Capítulo 2

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Burbuja ya iba por su cuarta copa de vino tinto. Seguía sentada en esa mesa redonda viendo los grandes bailes de esa noche. Algunas canciones ya las había escuchado, la misma sinfonía, los mismos instrumentos y hasta las mismas voces. Para ella la noche ya había perdido emoción, mejor dicho, nunca hubo emoción alguna. Tenía ganas de taparse con las sabanas de seda y acurrucarse en su almohada, pero eso era imposible, bueno hasta que Bell decidiera si ir a dormir o seguir con el baile. Y por el momento la segunda opción era la que ganaba. Bell no paraba de saltar y bailar por doquier, pareciese que sus problemas se habían borrado. Ojalá fuese así de sencillo.

Movía de un lado a otro su copa, viendo detenidamente las últimas gotas de vino balanceándose de aquí para allá. Sentía que sus párpados pronto se caerían si no se iba urgente a la cama. Sí realmente estaba cansada, no sabía si por el viaje largo o por las cuatro copas de vino que se tomó en toda la noche. Había contado los colores de cada vestido para entretenerse mientras esperaba la hora feliz, y no sólo eso, ya los había clasificado. Su corsé le estaba apretando demasiado para su gusto y sus pies ya no los sentía por los molestos tacones. Lo que hace una chica para estar linda. Se concentró en la silla que estaba enfrente suyo al ver que Blanca se sentaba cansada.

—¿No es precioso? —interrogó la joven admirando toda la decoración.

—Sería más aún si estuviese con los ánimos altos. —dijo Burbuja con una sonrisa triste, ya ni siquiera se esforzaba para aparentar que disfrutaba de la cena.

—Sí, te vi un poco recaída, ¿sucedió algo?

—No. Nada. Sólo estoy casada. Quiero estar en mi cama...

La joven suspiró y miró alrededor de la gran habitación. No conocía a nadie de allí, excepto al rey, su sobrina y a los hijos reales, aunque sólo sabía puros rumores porque nunca les había dirigido alguna palabra. Lo que no podía negar era que tenían un gran atractivo.

Blanca no volvió a hablar. Como había escuchado a Burbuja, sabía que no era el momento para seguir con la conversación.

—Blanca, ¿me puedes hacer un favor? —preguntó entusiasmada la rubia.

—Claro, el que sea.

Burbuja se mordió el labio antes de decir alguna palabra. Sabía que lo que estaba por hacer no era lo correcto pero no quería permanecer el resto de la noche ahí sin hacer nada. Se acercó al oído de su compañera y le susurró:

—Mi corsé se está desatando, sólo necesito unos minutos para ajustármelo. Tú podrías cubrirme, ¿no?

Sí, se estaba aprovechando de la confianza de su amiga pero, ¿podía hacer otra cosa sin parecer sospechosa?

—Eh... sí, no te preocupes. Pero por favor, vuelve rápido.

Burbuja asintió y, con paso rápido, salió de la reunión. Antes de ir a su habitación tenía que pasar por la cocina y luego por las escaleras. Frenó de golpe cuando escuchó ollas y sartenes cayéndose haciendo un ruido seco y rudo. Al estar cerca de la puerta esperó ver más velas, había una al principio de la habitación y otra en la puerta trasera. La sorpresa fue más cuando no vio a ningún cocinero o cocinera. Le perturbaba un poco la situación; pocas velas, ningún cocinero y ruidos de ollas. Podría tratarse de un ladrón o de un simple gato.

—Señorita, ¿qué está haciendo? —se sobresaltó cuando la pregunta llegó de repente a su oreja. Se dio vuelta y analizó con discreción a su interrogador; ojos claros, cabello con ondulaciones y unas vestimentas muy finas. —Le voy a volver a preguntar, ¿qué está haciendo?

Princesas por casualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora