Las lágrimas acuden a mí como unas hienas acuden a una presa para devorarla. Así es como se siente una cuando su mundo se derrumba y no sabe cómo controlarlo. Todo se escapa de tus manos, unas manos temblorosas por la tristeza y el miedo que sientes al ver aquello. Cuando te miras en un espejo y ya no te ves reflejada, sólo ves una imagen borrosa de lo que antes era nítido. Las lágrimas que te caen por las mejillas son las culpables. Ellas te impiden ver, pero para que mirar si nada de lo que tienes delante te hace bien o te ilusiona, sólo hace que sufras más. Estoy cansada de ver que las cosas no mejoran, cada vez me hundo más en mí misma, en ese pozo que hay en mi interior y temo que algún día ya no pueda salir de lo alejada que estoy del exterior. Una vez que empiezas, tú misma sabes que no puedes volver atrás, no puedes parar. Y la razón es fácil, llevas mucha carga en tu interior y no sabes como manejarla hasta que te supera y te aplasta y sinceramente yo ya no me siento ni palpable.