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Un fuerte dolor de cabeza es el motivo por el que me despierto bruscamente, tratando de entender lo que ocurre a mi alrededor. Pestañeó reiteradamente, pero la oscuridad aún sigue consumiendo mi visión. Comienzo a respirar con gran dificultad, sintiendo una gran presión sobre el pecho, mientras mis manos buscaban algún objeto que iluminara al menos una mínima parte del lugar en que estoy.

Luego de unos escasos minutos, comienzo a perder los estribos. Escucho el choque de un vidrio contra el suelo, junto con unos estruendosos pasos galopando contra el piso, siendo estos cada vez más notorios a medida que se acercaba.

—Veo que te haz recuperado por completo. —una voz totalmente varonil y grave penetran en mis oídos, haciendo que mis vellos se petrificaran.

—¿Qué hago aquí?. —aprieto fuertemente mis puños. —¡Carajo, sácame lo que sea que tengo en los ojos, joder!. —las lágrimas ya no pueden ser oprimidas. Capaz esta sea la única forma de saber si estoy ante un síntoma de ceguera, o es ocasionado por una obstrucción por parte de la desquiciada persona que se encuentra a mi lado.

Solamente se escuchan nuestras respiraciones. El jadeo que intento disuadir, es presenciado por mi acompañante enmascarado, que responde largando una inaudible risa.

—Tranquila, te he puesto un antifaz para dormir. —siento unas cálidas y grandes manos acariciando mis mejillas lentamente. —no quería que te sintieras mareada en cuanto te despertaras. Lo lamento, ahora mismo te lo saco.

Coloca mi cabeza en su hombro, donde prosigue a quitarme lo que sea que me haya puesto mientras me encontraba profundamente dormida.

Al cabo de unos instantes, mis ojos comienzan a acostumbrarse a la iluminación de la habitación; estanterías prolijas llenas de libros, una televisión de una calidad comprensible, y muchas más cosas eran las que entraban en aquel espacio.

Sin embargo, termino por dirigir mi atención a la gigantesca y acogedora cama; sábanas negras y blancas, almohadones del mismo tono, y un torso totalmente descubierto que me mantengo unida a su cuerpo.

—He estado contigo todo este tiempo. —desliza sus dedos a través de mi cabellera castaña.

Su tono era frío y escaso. No dió más datos al respecto.

Alejo sus manos y todo lo que conecte con su cuerpo de mi espacio, irguiéndome todo lo que me es posible, y me coloco frente a él. Como si fuera una broma del destino, aquel hombre de coleta oscura pulcramente peinada, junto con aquellos ojos grises de piedra, y sus labios... carnosos y lastimados.

—¿Qué hago aquí?. —intento alejarme pero nada en mi organismo reacciona. El muchacho escandinavo intenta aferrarme a él nuevamente, lo que impido bajo toda costa.

Bufa y se sienta en la cama, dejando al descubierto su potente abdomen. El cabello ennegrecido como la noche misma, se encuentra dislocado en direcciones totalmente diferentes, siguiendo una sintonía tan simétricas que me provoca un inesperado vuelco de emociones.

—Hay cosas que es mejor no saber, Caisey. —acerca su inmensa silueta. —creo que lo demás te darás cuenta sola.

Fija sus ojos en los míos durante un largo rato. Después, termina por levantarse y dirigirse hacia el armario, donde comienza a sacar una camiseta negra, junto con un pantalón, zapatos y medias del mismo color.
Su inmensa espalda es más prominente de lo que su mente podría haber sido capaz de imaginar. No había modo, este hombre tenía un encanto particular, pero eso jamás podría asemejarse a los sentimientos que sentía por Crumb... ¿o sí?.

Un chasquido de dedos hizo que centrara atención al hombre que yacía frente a mi.

—Al lado de mis cosas, he decidido poner tu ropa. —desliza la puerta corrediza, dejando entrever una gran cantidad de vestimentas. Al cabo de unos segundos, un vestido negro, de tamaño pequeño y aparentemente ajustado a su cuerpo, son lo que terminan por establecer una incomodidad bastante notoria en el ambiente.

Split •2•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora