Amanda despertó en el borde de la cama de su esposo. Afuera las enfermeras se organizaban para suministrar la primera ronda de medicamentos y para asistir a los pacientes en el baño matutino.
Se levantó y se estiró un poco tratando de aliviar su adolorido cuerpo, el dolor de espalda era particularmente intenso esa mañana así que buscó en su bolso algunos analgésicos. La botella de agua estaba vacía y tuvo que dirigirse al oasis de la sala de espera.
Cuando volvía a la habitación, Lucas apareció por el pasillo hablando por teléfono. Se veía ocupado, así que Amanda solo hizo un gesto con la cabeza para saludarlo, pero él se detuvo, le dio un beso en la frente, le susurró un «buenos días, linda» y luego siguió su camino. Amanda volteó hacia atrás para verlo una vez más y se topó con que él también la observaba sonriendo.
Entró en la pieza de su esposo, las enfermeras ya habían empezado a suministrarle los respectivos medicamentos. Las saludó y se metió al baño para arreglarse un poco mientras ellas terminaban con la rutina. Al verse al espejo le sorprendió cómo su rostro parecía haberse iluminado a causa del saludo de su amigo el doctor López.
Al principio todas las confesiones que él le había hecho la hicieron sentir halagada, era como si su orgullo hubiera sido reivindicado y eso se sentía muy bien. Pensó que era sólo eso: satisfacción, el placer que siente cualquier persona al saberse agradable a otro.
Pero los días siguieron pasando y a la luz de las últimas revelaciones, fue descubriendo detalles del comportamiento de Lucas que siempre habían estado allí, pero que ella no había notado o comprendido antes.
Fue como si una venda hubiera sido quitada de sus ojos y al fin lograba ver con claridad lo especial que era el trato que él daba respecto a otras personas, los nervioso que a veces se mostraba cuando estaban juntos, cómo se guardaba algunos comentarios con tal de mantenerla a gusto, cuanto se esforzaba por hacerla reír, cuanto cariño había en sus abrazos, cuanto deseo en esas caricias que antes le parecían inocentes. Ese interés que él no podía esconder la hacía sentir muy especial y empezó a volverse como una droga, peor aún, empezó a volverse mutuo.
Sus encuentros ya no eran solo casuales, también los propiciaban y cada vez eran más frecuentes. Pequeñas charlas entre una labor y otra, mensajes, algunas comidas apuradas, meriendas de media noche en el balcón de la cafetería en las que Lucas la ponía al tanto de todos los chismes del hospital y la hacía reír con su humor negro.
Desafortunadamente a Amanda le importaba demasiado lo que las otras personas pudieran pensar de ella y se esforzaba por ocultar la atracción que sentían por el apuesto doctor.
Si conversaban dentro de alguna clínica, ella se aseguraba de dejar la puerta abierta; si se sentaban a la mesa, ocupaba el lugar opuesto a él. Siempre buscaba la manera de que sus interacciones se vieran inocentes. Trataba de mantener la distancia porque cada vez que se acercaba demasiado, Lucas terminaba abrazándola o llenándole las mejías y la frente de besos.
Se sentía feliz cuando estaba con él, por esos breves momentos lograba olvidar su difícil realidad. Pero luego seguían unos horribles episodios de culpabilidad en los que sentía que no era correcto sentirse bien en aquellas circunstancias; sentía que le estaba fallando a Bruno y que era una persona terrible.
A ratos le parecía que todos la veían y la juzgaban en secreto, que todos sabían lo que sentía por Lucas. Su madre había desempolvado la vieja mirada de reprobación, Amanda intentaba pensar que sólo era por su sexto sentido madre y no porque ella estuviera haciendo algo malo. Aun así, por precaución, ella casi no hablaba con Lucas cuando había presente alguna visita y cuando él entraba a la habitación de su esposo, ella siempre buscaba alguna excusa para salir, era como si sintiera que Bruno la observaba aunque él ya llevaba más de cinco semanas sin mostrar ningún tipo de respuesta a lo que ocurría a su alrededor.
En ocasiones había deseado que todo acabara de una vez para poder seguir adelante con su vida, pero estos pensamientos, aunque involuntarios, la hacían sentir despreciable.
Una mañana, se lavó cara y los dientes, se arregló el cabello y volvió al lado de Bruno. Se puso de rodillas junto a la camilla, y como cada mañana hizo una oración mientras sostenía la mano inerte de su esposo. Al terminar se inclinó y lo besó gentilmente, primero los labios y luego en el hombro. Tomó su cartera y se dirigió a la puerta, pero entonces algo la impulsó a volver la mirada. Su corazón dio un tremendo salto cuando vio que Bruno tenía los ojos abiertos, clavados en el techo de la habitación.
Corrió hacia él y sostuvo su cara con ambas manos mientras intentaba comprobar si lo que veía era cierto. Sus bellos ojos grises seguían abiertos y parecían mirar hacia arriba con atención. Lo besó una y otra vez sollozando de alegría y luego se dirigió a la puerta gritando desde el umbral que su esposo había despertado.
Las enfermeras entraron en la habitación sobresaltadas y ella se apartó para que pudieran revisarlo, Lucas y otro doctor entraron unos momentos después y empezaron a revisar los ojos de Bruno con una linterna.
Ella observaba llorando de emoción, pero el ir y venir del personal dentro de la habitación la obligó a apartarse hasta que terminó saliendo al pasillo.
Tomó el teléfono y empezó a llamar a todos para darles la noticia entre espasmos de llanto y risa. Entonces, el otro doctor le hizo señas desde adentro para que se acercara, ella acudió de inmediato y en la puerta se topó con Lucas, quien simplemente la esquivó y salió de la habitación con la cabeza baja, sin voltear a verla. Un aguijonazo de dolor atravesó su pecho, pero lo único que le importaba en ese momento era Bruno.
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AMIGOS SIN DERECHOS
RomanceEl esposo de Amanda ha quedado en coma luego de un accidente en motocicleta. Por casualidad su marido, queda bajo el cuidado del Doctor Lucas Lopéz, quien solía ser el mejor amigo de Amanda, alguien por quien ella sentía una fuerte atracción y un...