Capítulo 8

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—Montaré a este caballo, —dijo Bellota con una sonrisa. —si lo hago bien significa que sí soy la hija del general Wilson, por ende el caballo es mío.

—Eso no demuestra nada... —dijo Mitch viéndola con desconfianza. —Cualquiera puede montar este caballo.

—¿Quién es el mentiroso ahora? —el joven tragó de nerviosismo. —Tú y yo sabemos que este caballo —señaló a Kaled. —no puede ser cabalgado por cualquiera.

Mitch suspiró rendido.

—Bien, pero saldrás de aquí sin ser vista, ¿me escuchaste? —dijo preocupado. Si la veían seguro que lo echarían a él y ella terminaría en no sé sabe dónde.

Mitch salió primero del box, sin antes de ponerle las riendas a Kaled. Tiró de él para salir con él. Bellota trataba de tranquilizarlo desde atrás.

—Oh, vamos caballo. Sal de ahí. —dijo el chico impaciente.

—Se llama Kaled, no caballo. —le contestó la chica con pantalones.

—Oh, Dios. —levantó los ojos. —Es lo mismo. —miró a la bella chica detrás de la puerta del box.

—¡Mitch! —escuchó su nombre en el establo. Era uno de sus compañeros de trabajo. —¿Qué haces con ese caballo? El jefe dijo que no lo tocáramos. —Mitch hizo una rápida señal para que Bellota se escondiera.

—Oh, sí. Pero el dueño acaba de pedirme que lo saque a pasear. Se ve alterado por tanto encierro. —inventó una rápida excusa.

—Entonces necesitarás ayuda. —dijo su compañero acercándose más.

—¡No! Lo tengo todo bajo control. —dijo tratando de sonar seguro.

—Siempre tan orgulloso. —dijo negando con la cabeza y retirándose del establo.

—Bien, vamos. —dijo apretando los dientes mientras salían del edificio para ir a un campo alejado. En un momento Bellota se tuvo que separar de Kaled y de Mitch porque parecía muy sospechoso.

La brisa despeinaba los pastizales verdes acompañados de pequeñas flores blancas. Mitch se había sentado en esa nube verde mientras mordía un palito de trigo dándole un toque más rural. El sol pegaba en su rostro como si fuese la tarde. Levantó un brazo para cubrirse de los rayos y ver a la joven montada sobre el caballo también conocido como infierno por algunos de sus compañeros.

—¿Por qué tardaste tanto? Si no nos damos prisa estaré en problemas. —se quejó Mitch. En realidad no estaba preocupado por eso, pero estaba un pelín irritado por estar ahí. Tal vez porque en el fondo sabría que esa chica podría montar al caballo, y eso significaría que no tenía razón y ella sí.

—No encontraba algo para ayudarme a subir. —Bellota tomó con fuerza las riendas. No se había llevado silla para montar porque era más que obvio que las tenían contadas, así que ella estaba sobre la espalda sin nada que la ayuda a mantenerse ahí. —¿Te sientes preparado para ver lo que puedo hacer? —le preguntó desafiante alzando una ceja.

El joven ni siquiera pudo contestar. Bellota estaba tomando el cabello de Kaled y con sus talones daba pequeños golpecitos en su estómago. Hacían una ronda alrededor de Mitch, aumentando cada vez la velocidad.

—Eso, señorita, lo puede hacer hasta un niño de ocho años. —bufó él, desafiándola.

Bellota frunció el ceño. Frenó a Kaled, el caballo refunfuñó y alzó levemente sus patas delanteras. El chico giró su cabeza para mirarla sobre el caballo.

—Agacha tu cabeza. —ordenó ella. Él se rió y le preguntó sin entender lo que había dicho.

—¿Qué?

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