En aquella ocasión, Gary no se dirigió al Lincoln, sino a un impresionante Audi R8 que estaba a su lado. Miré los distintos coches que habían aparcados y supuse que toda aquella planta debía ser su hangar privado y que todos aquellos automóviles de precios desorbitados debían ser todos suyos.
Como si de juguetes se trataran, Gary Harlow era un apasionado del motor.
Me deslicé con suavidad al asiento del copiloto y Gary hizo lo mismo en el del conductor. El interior no era tan espacioso como el del Lincoln, pero era igual de lujoso y fastuoso. Vibré de emoción ante la idea de poder conducir uno así.
Gary metió la llave en el contacto y la giró, arrancando el motor, que soltó un ronroneo de lo más prometedor. La pantalla que estaba incrustada sobre el salpicadero mostró un mapa de las calles de Nueva York y Gary comenzó a tocarla hasta llegar hasta la aplicación de música; se entretuvo un rato con su lista de reproducción y, al final se decantó por una canción de Avicii.
Salimos del garaje a toda velocidad y, nada más salir el coche a las concurridas calles de Manhattan, mi corazón dio un vuelco. Fue como si hubiera estado metida en aquel apartamento durante años. Casi no podía recordar la cantidad de tráfico que había a todas horas y la multitud de olores que había entremezclados en el aire neoyorkino. Bajé un poco la ventanilla para poder sentir cómo me golpeaba la brisa en la cara y se me escapó una risita al oír cantar a Gary a mi lado.
No se me pasó por alto el interés que despertaba el impresionante Audi R8 de Gary entre los conductores, que lo miraban embobados y con un brillo de envidia, y los transeúntes y turistas.
-Me encanta cuando se comen con los ojos a mis bebés –comentó Gary en tono divertido mientras se detenía en un semáforo en rojo.
Alcé una ceja con curiosidad.
-Eres un pretencioso, ¿lo sabías?
Él acarició con cariño el salpicadero del coche y me dedicó un guiño de ojo.
-Es lo que tiene estar tan jodidamente bueno y ser tan jodidamente rico –me respondió.
Con el paso de los días en su continua presencia al final me había acostumbrado a sus aires de grandeza y a sus continuos comentarios sobre su más que evidente fortuna y su despampanante físico. Dos de sus armas que siempre usaba para salirse con la suya a la hora de conquistar a una mujer.
Aunque, supuse, que ese aire arrogante también hacía lo suyo cuando se trataba de conseguir que las mujeres cayeran rendidas a sus pies.
-Necesitas una buena cura de humildad –le reprendí aunque sonreía abiertamente. La idea de ir al Devil’s Cry y haber logrado salir del apartamento había logrado ponerme de muy buen humor.
-Necesito una buena noche de juerga, preciosa –me corrigió mientras se ponía en marcha y hacía rugir al Audi, atrayendo la atención de todo el mundo-. Creo que me la merezco.
Logramos alcanzar nuestro objetivo y Gary consiguió aparcar el coche en una zona privilegiada que no había visto nunca, ya que Alice decidió dejar su coche en aquella ocasión un par de calles más alejado. Se notaba que aquel aparcamiento era para clientes privilegiados, ya que todos parecían valer una fortuna.
Me apeé del coche y me dieron ganas de gritar. Me había recuperado en parte de la pérdida de Chase y estaba dispuesta a empezar de cero de nuevo; ¿qué mejor forma de hacerlo que aprendiendo a ser lo que era? El brazo de Gary cayó pesadamente sobre mis hombros y le dirigí una mirada que le exigía una buena y creíble excusa.
El licántropo se encogió de hombros con una sonrisa picarona.
-Es para evitar que se acerquen a ti –se explicó-. Aunque no te lo creas, pero no solamente los licántropos podemos ser tan pesados cuando tenemos delante a una chica que está cañón.
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Huntress. (Saga Wolf #3.)
LobisomemHabía pasado un año desde que Chase había decidido regresar a Blackstone; ambos habíamos decidido ir a la universidad y, en mucho tiempo, sentía que mi vida era completamente normal. Me marchaba a Nueva York para empezar la universidad junto a mi n...