Así te quiero.

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—¿Entonces cual es el plan?

—¿Que plan?

Cuatro cabezas se giran en su dirección, y Raoul traga saliva.

—Cómo haréis mañana, si Agoney irá a ver el piso o...qué. ¿Coméis aquí, por ahí? Necesito planificar cosas. —Aclara Susana. —Hijo, no vamos a estar siempre a tu servicio eh. A mi me parece muy bien que traigas a tus —mira a Agoney, de pronto, y se gira hacia Raoul de nuevo—... amigos. —Con su pierna, busca la de Manolo bajo la mensa y, cuando le presta atención, le guiña un ojo —Pero yo no soy tu chacha.

—Ugh, lo sé, mamá. —bufa. —Siempre es lo mismo.

Siempre se repite la misma historia... —canturrea Álvaro para que la conversación no se vaya fuera de tono, con un par de palmadas en la mesa que acompañan en ritmo de la canción.

—Yo si que ya no puedo más. —comenta Raoul cuando sus padres salen a traer algo y llevar platos a la cocina.

—Raoul, ni siquiera sé cuál es mi plan y estoy de okupa en una casa de la más alta burguesía, yo si que ya no puedo más. —Frunce el ceño y le saca la lengua. —¡Te quejas de vicio!

—Uf, que buen grupo. —escapa. —Bueno, en realidad que bueno está el cantante.

—Tea. —todos se giran hacia Álvaro, sorprendidos. —¿Qué? Puedo decir que está bueno sin que me gusten los chicos, VAMOS A VER.

—Álvaro ni he abierto la boc-

—Pero me olía lo que ibas a decir.

Raoul resopla, y vuelve la atención a la comida. Dura poco, por que apenas un par de minutos después, nota como una mano escurridiza se posa sobre su muslo y aprieta muy flojo. Enrojece rápido y, después de asimilarlo, se acomoda en la silla de modo que queda más cerca de Agoney.

—¿Y cuándo os conocisteis, decís?

Raoul y Agoney comparten una mirada y responden, sin querer, a la vez.

—Hace tiempo.

—En el viaje.

Susana parpadea quieta, Manolo mira su plato y se lleva otra patata a la boca y Álvaro se tapa la mano para evitar emitir cualquier carcajada.

—En el viaje que Agoney hizo hace tiempo. —suelta de pronto Raoul. —Sabes, vino a Barcelona y como yo estaba estudiando allí... nos...

—Nos cruzamos y le pregunté por dónde se iba a la sagrada familia, y me acompañó y tal. —le guiña un ojo a Raoul. —Después nos dimos el teléfono y nos reencontramos un par de días más hasta que me fui.

—Sí, sí, exacto. —sonríe el rubio. —¡Y nos volvimos a encontrar en Adeje! Ay, como es la vida. Cuando me enteré de que venía, me ofrecí a cobijarle hasta que se acomodara del todo.

—Ay, que bonito que es mi niño, si es que qué bien lo hemos criao, Manolito.

De verdad, Álvaro se va a morir de la risa.

—Bueno, pues espero que estés cómodo, como si fuera tu casa cariño. —aclara Susana. —Raoul, ¿ya le has dado la habitación?

—Eh, sí sí, todo en orden.

La comida, por suerte, termina bien. Raoul y Agoney comen el postre y se retiran rápido a sus habitaciones. En la cocina, mientras manolo termina de limpiar todo, Susana se enciende un pitillo y se dirije a Álvaro, que trata saliva al imaginarse lo que viene.

—Sabes más que yo.

No es una pregunta. No titubea, no duda, solo afirma porque sabe que sí, que es verdad, Álvaro sabe más que ella y no se lo quiere decir. Da una calada y Álvaro nota sus ojos fijos sobre él, y se caga un poco de miedo.

—Sé muchas cosas más que tú, de fútbol, por ejemplo.

—Boh. —chasquea la lengua. —No te hagas el tonto, que te he parido yo.

—No se de qué me hablas.

—Tu hermano está enamorado.

—Sí, de muchas cosas; de su culo por ejemplo, narcisista de mierda. Sabe que es el guapo, ahí ya hemos perdido.

—¡Álvaro!

—¡Qué! Es su vida, mamá.

Susana suspira, dando otra calada al cigarro.

—Lo sé, pero... Sigue siendo mi pequeño. Y se lo noto, le gusta ese chico.

—Mamá...

—No pasa nada, no se lo voy a recriminar. A ese chico también le gusta tu hermano, ¿le has visto?

—A lo mejor es hetero.

—No me jodas Alvarito, no me jodas. Tiene más pluma que tu hermano y mira que es maricón.

—Te sorprendería la cantidad de heteros con pluma que hay en el mundo.

—Cómo sea. —se da por vencida. —¡Les vi los ojos! En nada le perdemos.

—Por favor mamá, no seas dramas.

—Verás Álvaro. —da una última calada, y apaga el pitillo contra el cenicero. —Verás.

*

—Mira que eres bonito, cosa linda, bollito de crema, ser de luz, acuchichichichichi.

—¡Deja en paz mis mofletes!

Agoney le aparta las manos, enfurruñado, y Raoul se cruza de brazos con un puchero de protesta. Así, tumbados en cama de lado y mirándose a los ojos, muy cerca, es como querrían estar toda la vida.

—Ño.

—Pollito.

—Ño.

—Chiquitín... —le abraza fuerte y hunde la cabeza en su cuello, levantando una pierna para pasarla por encima de su cadera. —No te enfades.

—No estoy enfadado. —ronronea cuando la nariz de Agoney acaricia su cuello y la mano que no está presa bajo sus cuerpos su mejilla.

—Ya. —sonríe, le mira y deja un beso en su mejilla. —Y yo me lo creo, señor me pico por todo.

—¡Que molesto eres! —grita intentado zafarse.

—Shhhh. —El moreno le calla rápido con una mano sobre su boca. —Se supone que ya dormimos, cada uno en su cuarto. —ríe. —Que por cierto, fuiste tú quien sugirió que me colara, que raro, ¿no? Con lo molesto que soy...

—Anda a la mierda.

Agoney besa su cuello.

—Me encantaría, pero no me apetece caminar y aquí estoy muy calentito.

—Plasta, que eres plasta.

—Pero así me quieres.

Raoul guarda silencio unos segundos y piensa realmente en la suerte que ha tenido y tiene con Agoney. Agoney que se recorre España entera para verle, Agoney que le besa con cariño pero le excita con pasión, Agoney que le enseña su refugio y lo convierte en el de ambos, Agoney que le mima y le consiente y Agoney que se pica a la mínima tontería. Agoney que le toca y le habla y le mira con ganas de no dejar de hacerlo. Agoney que está ahí, porque quiere, porque puede, porque no le debe nada y solo quiere disfrutar de su compañía. Sí, ha tenido suerte con Agoney.

Responde antes de que se queden dormidos.

—Así te quiero.

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