Un cruel accidente fue la perfecta combinación que necesitó la sirena para caer en los encantos de un hombre de unos ojos profundamente azules. Su tiempo era reducido, aquel día en que estuvo preparándose meses y meses le pisaba los talones, pero ¿C...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Los siete días que he estado en aquel lugar me recurada profundamente el tener una familia. Esos sentimientos han regresado con fuerza como la vez en que traigo a mi cabeza a Jonathan. Con solo ver una simple fotografía no dejo de pensar en lo hermoso que era todo allá; nuestras discusiones, el deseo y el incesante pensamiento de tener todo en claro cuando en verdad todo juicio se nubla. No dejo que mi mente duerma tranquila por las noches y cuando despierto, aún pienso en él.
Aquí justo cuando creí que todo volvía a caer crudamente a mis pies, esta linda familia me acogió. El señor Arthur Coleman, porque él si era real, nunca quiso que me fuera, desde el primer día que intenté salir, él me lo impidió casi suplicando y la señora Ana me lo prohibió. Lo cierto es que mi mayor tiempo era al lado del señor Arthur cuidándolo como señora Ana, especificó. Ese era mi cambio a una habitación acogedora y comida, aunque ni siquiera llega a equipararse. Lamentablemente, comprendí que mi tiempo en esa casa no era tan extenso como creí. Esa parte interior de mí, dice que solo soy un estorbo para la familia. He intentado varias veces irme y buscar trabajo con desesperación, pero no me dejan salir hasta reunir los antecedentes míos. Los jefes de la señora Ana, por lo que entendí son demasiado poderosos en varios ámbitos.
—¿Quieres traerme las hortalizas de la nevera? —Dejé de jugar al ajedrez con el señor Arthur y miré a Ana con una sonrisa—. Las necesito.
—Sí, por supuesto. ¿En el mismo lugar que me indicó ayer? —Asintió.
Me dirigí por ese estrecho pasillo que lleva a la despensa grande que tienen, y en un inmenso refrigerador encontré lo necesario para hacer una sopa de verduras. Volví con los brazos repletos de vegetales. Ana se sorprendió y me ayudó con ellos, pero sin querer uno rodó por toda la cocina hasta irse por el umbral. Gateé con fuerza y justo cuando lo iba a tomar, unos zapatos formales me llamaron bastante la atención. Subí la vista sorprendida y tragué saliva al verlo por fin. Él tomó el vegetal rojo y me ayudó a levantarme. Nos miramos y en ese entonces noté lo negros que eran sus ojos, tanto como ese cabello rizado de color castaño oscuro que le asentaba.
—Luka, ¿verdad? —Pregunté con cierta timidez.
—Es un gusto, ¿Samantha? —Asentí con las mejillas un tanto rojas—. Me daba curiosidad conocerte. La nana me habló de ti y quise venir lo más pronto a conocerte y saber porqué mi abuelo te nombra tanto Isabela —Arrugué las cejas y él tomó un mechón de mi cabello trenzado, rozando levemente mi mejilla izquierda—. Esos rasgos son similares a ella... Creo que encontré la razón.
—Desearía saberla, porque ni siquiera yo lo sé —Confesé tímida y se carcajeó de repente.
—De seguro la sabrás pronto —Me pasó el vegetal y regresé a la cocina con su compañía—. Hola, familia y media.
—Hola, pequeño —De pronto Ana saltó en medio de la cocina, se volteó y le dio un gran abrazo a Luka.