16. Extranjeros en la Bogotá Post Noche del Ruido

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[Alrededor de 80.000 extranjeros fueron identificados luego de que el gobierno local realizara un censo a un mes de que ocurriera La Noche del Ruido, con la intención de disipar dudas sobre quienes nos quedamos atrapados acá. Venezolanos, estadounidenses, ecuatorianos y chilenos encabezan la lista, y en una pequeña proporción están los japoneses. mismos a los que tuve la oportunidad de entrevistar con ayuda de un colectivo que incentiva el conocimiento y cultura japonesa, y al cual estuve vinculado hace unos años para aprender el idioma. Mis amigos amablemente intercedieron por mí ante la Embajada de Japón para contactar con dos muchachos residentes en Ciudad Bolívar, y que accedieron a que les entrevistara, una vez uno de ellos se enteró de mi intención para hablarles. Sin embargo, el llegar hasta su domicilio es una tarea difícil, y que casi me cuesta la vida.]

-Gracias, Esneider por traérmelo hasta acá.

-No, de nada, Doña Ceci.

Gr-Gr-Gracias, Es-Es-Es...

[La debilidad en ese momento me reclamó. Mostré serios signos de hipotermia por culpa de los casquetes de hielo que están esparcidos por buena parte de Ciudad Bolivar. La colina casi que parece un Fiordo, y con eso les digo todo. Se toman medidas al respecto para reubicarlos, y de eso me di cuenta mientras andaba de un lugar a otro buscando la casa de la Sra. Cecilia Barrientos -quien acoge temporalmente a los muchachos-, ya que en la vez anterior los icebergs se contaban por pocos, bien distribuidos en la zona, y con alguno en la cantera. Estos fueron cortados en partes de alguna forma – o más bien despedazados, luego de recordar que los cortes en su superficie no eran limpios-, listos para ser remolcados. Desperté envuelto en cobijas de tres tigres y con una humeante jarra de agua de panela al lado. La Sra. Cecilia sirve un mug rebosante de la bebida y me lo ofrece. Se ha acercado tanto que distingo en su frente los surcos de una gran cicatriz que comienza en el nacimiento del pelo y termina en la esquina de la ceja izquierda. Sin pensarlo bebo, y con lágrimas en mis ojos siento como mi lengua hierve en medio del trago, que me quema también la garganta mientras baja por ella. Estoy muy, muy despierto, y también molesto.]

Ya se está despabilando, mijo. Y ya está calientico también.

¡Dios santo! ¿Es que eso era lava, o qué?

Aguadepanelita, dulcecita y caliente para que le caliente esos huesos.

[Me duele el oído interno derecho por el resquemor del sorbo que me tomé, y la lengua la siento medio escaldada. Cecilia no se toma para nada en serio lo que me acaba de pasar, y sonriente se sienta en un sillón cercano al sofá en el que permanezco, tapado por las cobijas.]

Se perdió, ¿Verdad?

Sí... el paisaje ha cambiado acá desde que pasé a ver a Esneider para que me contara lo del Fomor Anfibio.

Ah, bien...

Eso le cuento, Doña Cecilia.

La misma que canta y baila. Y no me llame Doña, que me hace sentir vieja. Con Cecilia tiene.

Cecilia, entonces. Mucho gusto...

Y usted, pelado que se me perdió por acá...

Francisco Arboleda. Unos amigos míos me ayudaron a contactarme con usted y con sus muchachos.

Bueno, bienvenido acá a mi humilde casita, Francisco. Usted siéntase como en su casa. Termine de calentarse, y ya le llamo a los chinos.

[La Sra. Cecilia presume muy disimuladamente el decorado de la sala. Trofeos y medallas, recortes de periódicos que anuncian victorias de luchadoras, carteles de eventos con revanchas y debuts de gladiadores del ring. Una figura en común de todos los carteles es una mujer corpulenta de piel oscura y melena alborotada que se muestra enojada en todas y cada una de las fotos. Luego de observar atentamente, me doy cuenta que "Amenaza" Gonzalez, como se la llama, es Cecilia de joven.]

La Hija de Atlas :La Ciudad sin NiñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora