Capítulo 7

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Jonathan

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Jonathan

¿En qué momento llegué a dejar mi trabajo por detalles como esos a una mujer? No lo entendí hasta abandonar la cocina, después de comer y tener esa charla tan jodidamente caliente. Me recosté sobre la pared de su casa y recordé esos calientes labios, lamiéndolos. Solo quise escapar, desde de nuestro beso no he dejado de soñarla y me excita de solo pensarlo. No han sido días fáciles. Con solo verla leer mientras sus piernas estaban todas al descubierto, la recorría con la mirada de un león hambriento. Se veía jodidamente sexy siempre. Era como si la hubieran bronceado tan bien. Era una ilusión tan exquisita que me dan ganas de volver, besarla y follarla como un maldito demente. Tener pensamientos así, tan retrogradas hacían perder mi cabeza en este maldito lugar.

Coloqué las manos en mis bolsillos y vi que tenía dinero, lo suficientemente bien para hacer una estúpida llamada. Me acerqué al único almacén que tiene este olvidadizo pueblo y ahí encontré una chica guapa detrás del mostrador. No se asemejaba a la sirena, pero era guapa. Me acerqué con rapidez y ella sonrió amigablemente.

—Nunca te había visto por acá, ¿En qué te puedo ayudar? —Preguntó y se mordió su labio inferior.

—¿Sabes si esta semana llega un transporte? —Pregunté neutro, la mujer no me atraía para nada—. Lo necesito con urgencia.

Su risa fue de improviso, dejándome un tanto impactado por su forma de hacerlo.

—Perdóname —Puso una mano sobre su boca, evitando seguir riendo—. Guapo, aquí no hay de bote en dos semanas más. No hubo ningún aviso de que viniera uno, más cuando la tormenta fuerte de primavera llega a eso de la noche.

—¡Maldita sea! —Bramé al tomarme el cabello y pensé en ese cabrón de Thomas. Desde hace mucho que no ha parecido en la casa de su hermosa prometida y eso me desconcierta más. Sé que es un hombre de trabajo, pero es una mierda de novio.

—¿Quieres algo más? —Arrugué las cejas, desentendido.

—¿Tienes teléfono?

—Claro —Desvió sus ojos la a esquina y siguió con una revista en sus manos—. Tienes que colocarle monedas y suerte, los vientos pronto comenzaran.

—Te cambio —Le pasé cinco dólares y ella me entregó monedas—. Gracias.

Maldita sea este jodido pueblo. Me acerqué lo más pronto posible a la cabina de teléfono y lo tomé, marcando a la empresa de la familia. Joder, me estoy volviendo loco en este bendito pueblo. Primero que nada, casi muero en el medio del océano pacifico, luego llegar una mujer hermosa y me hace querer encapricharla, y ahora no hay un bote hasta dentro de dos semanas. Bendita la jodida hora en la que llegué a parar en este pueblo de cuarta. Esperé y esperé a que esa jodida antena de mierda hiciera contacto con la secretaría de mi padre, Mary. Por suerte contestó en el primer llamado.

No culpes al deseo (disponible solo hasta el 18 de Marzo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora