(Antoine Devine).

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«Maldito, hijo de puta» me repetía una y otra vez mientras que trataba con el sumo cuidado limpiarle las heridas del rostro a lady Banks

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«Maldito, hijo de puta» me repetía una y otra vez mientras que trataba con el sumo cuidado limpiarle las heridas del rostro a lady Banks.

Cuando entré en su habitación y vi la pierna del maldito lord Hugh encima de la cabeza de lady Banks, sentí por primera vez en mi vida la sensación de querer desgarrarle cada uno de los miembros del cuerpo a un hombre, pero ése, no era un hombre, era un maldito engendro.

Iba a proceder a limpiar su nombre de la faz de la tierra, hasta que me vi sorprendido por la prontitud del señor Banks que, al parecer, no pensó dos veces en matarlo. Lo siguiente que vino después de ese sentimiento, fue la gran preocupación y dolor por el estado en que encontré a lady Banks, verla retorcerse de dolor en el suelo, encima de un pequeño charco de sangre que emergía de su cabeza fue lo más devastador para mí.

Me concentré en ella, la levanté en mis brazos y me desconcertó más ver como aquella dama, a pesar de estar herida y profundamente adolorida, se zafó para impedir que su hermano cometiera un terrible error. Eso, hizo que me sintiera de nuevo orgulloso.

Así era lady Banks cuando la cortejaba, era valiente, no temía decir lo que pensaba, ni velar por el bienestar de quién lo necesitaba. Esa misma a la que me hicieron creer durante cinco eternos años, que se había casado con otro por simple interés, esa misma que ahora me dirige una mirada cargada de furia y resentimiento mientras trato de enmendar con mis acciones, el dolor que pude haberle prolongado.

–Ten piedad, Ágata –la miro con ternura.

–¿Acaso la tuvo usted señor Devine?

Suspiro.

–A ambos nos hicieron creer dos versiones diferentes...

–Entonces los tres años que me conociste no fueron suficientes para poner en duda lo que te decían sobre mí –responde al parecer exaltada.

–¿Qué querías que hiciera? –mi enfado se hace presente– Levantarme después de tres días sin poder abrir los ojos, con la cabeza aún inflamada y escuchar semejante noticia después no era fácil.

–Debiste buscarme... –susurra ella.

–No. –dije– mi orgullo lo impedía.

–Eres un...

–Sí, sea lo que sea que vayas a decir mi señora, lo soy. –digo firme– y ahora me arrepiento, ahora sé la verdad Ágata y voy a hacer lo posible en mis manos para solucionar esto.

–¿Qué va a solucionar señor Devine? –sonríe de forma irónica– ¿Mi matrimonio? Porque es imposible a menos que mate a lord Hugh.

–Nada es imposible...

Ella me mira incrédula, no hace falta sino volver a ver sus moretones para que el coraje, la ira y todo lo demás se arremoline dentro de mí. ¡Cuánto deseo matar a ese canalla!

LO QUE NOS HICIERON CREER © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora