Capítulo 11 (parte 3)

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La pelirroja caminaba despreocupada junto al Lago de los Muertos que bordeaba el inframundo. Sabía que no tenía permiso para pasar más allá por más de que su amigo, de buena gana, la llevaría a conocer todo su mundo.

Ningún vivo debía tener jamás la posibilidad de mezclarse con las almas de los muertos ni de conocer nada más allá de su vida mortal. Pero eso no evitaba que ella lo mirara todo sorprendida, atraída especialmente por la vegetación. El nictibio la guiaba para que no se perdiera y no la dejaba cruzar más allá de lo permitido.

Estaba de muy buen humor, sobre todo por la esperanza que el Segador había ayudado a despertar en ella.

—Es como mi mundo —dijo, emocionada, luego de perseguir por un rato a un par de luces fatuas inofensivas, que, curiosas, se asomaron a saludarla—, solo que marchito.

—Como es arriba es abajo, reza una ley de la magia para explicar por qué todos los reinos son similares —dijo Noche, despreocupado, encogiendo los hombros—. ¿No te da miedo? —preguntó.

La bruja correteó hasta el cedro seco donde él estaba sentado.

—No veo por qué debería darme miedo —respondió sentándose a su lado—, si tú estás conmigo siento que no hay nada que me haga temer.

—Pero este lugar es frío y lúgubre... como yo —explicó la Sombra de la Muerte. Alana arrancó un ramo de las flores marchitas del suelo, tomó una de ellas y se la puso en el cabello, cerca de la oreja, decorando su cabeza. Luego separó las flores sobrantes y las tejió hasta formar una corona.

—Es verdad —dijo acercándose a él con el tejido en la mano. Lo puso sobre su cabeza, retirando algunas de las plumas de su cabello—, pero también es apacible y bello.

La bruja volvió a sentarse en su lugar al lado de él, jugueteando con las plumas que acababa de tomar.

—Cuando te vas, a veces temo no volverte a ver hasta que muera —confesó—. Tú puedes encontrarme cuando quieras, pero yo no sé cómo buscarte —continuó—. Me pregunté muchas veces dónde podrías estar y cómo podría llegar a ti... Pero eres una Sombra de la Muerte, no se supone que nadie, además de la Dama Blanca, pueda llamarte.

Cuando levantó la mirada para verlo a los ojos, se dio cuenta de que su amigo no había pensado que podría extrañarlo y que se sentiría frustrada al no tener noticias de él. Luego lo vio sonreír para sí mismo.

—Hay una forma —respondió.

—¿Cuál es?

—La Dama Blanca me contacta siempre a través del nictibio que está con nosotros —explicó señalando al animal que reposaba sobre una de las ramas marchitas del cedro—. Puedo enseñarte a llamarlo. entre su bolsa de tela el ámbar verde que compró con el dinero que habían ganado juntos—. Llámalo a él —dijo poniéndolo en su mano—. Dale esto para que yo sepa que eres tú.


Sombra de la Muerte (Completa)(En librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora