(Antoine Devine, 1825)

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Después de pasar cinco eternos años fuera de York, los asuntos de mis hermanos empiezan a complicarse pues ninguno ha conseguido esposa aún

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Después de pasar cinco eternos años fuera de York, los asuntos de mis hermanos empiezan a complicarse pues ninguno ha conseguido esposa aún. Lo más inquietante es que mi padre está obligando al mayor –Amadeo– a casarse lo más pronto posible con una gran heredera o si no... o si no –así dijo–, nos dejaba sin dote a Amílcar y a mí.

Hace cinco años, se le ocurrió la grandiosa idea a lady Farell de que viajara a Oxford a realizar un estudio profundizado en finanzas, ya que estaba joven y podría aprovechar el tiempo, según la muy señora de tercera edad, cuando en realidad, en ese entonces tenía ella veintiocho años de edad.

Fue en ese preciso día, que me enteré que mi amada –pero al parecer, muy interesada futura esposa– se estaba casando con otro.

No tuve más alternativa que aceptar su propuesta. Era mejor irme con el corazón destrozado a quedarme a ver como lord Hugh se paseaba a lady Banks delante de mí y de los míos, llevándome al borde, posiblemente provocándome a desafiarlo en duelo a muerte por ella. Y no, no valía la pena. Lady Banks no lo valía.

La cortejé tres años, fuimos muy cercanos e incluso amantes enamorados, pero jamás divisé en ella una persona de intereses ocultos, tal vez el hecho de que su familia estaba pasando por una crisis económica –según lady Farell– la obligó a no decirme nada durante el tiempo de cortejo por miedo a que la rechazara o me diera cuenta en ese instante que tenía un interés más que romántico hacia a mí.

Tan solo de pensar los momentos que la tuve en mis brazos, de las caricias que nos brindamos, de los besos que exploraron lugares prohibidos y sentir que todo fue falso, me inunda el rencor. ¿Cómo pude ser tan imbécil y entregarle mi corazón de esa forma?

–Antoine –mi hermano Amílcar entra en la habitación– si sigues así, dañarás la corbata.

Le lanzo una mirada furibunda desde el espejo, suspiro y empiezo a debatirme si dejar o no la corbata sin nudo, trato de calmarme. Llevo un día de vuelta en York y ya estoy exasperado.

–Adivino... –interrumpe Amadeo.

«Genial, reunión de hermanos»

–Es por Ágata –prosigue, cruza los brazos.

–Touché –dice Amílcar.

Suspiro.

–Lo que me faltaba, que los dos hombres más irritantes de la familia, vinieran a recordarme la desgracia que estoy a punto de evidenciar con mis propios ojos –alzo los ojos al cielo, mientras nuevamente intento hacerle el nudo a mi corbata.

–No te pongas sentimental, Antoine –dice Amadeo sonriendo.

Amadeo Devine, mi hermano mayor, heredó el cabello café oscuro de mi madre y sus ojos cafés, él se ha dedicado al comercio de sus obras de arte, ahí donde está de pie, es un reconocido artista de York. Por el otro lado está Amílcar Devine, nuestro hermano intermedio, quién también heredó los rasgos maternos, se dedica junto conmigo al manejo de los negocios financieros desde que llegué a Oxford, lo que me motivó mucho más a seguir estudiando en ese sitio y no sucumbir ante el deseo de regresar y secuestrar a lady Banks. Sin embargo, heme aquí.

LO QUE NOS HICIERON CREER © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora