Prologo

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La suave y cálida luz iluminaba el rosado cuarto donde la pequeña niña seguía despierta a altas horas de la noche. Sus pies se retorcían al final de la cama arruinando la perfección de las sábanas. Subiendo y bajando formaban burbujas de aire que causaban en la niña una dulce risa. Esta retumbaba por el extenso pasillo transportando ese tierno sonido a todos los rincones del castillo.

De pronto sus carcajadas cesaron. Inmediatamente la pequeña saltó de su cama, apresurándose para apagar la luz y sumergirse en la inmensa oscuridad que ahora era su cuarto. Corrió a su cama y se cubrió con las desordenadas sábanas pretendiendo que dormía. El silencio era absoluto salvo por el chasquido de un cascabel que ahora reemplazaba la risa de la niña. Ella sabía lo que significaba. Se estaba aproximando.

Apretujó con fuerza sus ojos mientras la puerta crujía al terminar de abrirse completamente.

—Alaia... sé que estás despierta –habló la figura que se encontraba apoyada en el marco de la puerta. A pesar de haber escuchado su nombre la pequeña hizo caso omiso a la llamada–. Alaia, no me hagas entrar. – Entreabrió los ojos y confirmó su sospecha. La luz había sido encendida. Inmediatamente volvió a cerrarlos.

Percibió cómo la figura comenzaba a moverse hacia ella. Contuvo la respiración y se quedó quieta, deseando que la sábana la volviera invisible. Sintió cómo le arrebataban las colchas de encima dejándola así al descubierto; entonces no pudo contenerla más y estalló en una larga risa.

—¡Sabía que estabas despierta! –dijo la madre de la niña mientras le hacía cosquillas. Se retorció en la cama tratando de zafarse de las rápidas manos de su madre.

—¡Basta!, ¡basta! –gritaba entre risas. Poco a poco la escena se convirtió en un cálido abrazo familiar.

—En fin –dijo Alcira, madre de la pequeña, colocando un beso en su frente–. Hora de dormir –continuó mientras se dirigía hacia la puerta.

—No, mami, no puedo dormir... ¿Podés contarme una historia? – pidió Alaia entusiasmada. La niña sabía cuál sería la respuesta de su madre, un rotundo no. Ella ya le había contado tres historias antes, pero ninguna consiguió conciliar su sueño.

—Porfa, porfa, porfa, mami –rogó con cara de angelito–. Prometo dormir después de esto. –La madre caminó hacia su hija mientras la examinaba de arriba abajo.

—¿Lo prometés? –preguntó. Alaia extendió su pequeño meñique hacia su madre.

—Pinky Promise –dijo sonriente, mientras Alcira correspondía el saludo.

—Bien, haceme un lugar. –La niña se deslizó entre las sábanas mientras su madre se metía en la cama–. ¿Qué princesa será hoy?

Alaia abrió su boca lista para contestar. Sin embargo, al instante volvió a cerrarla. Su sonrisa se había esfumado y su mirada se fijó en el horizonte del paisaje que enmarcaba la ventana de su cuarto. La madre, que hasta entonces la había estado observando atentamente, se percató de esto y siguió la mirada de su hija preocupada. Al terminar de examinar con detallado cuidado qué era lo que podría estar desconcertando a su pequeña, volvió la mirada hacia su hija y, acariciando suavemente su cálida mejilla, le preguntó:

—¿Qué pasa, mi amor? –Su tono de voz demostraba la preocupación que tenía por su hija. Esta bajó la mirada. Al cabo de unos segundos la dirigió hacia su querida madre. Sus ojos demostraban tristeza y la obligaban a decir la verdad.

—¿Por qué estamos en guerra? –preguntó. Los ojos Alcira se abrieron como platos. Estaba sorprendida... paralizada. Tartamudeó unos segundos buscando la respuesta correcta. Suspiró ordenando sus pensamientos.

—Ya sé qué historia te contaré hoy –dijo mientras reía apenadamente.

Moon Night Donde viven las historias. Descúbrelo ahora