Capítulo 19

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Butch bajó de su caballo una vez que llegó a los límites de del reino de Lyendor. Le dio las riendas de su corcel a uno de los soldados que lo seguía caminando. Vio el suelo. El barro ya estaba seco. Lyendor se caracterizaba por ser un país con un clima templado. Durante el día, el clima era cálido y seco, pero durante la noche era más fresco y húmedo. Butch se agachó para ver mejor las huellas. Estaban borrosas a pesar del barro seco. Eso lo estaba confundiendo. Se levantó y dirigió su mirada a la entrada del bosque. Ya los reportes había sido bastantes, y los rumores y miedos habían sido lo suficientemente fuertes para que algunos agricultores dejaran sus trabajos.

—¿Cuántos son los cadáveres? —habló por primera vez. El soldado tragó con dureza antes de hablar.

—Son diez, el mes pasado fueron seis. —dijo con la voz temblando y con nervios.

—Mmh, —murmuró. —llévame para verlos. —hizo una señal para que algunos soldados los siguieran.

Caminaron cerca de la acequia, un tipo de pozo que servía como sistema de riego. Allí un poco más alejado, se encontraban varios cuerpos cubiertos por una lona de color beige manchada con sangre. Estaban apilados unos contra otros como si fueran animales, o peor, menos que ellos. El olor era repulsivo, pero Butch no se veía inmutado. Ya estaba acostumbrado a la sangre. Se escuchan algunas moscas zumbar cerca de ellos. El príncipe hizo puntitas cerca de los cuerpos. Destapó el primero que tuve a su alcance. El rostro estaba cubierto por barro y sangre seca. Los ojos estaban cerrados, pero el cuerpo estaba desgarrado. Marcado con garras por todos lados, se podían incluso ver mordidas grandes y profundas.

—¿Alguien reportó algo? —preguntó concentrado aún en el cuerpo. El cuerpo desnudo lentamente se pudría.

—No, su alteza. —respondió con seguridad ante la pregunta. Butch alzó su mirada hacia el bosque, el cual quedaba más allá de las acequias. El príncipe hizo una señal antes de volver a hablar.

—Verifiquen el perímetro, y las entradas del bosque. Reportarme cualquier cosa extraña. —dio la orden, tapó el cadaver y se levantó.

—¡Sí, su alteza! —dijeron cuatro de los cinco soldados reales. Se dirigieron al bosque cumpliendo lo ordenado.

—¿Realmente cree que fueron animales, señor? —preguntó con cierto nerviosismo en su voz, el quinto soldado.

—No, esto fue otra cosa. —murmuró tratando de no decir más detalles sobre el asunto. No quería ser alarmista, debía seguir investigando pero también tomar medidas adecuadas según la problemática. —Envíenme un reporte cuando terminen. —decía mientras se dirigía a su yegua. Se subió a su montura antes de despedirse del soldado.

—¡Sí, su alteza!

—Y no me decepcionen. —ordenó con su típico tono frívolo y demandante. Empezó a trotar con dirección al castillo tan pronto se subió a su caballo. Apenas recibiera el reporte debía darle más detalles a su padre, quién estaba finalizando con los asuntos de la campaña en el Sur. El camino por el pueblo había sido más rápido de lo normal, a pesar de haber tanto movimiento por las nuevas tropas. Su primera parada fue el establo real. Dejaría a su yegua antes de ir al palacio. Cuando se trataba de sus pertenencias era cuidadoso, pero cuando se trataba de su corcel era perfeccionista. Su más preciada joya. Los ayudantes iban y venían con heno y alfalfa, también cargaban con algunos barriles con agua fresca. Ya bajado de su purasangre, caminó hasta su box, en la zona de la realeza. Encerró a su yegua, Casey, y ordenó que el agua fuera fresca y limpia. Hubiese ido directamente al palacio sino fuese por la voz de Bellota, que la reconoció casi al instante. La vi muy entretenida con uno de los sirvientes del establo real.

—Mitch, por favor. Sólo será un rato. —le suplicaba Bellota con las manos unidas y con tono de súplica. Butch frunció el ceño. Nunca había visto a un noble suplicando por un siervo. El simple hecho le cortó la garganta del desagrado.

Princesas por casualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora