19. Tommy es un niño bueno.

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El calor era insoportable. Por no hablar del peso que me aplastaba y me impedía casi respirar, y eso sin contar con el constante martilleo de mi cabeza que no me daba tregua alguna. A pesar de llevar unos viejos pantalones cortos y una camiseta, era como si me hubiera metido dentro de un horno; intenté quitarme la manta, pero el peso aplastante me lo impidió.

Abrí los ojos y me topé con el torso desnudo de Gary casi pegado a mi nariz. Su respiración era profunda y su pecho bajaba y subía con lentitud, señal inequívoca de que estaba completamente dormido. Y que yo estaba apresada entre sus brazos y su pecho desnudo. Ahogué un gemido mientras notaba mis mejillas arder al conseguir recuperar unos pocos fragmentos de lo que había sucedido anoche. Me dieron ganas de golpearle con fuerza por haberme embaucado para que nos bebiéramos aquel tequila tan asqueroso y que me había obligado a comportarme como una desesperada y, posteriormente, como una pobre despechada.

Guardaba la diminuta esperanza de que Gary también estuviera más borracho que yo y no recordara nada de mi vergonzosa actuación.

Aparté esos pensamientos de mi cabeza y me centré en lo importante: como escabullirme de la cama sin despertarlo. Los licántropos tenían una especie de alarma interior que les informaba de cuando las cosas no iban bien, aunque no sabía si esa alarma funcionaba cuando tenías una resaca de campeonato.

Empecé a deslizarme con suavidad y lentitud hacia abajo, intentando liberarme de su caluroso y aplastante abrazo, para luego poder escurrirme de la cama y poder encerrarme en el baño para poder eliminar cualquier olor a tequila… y a Gary.

Conseguí mi objetivo y miré a Gary dormir con una expresión de puro placer. No había ni rastro de su maldad o chulería y, en cierto modo, así parecía mucho más atractivo; no me detuve mucho más para sentenciar si era o no guapo y me dirigí a toda prisa al baño. Eché el pestillo por si acaso y me acerqué al espejo. Si mis recuerdos no me fallaban, anoche no había llegado a ocurrir nada, gracias a Dios, pero busqué cualquier signo que pudiera recordarme que de algo me había olvidado.

Nada.

Me dejé caer sobre el suelo y apoyé la cabeza sobre el mármol de la pared. Tragué saliva al recordar mi patética actuación para conseguir que Gary se acostara conmigo y mi sonrojo volvió con más fuerza. ¡Tenía ganas de esconder la cabeza en cualquier hoyo profundo como los avestruces! Me sentía avergonzada de mí misma y un poquito agradecida de que Gary hubiera decidido pararme los pies.

Mi mirada vagó por toda la encimera hasta detenerse en una maquinilla de afeitar que parecía abandonada. Y que llamaba mucho mi atención. La pesadilla de Betty y Chase se repitió en mi cabeza y las palabras que me dirigió Betty cobraron un nuevo significado para mí.

Chase se había ido, sí, pero eso no significaba que no pudiera reunirme con él. Recordé las continuas discusiones que había mantenido con mi hermana Avril cuando había descubrí los cortes de sus muñecas, los intentos desesperados de ella por explicarme que lo que estaba haciendo la ayudaba…

Ahora lo entendía. Entendía por qué hacia todo aquello: era su vía de escape para el dolor.

Mis manos no flaquearon cuando cogí la maquinilla y observé sus cuchillas a contraluz. Las venas de mis muñecas se hincharon, como una señal luminiscente de luz verde para que empezara. Bajé la cuchilla hasta que tocó mi piel y cogí aire, preparándome. No sabía si iba a doler o no, pero lo que sí tenía seguro es que era mi salida. Me ayudaría.

«Deja de luchar. Abandona».

El consejo de Betty que me había dado en mi sueño se repetía una y otra vez en mi cabeza mientras presionaba la cuchilla contra mi piel. Sí, ella tenía razón. Ella había sufrido lo mismo que yo. Betty sabía bien lo que debía hacer en aquellos momentos.

Huntress. (Saga Wolf #3.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora