Y, de repente, nos dimos cuenta

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Fue poco después del trasplante cuando Steve empezó a darse cuenta que, quizá, para el otro era algo más que el mejor amigo y compañero de trabajo que había tenido nunca.

Ese pensamiento le quitaba el sueño. Y ese insomnio le hacía dar vueltas a la cabeza. Aunque el otro le recriminaba que no le "agradecia" lo suficiente su altruista gesto lo cierto es que no podía dejar de pensar en ello.

Si algo era sagrado para el rubio eran sus hijos y que ni tan siquiera hubiera titubeado a la hora de ser quien se sometiese a una operación para conseguir que siguiera con vida es porque debía ser tan importante como ellos. ¿No?

Siempre había sabido que había algo más. Y siempre lo quiso negar. Luchar contra ello. Pero se descubrió pensando que no eran más que excusas.

Sabía que él hubiese hecho igual y, principalmente, porque no se imaginaba vivir en un mundo en el que no estuviera Danny.

También se percató que no sería la primera vez, por muy perturbador que fuera, que alguna vez tuviera sueños eróticos con el policía. Sueños que al día siguiente le costaba un mundo no tener en cuenta cuando le veía.

Llevaba años así y mal que bien todos esos sentimientos, todas aquellas sensaciones las había conseguido enterrar. Hasta el momento en que Danny no dudó en arriesgar su propia salud.

Quizá significaba aquello que tenía oportunidad de convertir esos sueños en reales. Quizá era momento de dejar a un lado los prejuicios preconcebidos y lanzarse a tener una relación más que amistosa y profesional con el rubio.

Qué podía tener de malo plantearse tener algo serio y formal con alguien que desde el día en que se conocieron le había protegido y estado a su lado. Que había viajado al otro lado del mundo cuando se había encontrado en peligro. Curado sus heridas, velado sus sueños y suavizados sus pesadillas.

Que había traído a su existencia a dos niños maravillosos a los que adoraba.

¿Cómo iba a estar mal pensar en amar a alguien así?

Tocaba vencer sus miedos a que le rechazase, a aceptar que sí, que los seres humanos, pueden olvidarse del género y enamorarse de una persona de su mismo sexo. Porque lo que llena no es el cuerpo sino lo que contiene. Su inteligencia, su valentía, su bondad... Si a eso le unías que Danny era un hombre, por qué negarlo, atractivo y con un físico rotundo e impresionante, todo se volvía más apetecible.

Y entonces su mente empezó a poblarse no solo de sueños sino de imágenes en las que su lengua recorrían cada centímetro de piel. De sus manos delineando sus fuertes brazos, de su boca deleitándose en el sabor de su sexo y su... quien se lo hubiese dicho hace tan solo unos meses, semen...

Esas ideas, esos anhelos, al principio, le hacían enrojecer como si fuera un adolescente de 15 años. Después, con el paso de los días, aumentaban su temperatura.

Hasta el día en que no pudo más. Hasta el día en que en la propia sala de interrogatorios le vio presionar a un sospechoso al que ya se habían llevado a su celda y esa situación le hizo hervir la sangre. Acabó empotrando al de Jersey contra el muro y casi arrancándole la camisa para empezar a devorarle con ansia y deseo.

Hasta el día en que él no le rechazó, no le pegó un puñetazo y, sin embargo, echó su pelvis hacia delante para comenzar a frotarse con él hasta acabar corriéndose en sus pantalones como un colegial. Hasta que el inspector, su mejor amigo, metió la mano en el interior de su ropa interior y le hizo la mejor paja que nadie en toda su vida le había hecho.

Hasta el día en que ambos acabaron sudorosos, medio desnudos, jadeantes y mirándose a los ojos sin acabarse de creer lo que había acabado de suceder.

Hasta el día en que mientras recuperaba el aliento le oyó decir: jamás me arrepentiré de este momento...

Hasta el día en que tras escucharle le cogió la barbilla con suavidad y tras mirarle en silencio le besó con devoción. Trasmitiéndole que a él le sucedía lo mismo.

Y así, lo supo, Danny era lo mejor que le había sucedido jamás.

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El inspector del 5.0 recordaba claramente las tres situaciones que le atenazaron de miedo. Que casi le paralizaron. Que prácticamente consiguieron dejarle sin capacidad de reacción.

La primera fue cuando Rick Peterson secuestró a Grace. El terror de aquellas horas en las que no supo dónde o cómo estaba su hija seguía clavado en su alma. Una sensación que jamás podría olvidar.

La segunda cuando sintió la incertidumbre de si el trasplante de médula serviría realmente para curar a Charlie. No saber si realmente tendría oportunidad de conocer a ese hijo que recién había llegado a su vida le creaba un profundo dolor. Que tampoco era capaz de superar.

El tercero estaba compuesto de pequeños momentos que había ido acumulando a lo largo de los muchos años que llevaba siendo compañero de Steve McGarrett. Que sí, que había resultado un hombre excepcional, una gran persona y mejor amigo pero que carecía de cualquier atisbo de interés por proteger su propia vida metiéndose y, por ende, a él también en unas situaciones en las que siempre veía pasar cada minuto y segundo de su existencia.

Cada uno de esas experiencias le hacía sentir como si una pequeña y fría garra atenazase su corazón. Casi desde el primer momento supo qué significaban aquellas sensaciones pero las mantuvo a raya dado que, al principio, seguía queriendo a Rachel y, además presuponía que alguien como el intrépido líder de aquel equipo jamás podría verle como algo más.

Pero estaba claro, Steve le atraía. Y para él no era ninguna novedad saber que podían gustarle los chicos. No era lo más normal en él pero tampoco sería la primera vez. Así que no se asustó ni le creó mayor miedo.

Sin embargo, cuando aterrizó la avioneta en la playa, cuando plantearon que el moreno moriría si no encontraban un donante esa fría garra apretó con más fuerza que nunca. Ni siquiera lo pensó cuando se ofreció. No, no le iba a perder.

Porque su vida, al margen de sus hijos, sin ese neardental en ella, prácticamente dejaba de tener sentido.

Y, de repente, un día se encontró con que Steve le acorralaba contra el muro de la sala de interrogatorios. Vio como prácticamente le arrancaba la camisa y devoraba sus labios. Y él se dejó llevar.

Y cuando se corrió, cuando hizo que el moreno hiciera lo mismo solo pudo pensar una cosa que fue incapaz de contener: jamás me arrepentiré de este momento.

Cuando el ex Navy Seal le besó, de nuevo, con suavidad, supo que aquello era algo más que un calentón.

Y, sí, supo que McGarrett era lo mejor que le había sucedido nunca. Y que sí, que el responsable de hacer que su corazón se congelase de terror era también el único capaz de volverlo a hacer latir.

Y cuatro años después se encontraban en aquel yate, después de hacer el amor. Con el marine reposando a su lado completamente desnudo. Con los ojos cerrados, su cabeza reposando en el abdomen del rubio que pasaba su mano por el cabello el otro.

- Steve... - murmuró. El otro hizo un sonido de asentimiento animándole a seguir. - Gracias.

- ¿Por qué, Danno?

- Por ser tú, aunque me vuelvas loco, porque aunque me cabrees siempre por algo y, a veces, me dan ganas de matarte, gracias... por ser simplemente y llanamente como eres. - el moreno se incorporó para mirarlo, se inclinó y le besó. Cuando se apartó añadió tan solo dos palabras. - Te quiero.

Somos padres, ¿tu y yo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora