La bruja tomó aire antes de responder:
—He escuchado que tienes todo el conocimiento de la magia...
El brujo arqueó una ceja y se acercó un poco más a ella, curioso, sonriendo con satisfacción.
—Mi reputación me precede.
—Me gustaría saber qué puedo hacer para romper el Hechizo de la Hortensia que hay en mí.
Nada más terminó de hablar, el Ermitaño la observó como si la mirara por primera vez, escudriñándola en busca de algo que parecía no encajarle. Frunció el ceño, se acercó más a la bruja y llevó una de sus manos hasta la quijada de la chica, acercándola a él con un dedo.
—¿Y qué me darás a cambio? —preguntó con suavidad—. Todo tiene un precio. Incluso los seres espirituales y los dioses te piden algo a cambio de sus servicios, ¿por qué no habría de hacerlo yo? Es la Regla del Intercambio: yo te doy algo a cambio de que me des algo del mismo valor. —Alana se mordió el labio—. ¿Cuánto crees que vale la información que te voy a dar? —Señaló el pecho de la chica—. ¿Tu alma? ¿Esta vida mortal? —Luego, ante el silencio de la bruja, resopló antes de soltarla—. Está bien —dijo—, dame tu corona, florecita. Como Hija del Bosque todavía dejas mucho que desear, pero no me vendría mal un amuleto de fertilidad entre mis posesiones.
Alana miró de reojo el lugar en el que estaba la Sombra de la Muerte, como pidiendo consejo. A él le hubiera gustado poder sentarse a su lado y ayudarla, pero esto era algo que ella debía resolver por sí misma y él confiaba en ella, en su capacidad de encontrar una solución.
Su amiga se quitó el adorno de la cabeza y se lo entregó al Ermitaño, quien se lo llevó a la nariz para olerlo.
—Sí, está bien. Es un buen pago —dijo finalmente, poniendo la corona en su cabeza antes de tomar un sorbo más moderado de vino—. ¿Sabes siquiera lo que es un hechizo, florecita? ¿O sabes de qué está hecha la magia?
Cuando la hechizada negó con la cabeza, el Ermitaño resopló.
—Vivimos en un universo material formado por el Dios Creador a partir del aliento perfecto del Dios Verdadero, alguien anterior y más puro que el Creador. Por eso, la magia que nos rodea tiene dos procedencias: está la Magia Salvaje que es una reminiscencia del Dios Verdadero, una que no podemos controlar y trata de impregnarse en toda la materia. También está la Magia Material, la de las palabras, la misma con la que fuimos creados y atrapados en este cielo y que pertenece al Creador... Los hechizos como el de la Hortensia son caprichos, grietas en la Magia Salvaje, y distan mucho de los conjuros o maldiciones que pueden lanzar los humanos.
»Estos caprichos son impulsados, a veces, por las manos de un ser espiritual de cualquiera de nuestros reinos del Samsara, como una deidad, una hueste o un etéreo, con el fin de burlarse de aquellos que habitamos el reino de la Existencia Terrenal Visible. Otras veces pueden ser impulsados por el mismo Creador, que juega con todos nosotros, sus almas, como si fuéramos marionetas y otras... bueno, simplemente son una casualidad.
Jugueteó con la corona de flores, haciéndola dar vueltas en su cabeza antes de tomar la alforja de vino y ofrecerle un poco a Alana. Ella se negó, así que él levantó los hombros y dio un largo sorbo.
—¿Dime, florecita, cómo puedes vencer un capricho?
La mortal negó nuevamente con su cabeza.
—Con otro capricho —respondió el hombre antes de suspirar y mirar al cielo al mismo tiempo que acercaba la alforja a sus labios.
—Conozco tus circunstancias, florecita. Aún no tienes idea de lo que es la Dominancia, es decir, el conocimiento de la magia, ni cómo obtenerla, así que te ahorraré tiempo y te contaré un secreto. —Con la mano invitó a la bruja para que se le acercara, pero como ella no lo hizo, fue él quien terminó inclinándose un poco para que lo escuchara. Hablando en voz baja, dijo—: Usa la Lacrima Mortem, el vial que custodia la Doncella del Veneno, la bruja maldita. Bébela y podrás romper cualquier hechizo que albergue tu cuerpo.
Al escuchar el nombre de la Doncella del Veneno, el Segador no pudo evitar moverse en su lugar, causado que el Ermitaño mirara en su dirección y escudriñara a la nada. Apretó los ojos, como si al hacerlo pudiera ver algo que estaba oculto, pero luego sonrió de medio lado, apuró el contenido de la alforja y se levantó para buscar otra más.
—Mira qué mal anfitrión he sido, no te he ofrecido nada de comer —dijo observando al horizonte con la mirada perdida, pero la pelirroja lo rechazó de nuevo con cortesía—. Está bien, tú te lo pierdes. —Volvió su mirada sobre Noche y buscó algo entre las alforjas, rompiendo algunas de ellas en el proceso. Cuando encontró lo que estaba buscando, una vela negra, metió un dedo en su boca y la repasó como si intentara limpiarla con saliva—. ¿En qué íbamos?
—¿Dónde la puedo encontrar? —preguntó la bruja—. La Lacrima Mortem.
El hombre se detuvo y la miró como si la respuesta fuera la más obvia del mundo.
—¿En dónde más estaría la Dama del Veneno si no es en la Isla de las Serpientes? La llaman la Isla de la Gorgona y, si me permites mi opinión, no le queda nada mal ese nombre.
Luego, con el movimiento hábil de alguien que está acostumbrado a hacer eso, lanzó la vela hacia el lugar en el que estaba el Segador. Noche se dio cuenta muy tarde de que el hombre no estaba limpiando la vela sino impregnando un signo con su saliva.
—¿Y tú, demonio, te divertiste escuchándonos? —preguntó el Ermitaño. De su mirada se había ido cualquier rastro de la ebriedad que pudiera tener. La mortal se levantó de su lugar junto al fuego y su vestido blanco flotó, etéreo, haciéndola parecer una ninfa.
El brujo frunció el ceño, observando más detalladamente al ser.
—No, tú no eres un demonio—se respondió a sí mismo, luego abrió los ojos—. Eres una...
La humana dio un paso hacia adelante y tomó a Noche del brazo.
—Tenemos que irnos —se despidió—. Muchas gracias por su hospitalidad.
Antes de que ella pudiera darse la vuelta, el Ermitaño la tomó del brazo, deteniéndola.
—¿Pero a dónde vas, florecita? —Señaló a Noche—. ¿No me vas a presentar a tu acompañante? —Luego sonrió, divertido, acomodó el cabello de fuego de la bruja detrás de la oreja y le susurró—: Veo que no eres lo que esperaba que fueras, Alana, Hija del Bosque... Tienes más recursos de lo que creí. —Hizo un gesto de la cabeza en dirección a la Sombra de la Muerte—. ¿Sabes lo que podríamos hacer con él?
—Suélteme —respondió la pelirroja—. Nos marchamos.
El brujo la obedeció levantando los brazos con las manos bien abiertas y luego las acomodó detrás de su cabeza, en signo de rendición.
La hechizada arrastró a Noche lejos de ahí.
—No haré nada que no quieras, florecita —se despidió el Ermitaño cuando ambos se estaban alejando de la luz de la fogata.
La Sombra de la Muerte sentía la mano de su amiga sudar mientras lo sostenía con firmeza y lo guiaba en dirección al rio. Después se dio cuenta que estaba temblando, pero no logró identificar si era por lo que había escuchado esa noche o por el hecho de que el brujo lo hubiera descubierto a él.
—Vámonos pronto de aquí —suplicó la joven sin soltarlo.
Él le hizo caso, pero, antes de desaparecer, escucharon la voz del Ermitaño resonando en la selva:
—La Lacrima Mortem sirve solamente para eliminar cualquier hechizo que tengas. Pero si en ti ya vive una maldición, un conjuro o cualquier otra cosa, lo potenciará... Pero eso ya te lo dirá tu Sombra de la Muerte.
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Sombra de la Muerte (Completa)(En librerías)
FantasyAlana está hechizada desde que era una niña, por eso vive alejada en el bosque. Cada vez que baja al pueblo sus habitantes la rechazan porque se sienten amenazados por su hechizo. Sin embargo, cuando ya se había acostumbrado a su vida solitaria, un...