novio...

Agoney alza una ceja.

—Te iba a decir quein soy pero mejor guardo la sorpresa.

—Guarda guarda.

Hay uno momento de silencios y caricias antes de que el rubio vuelva a hablar.

—Buah, huele genial... ¿Te apetece vivir el momento presente de desayunar en mi casa?

Agoney asiente con emoción y la imagen de las tortitas bailando en su paladar.

Antes de bajar, se dan un último, lento y tortuoso beso.

Esa mañana, Barcelona seguirá sin prisa y, quizás, hasta un poquito más presente.

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