5. Kennedy/La Fomor Piloto.

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[Pronunciados baches en el pavimento fundido y deformado por altísimas temperaturas de la Avenida Américas me obligaron a terminar el trayecto a pie hasta un conjunto residencial que también fue pasto de las llamas del incendio que se evidencia en los barrotes de acero deformados por el calor, las marcas de hollín en los muros y los troncos parcialmente consumidos y vueltos cenizas donde antes había vegetación rodeando cada bloque de apartamentos. Al llegar a la portería soy inmediatamente recibido por Alejandro Correa, portero del conjunto].

Buenas, mai. Siga, bien pueda.

Gracias por contestar mis mensajes, Alejandro, y por su tiempo para tomarle testimonio. De los lugares que hasta ahora miro, éste fue el que sintió más la presencia de uno de los fomores...

¿Formores, mai?

Los monstruos. Yo les llamo así por los gigantes demoniacos de la mitología irlandesa.

Ahhhh, usté es el que sabe, Mai. Chévere saber eso. Yo también hace rato he querido sacar una historia, pero ahorita sin tiempo... Bueno, usted vino por lo del Formor, ¿No,Mai?

Fomor.

Vale, vale. Pues venga y yo le voy contando mientras le voy mostrando como quedó todo cuando pasó por aquí.

[Dejo la bicicleta a un lado de recepción y sigo a Alejandro por el conjunto. Las marcas de hollín se pueden ver tanto en el piso como en el exterior de los bloques. Son alargadas marcas similares a las que dejan los neumáticos, aunque lo que pasó por acá fuera más grande que la llanta de un tractor en llamas. Vuelvo con Alejandro].

Pues mire, Mai, Que uno como celador tiene todo tipo de experiencias en este oficio. ¡Jum, si le contara! Pero nunca, nunca en la vida esperé que me pasara algo como lo que pasó ese día. Yo ese día estaba en turno nocturno, eran las 4 de la madrugada, y ahí veía como hacía lo que podía para no quedarme dormido, que eso es duro, trabajar así en esas condiciones, no crea. Ahí todo a esa hora, calladito. Uno que otro sí que iba saliendo o iba entrando, pero es lo de siempre. Hacía nada que había llegado una pelada que a hacerle aseo a la administradora, y uno ahí poniendo su mejor esfuerzo para estar atento y no parecer desvelado, que hace parte del profesionalismo, Mai. Bueno, la cosa se puso peluda, peluda cuando recibimos esa llamada por el citófono, que llamaban del apartamento dónde fue la muchacha, preguntando por ayuda. Y así fue como comenzó todo esa madrugada. El marido de la administradora, que estaba bien nervioso, nos llamó primero pidiéndonos que llamáramos a Don Ortiz, un dotor retirado que vivía en el Interior 1 para que fuera a verlo, que el hijo se le había puesto malo. Yo ya estaba llamando a Don Ortiz, cuando otra llamada llegó para que le llamáramos al Dotor, y luego otra, y así. Y no, así todo preocupado, le dije a Cueto, mi compañero de ronda, que me iba a ver qué era lo que pasaba, que apenas sí le decían a uno que era lo que estaba pasando, que los niños estaban poniéndose malucos. Al ratico de salir de portería vi a uno de los que vivían acá salir en pantaloneta y camisa con el hijo en brazos y la esposa llorando toda nerviosa. Me dio el re-susto cuando le vi al hijo, que antes era mono, mono, y que ahora era pelinegro y con la piel negra también y todo. Y más y más gente fueron saliendo con sus niños cargaos, desesperados eso sí cuando veían que al hijo de su vecino le pasaba lo mismo que al de él. ¡El Apocalitcsis, Mai!

Y obvio que a ustedes como porteros no los preparan para situaciones así.

No, que va. Usté sólo está acá como portero para cuidar de la gente, revisando con cuidado el perímetro, estando preparado en caso de cualquier cosa que un ladrón se meta o algo. Pero esto que estaba pasando no era cualquier cosa. No fue la administradora la que le pidió a todos que se calmaran, sino una señora del interior 2, Doña María Eugenia, que era brigadista. Ya estábamos coordinando para que todos se pusieran en calma que así alterados querían irse a un hospital con chinos en brazos a un hospital que queda por acá en la Boyacá, que Don Ortiz nada que salía. Y todos decidieron hacerle caso, y entre Cueto y yo le ayudamos a Doña María. Yo le estaba pasando vasos de agua cuando nos llamaron desde el Interior 4, porque habían visto como una bola de fuego llegó desde la 73 y golpeó la reja del conjunto.

La Hija de Atlas :La Ciudad sin NiñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora