🄽🄴🄶🅁🄾

1.2K 125 7
                                    

El pequeño y adorable Peter había estudiado la noche anterior en internet sobre los habanos ya que lo único que sabía era que el humo provocado por eso le daba tos. Ya debía comprar la caja de puros para dársela a su pareja y cobrar el cupón, de paso aprovechaba para que Warren los consiguiera con algún contacto suyo; ya estaba informado así que la cajita no sería algo barata pero eran uno los mejores de toda Cuba, valdría la pena, se había informado que el Montecristo n°4 estaba elaborado con cuatro variedades de hojas distintas, procedentes de las mejores cosechas, estos puros debían su calidad a las condiciones de la tierra donde se cultiva el tabaco; además, cuentan con el valor añadido de estar realizados a mano por los mejores artesanos del mundo, claro que siempre para los clientes más exigentes y exclusivos pero Peter no era nada de eso, ni sabía fumar o la idea de cómo era la planta de donde salía ese vicio que no le llamaba la atención, pero su novio seguramente sí y esos le encantarían.
Su amigo había demorado con el paquete o él era muy desesperado, la emoción contenida era mucha; una vez en sus manos aprecia la caja en la que se dibuja una flor de lis con 4 espadas cruzadas por encima justo cómo en los catálogos y artículos web; abre la caja e inspecciona dentro eran los auténticos con absolutamente todas patentes de la marca cubana, ya era un cliente satisfecho a pesar que seguramente venían del mercado clandestino.

Ni siquiera lo había envuelto -¿Para qué?- el mismo se respondió, ya que tardaría una eternidad en abrirlo y descubrir que era; ya pensaba en varias posibles reacciones de su novio. Dejó perfectamente acomodada en el centro del escritorio del profesor de historia esperando con toda la paciencia del mundo sentado en el cómodo sillón de la esquina.

Era un día apresurado para Howlett todos sus alumnos tenían exámenes, tareas atrasadas junto a otras cosas más, solo eso y sería libre por un par de días por el pequeño descanso. Por costumbre, manía o lo que sea, siempre recordaba cómo dejaba cada cosa en lugar con precisión, pero al entrar a la oficina una pequeña cosa le pareció fuera de lugar, porqué esa caja no la había dejado él ¿Qué querían de sus cosas? No eran oficinas individuales, pero había sus espacios para cada uno ¿Quién era él chistoso que metía sus narices donde no le llamaban? volteó a los lados para ver si algo estaba fuera de lugar y encontró al su mocoso favorito conteniendo la risa burlona, aunque son sonrisa era tan grande que le hizo sonreír y negar al mismo tiempo. —Eres un tramposo— abre la caja observando los puros —aún no los he pedido— el chico sentado necesitaba respirar por lo rojo se había puesto al no reír.

—Ya lo sé, pero tuve la oportunidad de comprarlos— se hunde de hombros sentándose mejor —no podía esperar a dártelos, de todas maneras, los hubieses encontrado— excusas del platinado para solo darle el obsequio.

Claro que reconocía la marca, era una cara, exquisitos para el vago recuerdos de haberlo probado aun así era regalo de su chico y solo con eso eran el mejor de la tierra por haber y existir, no todos tenían un gesto tan pomposo como ese —no tengo tu papelito ese, tendrás que esperar en casa— el tabaco olía extremadamente bien, pero no fumaría en un lugar cerrado y menos con el velocista cerca, daría un poco más de sus pensó para el agradecimiento.

—Bueno... ¿y qué tal? ¿Sí acerté?— de solo ver como el hombre pasaba sus dedos sobre los puros y observaba cada uno, lo dejaba en la intriga, al menos no había hecho ninguna cara o sonido de desagrado.

—Es algo que si le ofrezco a tu padre lo aceptaría y hablaríamos tranquilos hasta que se lo acabe, después de eso me quería golpear por estar con su niño— deja la caja en el centro como la había encontrado antes de dar un par de zancadas al sillón, coloca sus brazos en cada lado, dejándolo atrapado, inclinándose por un casto beso —son demasiado buenos y costosos— alza una ceja —¿algo que decir niño cleptómano?— el chico estaba superando aquello con éxito, pero a esas alturas ya era una broma como pareja.

El chico capta la indirecta directa, pero decide jugar al dramático —es con dinero mío, viejo— le da un leve golpe en el abdomen con el rostro ofendido —no te daría algo así— admite sincero viéndole directamente a los ojos.

—Lo sé— afirma con seguridad, besa su frente y su nariz.

—¿Te gustaron?— cuestiona lleno de ilusión viéndolo tan de cerca, le gustaba ver con tanta claridad cada poro de la piel ajena.

—Claro que sí, el mejor regalo que mejor han dado— aprovechado de aquella corta distancia une sus labios de nueva cuenta, siempre quería estar colgados de ellos eran de albaricoque rojizos, tersos, llenos y con dulzura sonrosada.

El menor cierra sus ojos entre abriendo los labios ¿Quién diría cuánto había necesitado y extrañado eso? —bien, bien— trata de recuperar el alma y aliento un poco —¿Por qué no usas uno?— realmente estaba confundido con ello, le estaba alimentando el vicio y no le veía que probará uno.

—Gracias, ahora no voy a fumar porqué no es mi trabajo incendiar la mansión— apretuja su mejilla, le deja en el sillón. Nuevamente en el escritorio saca sus llaves y abre un cajón, toma la caja para guardarla ahí, cierra sentándose nuevamente —me los voy a llevar antes que nos vallamos, antes no quiero que alguien lo vea— sonríe al mismo tiempo que Peter, a veces tenían esas acciones de espejo.

—Sólo que lo harás en el balcón, yo no pienso ir a pagar la alarma de incendios otra vez— ese pequeño incidente ya había acontecido vergonzosamente un par de ocasiones; Pietro quemando el pan en el sartén y James con uno de sus cigarrillos.

—Claro que volverás a ir tú ¿Quién me dio los puros?— se sentó en su silla del escritorio para poder calificar algunos pendientes.

—¿Quién es el del vicio? Esas mierdas me dan tos— hace una cara de claro desagrado, la primera y única vez que intentó fumar terminó ahogándose por una mala calada y con dolor de cabeza de un día entero, ganas no le quedaron de probar.

—Peter— recrimina, no tenía mucho problema que dijera malas palabras, pero si donde las decía.

Rueda los ojos y suspira acercándose al escritorio —lo siento Daddy— susurra al oído antes de desaparecer totalmente del lugar.

—Mierda— a veces lo dislocaba totalmente. Maximoff para Howlett era una montaña rusa donde realmente no sabías que iba a pasar al segundo siguiente.

¡Cupones!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora