Capítulo Veintidós

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Examinábamos atónitos el reloj. Antes de que lo supiéramos ambos estábamos armados, listos para atacar. Entre las penumbras de la cocina buscábamos, exhaustivamente, la sombra. Se había colado en la casa y estaba en el mismo cuarto que nosotros. Sentía cómo mi espalda rozaba los omóplatos contraídos de Félix. Mis pupilas recorrían el cuarto preocupadas. Éramos Félix y yo contra ella; el resto descansaba plácidamente en su cama, disfrutando de una noche de sueños de la que fuimos privados.

Ya no respiraba por la nariz, mi aire transitaba por otra parte. Inspiraba por la boca deshidratando cada centímetro de mi garganta; la convertía en un seco y caluroso desierto. La creciente incomodidad me ponía más nerviosa, pero no podía desconcentrarme. Debía mantener todos mis sentidos alerta. Cualquier movimiento sospechoso sería digno de una flecha.

Sostenía la cuerda del arco fuertemente contra mi mejilla. Me sentía acalorada, pero el acero de la soga calmaba el creciente calor en mi rostro. Estaba helada, parecía que hubiera estado guardada en un sótano frío y húmedo al que nadie ingresaba. A diferencia del morocho mi respiración era rápida y entrecortada. La suya parecía tranquila... no estaba alterado; como si lo que estaba sucediendo fuera algo de todos los días, algo cotidiano.

Examiné el salón una vez más. Félix había decidido vigilar la mayor parte de la cocina dejándome con la porción más pequeña. Escaneé la habitación con cuidado. Nada. Pese a que solo contábamos con la tenue luz estoy segura de que al menos algún movimiento sospechoso hubiera captado. Tragué pesadamente los nervios y la saliva que se acumulaba debajo de mi lengua.

—¿Ves algo? –quise saber.

—No –respondió casi automáticamente–. ¿De tu lado? –Negué, pero recordé que no podía verme y las letras "n" y "o" escaparon de mis labios.

Al cabo de unos segundos de continuar alerta me permití bajar mi guardia. No creía que la entidad estuviera acá. En cuanto rompí el contacto con la espalda de Félix este volteó a mirarme.

Ya no me encontraba lista para atacar. Llevaba el arco en mi mano derecha, de forma baja, y la flecha que iba a lanzar en mi otra mano. En cuanto el morocho me examinó se relajó un poco, pero no completamente. Aún mantenía los cuchillos firmes a sus costados, listo para utilizarlos.

—No hay nadie –hablé rendida–. El reloj tiene que estar fallando –aseguré, pero él negó inmediatamente.

—Imposible, los inventos de Zelina jamás fallan –garantizó.

—Siempre hay una primera vez para todo –apoyé mi arma sobre la frágil mesa de cristal y caminé los pocos pasos de distancia que quedaban entre ambos.

Estábamos frente a frente. Gracias a mi estatura debía empujar la cabeza ligeramente hacia atrás para verlo a los ojos. Un fuego consumió mi ser; comenzó como un simple cosquilleo en la punta de mis labios y se extendió casi inmediatamente por mi garganta.

Lo ignoré.

No era tiempo para pensar en eso.

Entrelacé mis dedos en su muñeca y la llevé a la altura de nuestrosojos. Nada había cambiado. Los dos puntos seguían desplegados en la luminosa pantalla, solo que esta vez la sombra parecía confundida. No paraba de caminar... o flotar, o lo que fuera que hiciera.

—¿Ves eso? –Elevé mis pupilas y me encontré con la suyas. Sus ojos azules me miraban curiosos, parecía que la situación le causaba gracia.

Mi respiración se entrecortó.

Estábamos tan cerca que seguro que él también lo notó. De todos modos, actué como si nada sucediera y llevé la filosa punta de la flecha a la delicada pantalla del reloj. La toqué tres veces señalando el punto de color rojo.

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