•13•

567 51 0
                                    

A medida que las horas pasaban, mi visión comenzaba a adaptarse a la iluminación de la habitación.

Cuando alcanzó la máxima capacidad visual, distingo a una mujer de cabellos rubios, cuerpo abultado y estatura mediana. Un rostro que da la imagen de una persona amigable y dulce. Al verme, sujeta una silla y la ubica al lado de la camilla. Consiguientemente, comienza a acariciarme la mano lentamente.

—Hola querida, ¿cómo te sientes?. —sin duda, es una señora con belleza particular. Ojos heterocrómicos... tan parecidos a Welthur; dientes perfectos y amarillentos.
Acomodo un poco el cuerpo.

—Estoy... mejor. Creo. —la voz suena pesada y débil.

Fija su mirada en los míos, intentando, por alguna razón, sacar a la luz algo inexistente.

—Creo que después te contaré. —sacude la cabeza, mientras que aprieta la mandíbula.

No entiendo lo que está pasando... hace unos instantes estaba acostada con Harry, sumidos en una profundo amorío que buscamos por mucho tiempo, ¿y ahora?.

—¿Qué me pasó?, ¿Porqué estoy aquí?.— pregunto con aire de desconfianza.

La mujer larga un fuerte suspiro, aludiendo la incomodidad que le produce toda esta situación.

—No creo que sea necesario que lo sepas. Al menos no todavía.

La confusión inicial, fue en aumento conforme pasaban los minutos.

—Disculpe pero, ¿quién es usted?.

El sonido de unos pasos apresurados y el giro del picaporte, fue la razón por la que maldecí a aquella persona en mis adentros.

—¿Cómo se siente?. —preguntó una muchacha de contextura pequeña y cabello oscuro.
Estiró uno de sus brazos, acariciando gentilmente mis mejillas. Esbozó una sonrisa, esperando mi respuesta.

—Me duele... aunque creo que podré recuperarme rápido. —la cabeza me daba vueltas, y así mismo ocurría con mis palabras. Era incapaz de poder sincronizar mis pensamientos.

Me miró fijamente durante unos segundos, con aire serio y calculador. Luego, extrajo de uno de sus bolsillos una jeringa y un pote clásico de remedios líquidos.

—Es para los dolores.

La muchacha interpuso su espalda en cuanto vió el brillo de curiosidad que emanaba en mi mirada.

—Tranquila, esto te ayudará a sentirte mejor. —dijo mientras sus manos bailaban mientras preparaba la sustancia.

La manga de su uniforme se había levantado, dejándome ver... dos cicatrices aparentemente profundas... ¿o son quemaduras?. Debajo de ellas, se encontraba un pequeño tatuaje.

—Todos tenemos heridas que no logran desaparecer, ¿verdad?. —sostuvo con sutileza mi brazo izquierdo, mientras que mojaba el alcohol con el algodón, para luego insertar la jeringa en mi vena.

A los pocos minutos, la cuidadora yacía fuera de la sala, probablemente entrando a otra recámara, otorgándole una de sus cálidas sonrisas a enfermos en peores condiciones que las mías.

—¿Quién es usted?. —repetí, tratando de erguir mi cuerpo.

Agudizó sus ojos, frunciendo levemente las cejas.

—Un hombre llamado Stevan Edison, y su esposa, Gabriela, te adoptaron, ¿no es así?. —asiento lentamente. —bien... ¿tú no conoces a ninguno de sus familiares, o si?. —acerca su rostro de una manera inquietante.

—No conozco a nadie, más que a ellos. —trago saliva aún cuando mi garganta está sumamente seca. —Podrías... ¿alejarte?.

Se alejó apresuradamente, sentándose nuevamente en la silla.

—Lo siento. —transcurren unos segundos y continúa con su discurso. — como te estaba diciendo, no conoces a ninguno de sus familiares, por lo tanto, yo soy....

Las ventanas estallaron y una gran cantidad de vidrios yacían en toda la habitación, esparciéndose por doquier.

La cabeza me daba vueltas, era incapaz de ser consciente de lo que ocurría alrededor.
Solo podía escuchar los gritos desgarradores que provenían de diversas partes.
Sentía que alguien sujetaba con rudeza mis brazos, protegiéndome de lo que sea que quería llevarme.
Luego de unos intensos forcejeos, solamente se escuchó la caída de una ¿gran caja?, ¿bolsa?. Realmente no sé qué fue aquello que hizo silenciar toda la inmensa construcción.

Todo terminó por volverse negro y estigmatizado.
Podía sentir unos brazos sujetándome por la cintura, hasta colocarme en su hombro.
Por desgracia, el tacto de aquellas inmensas manos, no es propia de Dennis... ni siquiera de Patricia.
No era Kevin.

Split •2•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora