Capítulo 11

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Pasaron los días en el reino de Lyendor. Las cosas se empezaban a complicar para el gobernador del reino, el rey Thomas. Las noticias de la guerra eran aún más devastadoras. Los demás reinos estaban en alerta, en especial el reino Feroland, lugar de nacimiento de la princesa Bell.

El imperio de Él avanzaba cada vez más. Los campamentos de su ejército estaban cerca del Valle Tyop, al límite de los bosques que conectaban a los diferentes reinos. Las tropas que habían sido enviadas, terminaban con un reporte con pésimas noticias. La guerra cada vez iba peor. Ninguno de los reinos se ponían de acuerdo y la junta de los Caballeros de Oro acordaba soluciones que no convencían a todos. La situación ya era alarmante pero decir la verdad al pueblo iba a causar una histeria en masa que no el mismo Dios podría contener.

Durante la reunión de los Caballeros de Oro, Thomas estaba pensando en cuál era la mejor solución junto con los otros generales, ministros y secretarios de los reinos. Brick estaba a su lado, sin interés alguno en la reunión. Sin embargo estaba preocupado por el rumbo que podía tomar todo esto. Las expediciones que había financiado se habían cancelado por completo. Su padre necesitaba el dinero para financiar los ejércitos de Lyendor. Sin expediciones, los descubrimientos se atrasarían y con ello los avances.

—¡No podemos permitir perder más soldados! —reclamó uno de los representantes del reino de Widson.

—Los reconocimientos aún no han... llegado. —murmuró Thomas con pesar. —Si los reconocimientos no son evaluados, será más difícil vencerlos.

—Entonces debemos esperarlos. Mi reino no enviará ninguna tropa hasta tener información específica. —murmuró uno de los reyes menos interesados en el tema.

—¡¿Esperas que desprotéjamos el Valle Tyop? ¡Si perdemos esa posición todos nuestros reinos estarán bajo su dominio!

—No sacrificaré más de mis habitantes. —volvió a repetir el rey.

—Comandaré la expedición de reconocimiento. —afirmó con determinación Francisco Wilson, padre de Bellota y general del ejército del Norte. —Conmigo al frente, no fallaremos. —el silencio se hizo presente en la habitación. —Nos alistaremos lo más pronto posible y zarparemos para cumplir el deber. —hubo un silencio entre todos los comandantes, reyes, ministros y secretarios. Los hombres con edad ya vivida se miraban los unos a los otros, formando un acuerdo visual que muy pocos podían interpretar. Nadie se negó a la petición de Francisco, todo lo contrario. Estaban de acuerdo que el mejor para encargarse de esto era él con su conocido ejército del Norte. Brick miraba sin poder creer lo que el padre de su ahora amiga había dicho. Bellota seguro estaría devastada después de escuchar la noticia. La idea de que ella perdiese a otro familiar, destrozaba a Brick. Sin embargo él no podía hacer nada para hacer de cambiar a los oficiales que estaban en la junta.

Al terminar de establecer ciertos detalle con la nueva misión que se haría, firmaron un acuerdo que representaba los ideales de cada reino. Se terminó el documento con la fecha del mismo día. Todos los presentes se despidieron dejando la sala vacía y el tratado firmado con el secretario principal del rey Thomas. Brick fue el último en salir. Realmente quería hacer cambiar de opinión a Francisco pero ya era muy tarde. Él era tan o igual de testarudo que su hija, y no iba ceder además de que el acuerdo ya estaba establecido.

Desvío su camino hacia la biblioteca. A esta altura no podía hacerse cargo de ninguna de sus responsabilidades, ni siquiera responder cartas hacia sus subordinados destinados a las exploraciones a su cargo. Necesitaba leer un poco de sus novelas favoritas. Caminaba con sus manos detrás de su espalda, pensante. Saludaba correctamente a aquellos que también lo hacían. Al llegar a la puerta gigante de la biblioteca, suspiró y la abrió. Allí podría estar tranquilo, ni sus hermanos iban ahí. La biblioteca del castillo de Lyendor era realmente espectacular, nadie lo podía negar. Tomó un libro al azar de una estantería también al azar. En la tapa del libro, había una mujer pelirroja como Beverly. Al instante pensó en ella. Era mucho más bella que la mujer retratada en la cubierta del libro que recién había tomado. De repente deseó que ella estuviera allí con él, tal vez para aliviarlo o quizás solo para platicar. Cómo si hubiese sido por arte de magia, ella estaba ahí, observándolo, analizándolo. Él dejó aquel libro y le sonrió.

Princesas por casualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora