[Para quienes vivimos en el Centro de la Ciudad lo que presenciamos no se comparó con nada de lo que ocurrió en las otras localidades (salvo en Antonio Nariño, que básicamente ya no existe). Lo que distinguía a la localidad, el sector más cosmopolita y representativo de toda Bogotá, se vio casi que borrado luego de que se manifestara el que quizás sea considerado como el peor Fomor reportado durante la Noche del Ruido. A continuación, mi testimonio como testigo de los hechos, junto con el de varios testigos para reconstruir los hechos.]
Eran más de las 4:10 am. Me resistí a pararme para ver por qué demonios alguien tocaría la puerta como bestia a la madrugada, porque dos horas antes estaba terminando una maratón de la adaptación berreta de mi franquicia animé favorita por streaming, y luego de criticarle animación, doblaje y buscarle todos los puntos débiles al argumento, sólo quería dormir. Los golpes a mi puerta persistieron, y medio dormido, me paré para ver quién era, esperando que fuera otra vez la señora Márquez preguntando si su gata, Tábatha, se había vuelto a colar por mi ventana, para zanjar rápido el asunto y volver a mi cama. El responsable de abollar a puñetazos mi puerta resultó siendo don Virgilio, un contador retirado al que sólo saludaba cuando me lo encontraba en el pasillo. Su natural calma y gestos reflexivos fueron reemplazados por ojos desorbitados y un marcado terror en su rostro. Gritaba algo acerca de que el Tiempo del Ruido se había venido encima de nosotros otra vez.
¿Qué acontecimiento era tan terrible para que Don Virgilio me citara ese evento de la Bogotá colonial del siglo XVII que involucró ruidos misteriosos en la madrugada y un fuerte olor a azufre que se expandió por toda la capital?
Lejos estaba yo de considerar si su afirmación era exagerada o no, hasta que lo que vi al asomarme por la ventana me despabiló por completo.
Si vieron las fotos no necesitan forzar mucho la imaginación para hacerse una idea de lo que pasó. Olas de concreto desatadas desde el Centro Internacional eran generadas por un colosal amasijo de hormigón y acero que integraba a su cuerpo incompleto una a una las construcciones aledañas, que avanzaban hacia él como si le rindieran extraña reverencia. El Edificio de la Aseguradora del Valle, por ejemplo, con su forma particular de escalera, se estiraba, retraía y retorcía al hacerse uno con la criatura. No había forma de digerir, de aceptar eso. ¡Era un espectáculo monstruoso! ¡Edificios enteros retorciéndose como si fueran de goma! El edificio Davivienda, el Tequendama, la Torre Colpatria... Todo era demasiado horrendo para seguir describiéndolo en ese momento, pero no faltaron quienes reportamos eso desde nuestros celulares.
La Séptima, donde una vez se situaba gente curiosa por ver al Come Vidrio saltar sobre cristales rotos, el cantante de covers de turno, o a los hombres estatuas de bronce, ahora ofrecía un espectáculo todavía más llamativo y dantesco de ver. Los edificios alrededor se estiraban literalmente apuntando al gigante, que se hacía más grande con cada adición, ganando más sustancia para recrear un remedo de cuerpo humano. Era una masa cuadrada con miembros y partes que germinaban al azar, en un intento de ganar coherencia física. Una gran mano le hacía de pie, y un brazo entero del hombro hasta la punta de los dedos se retorcía en su flanco izquierdo, apoyando la palma de su mano en el suelo para evitar que se cayera. El pie que germinó en su flanco derecho se movía frenético y ansioso por tocar tierra, mientras un gran ojo parpadeaba pesadamente, observando todo con detenimiento.
Y como el espectáculo insólito que era, vio su final al ser arrastrado por la fuerza de succión del Agujero Negro. Hasta hoy no volvimos a saber nada más del Fomor de Concreto, que en sus momentos finales intentó resistirse a la atracción del vórtice, y como pudo se agarró de una imponente torre que formó con los rascacielos que no alcanzó a asimilar, y que hoy son un monolito que permanece hasta hoy, como queriendo impedir a la ciudad entera que no olvide la tragedia cuando cualquiera de nosotros lo miremos.
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La Hija de Atlas :La Ciudad sin Niños
Fantasia¿Un payaso enorme liberando gas de la risa en San Cristóbal? ¿Manos gigantes jugando con las viviendas de Teusaquillo como si fueran casas de muñecas? ¿Un ajolote volador provocando lluvias y tormentas en Ciudad Bolívar? Reportes como estos llegaro...