Capítulo 11 (parte 1)

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El carruaje real había llegado esa mañana al pueblo y los Sarmiento habían enviado a una de sus criadas con el fin de invitar a Clementina y a su hija a la reunión que harían en honor al recién llegado.

—Alana, alístate para venir con nosotras —había ordenado la dueña de casa y la hechizada le había obedecido. Por eso, en ese momento, ayudaba a cargar los obsequios destinados al virrey como una más de las sirvientas que la bruja principal llevaría para ayudar a atender la reunión.

El cielo estaba tan nublado que la pelirroja sabía que en cualquier momento se echaría a llover, por lo que trataba de apurar el paso para no mojarse. Quienes la acompañaban parecían pensar igual.

Cuando llegaron a la intersección del camino, el mendigo del pueblo salió a su paso con un ramo de azucenas. Se quedó observando un largo rato a Clementina, como si ambos compartieran un secreto incómodo, luego hincó una rodilla en el suelo y extendió las flores hacia Níspero sin retirar los ojos de la mayor de las rubias.

—Hermosa niña de cabellos de oro, ¿me aceptas esta flor para enmascarar tu olor traicionero?

Níspero abrió los ojos con violencia y volvió su rostro a su madre en busca de ayuda.

Clementina estaba tensa, con la espalda tiesa y parecía que en ese momento se estuviera controlando para no golpear al pordiosero. Sin que tuviera que pronunciar palabra, el escudero salió de entre el grupo, tomó al hombre del brazo sin ninguna delicadeza y lo alejó.

—¿Cómo suenan los latidos de tu corazón de hielo? —vociferó el mendigo antes de echarse a reír mientras lo arrastraban por el Camino Real.

*** 

Alana sirvió los pasteles en los platos finos de porcelana que había sobre la bandeja de plata con incrustaciones de diamantes. Luego, como se lo indicó Clementina, esperó hasta escuchar el sonido de la campana para salir de la lujosa cocina de los Sarmiento.

—Vernon entró en la bahía —explicó el hombre con la peluca blanca y la piel maquillada del mismo color. Las mujeres que lo escuchaban lo miraban con incredulidad, emocionadas por el relato—. Nuestros hombres tuvieron que atrincherarse en el castillo de San Felipe. La fortaleza de Bocagrande ya había sido tomada por los ingleses.

Al igual que las otras tres criadas que la acompañaban, Alana se encargó de servir a los invitados. Sin embargo, su curiosidad hizo que prestara atención a la hazaña que el Virrey estaba contando.

Por las habladurías, sabía de la batalla contra los ingleses en Cartagena. La forma en la que el hombre la narraba, con la intención de impresionar a las damas, hacía que el evento pareciera mucho más interesante. Observó de reojo la Cruz de Santiago que colgaba del cuello del Virrey.

—El canalla pensó que nos ganaría, por eso ordenó que los cañones dispararan por mar y tierra el castillo —continuó el hombre—. Rodeó la fortaleza porque quería atacar por la retaguardia, adentro solo quedaban seiscientos hombres de los nuestros...

Una de las damas, con un vestido durazno y un amplio escote, dejó escapar un suspiro de emoción y empezó a abanicarse mientras Alana servía la merienda en la mesa de marfil que estaba a su lado. Toda su atención estaba en la historia que narraba el hombre.

—Pero Vernon nunca contó con la astucia del almirante De Lezo. Para entrar a la fortaleza con la infantería, los ingleses debían pasar por una estrecha rampa que el almirante mandó a taponar con la mitad de sus hombres. ¡Causaron más de mil quinientas bajas inglesas!

Las damas corearon su admiración, lo que pareció agradarle al Virrey, quien se inclinó hacia adelante en su silla.

—La moral de los ingleses cayó con la derrota. Además, al adentrarse en la selva, cientos contrajeron malaria y murieron. Vernon estaba muy nervioso, así que decidió construir escalas y sorprendernos en la noche. Se organizaron en tres columnas de granaderos y varias compañías de casacas rojas. En la vanguardia iban los esclavos jamaicanos armados con machetes. Pero De Lezo ya estaba preparado: había ordenado cavar un foso en torno a la muralla. Cuando los ingleses pusieron las escalas no llegaban hasta arriba —dijo el hombre y rio.

En medio de su carcajada escandalosa dio un par de palmadas sobre sus rodillas y las damas lo imitaron. A la pelirroja le dio la impresión de que se trataba más que nada de cortesía, pues sabía que, al igual que ella, la mayoría de ellas desconocían los términos de guerra.

—¡Imaginen las caras de esos ingleses! —continuó—. Nuestros hombres seguían disparando, lo que provocó una masacre. —El virrey hizo una pausa mientras tomaba un largo sorbo del té—. Me abstengo de contar los detalles por respeto a ustedes, señoritas, pero al amanecer del día siguiente, la escena podría haber salido del infierno por culpa de los cadáveres, los heridos y los mutilados. No está de más decir que Vernon huyó. Sin embargo, como el cobarde no aceptaba la derrota, estuvo disparando sus cañones durante un mes. No logró aguantarlo más tiempo, las últimas naves se alejaron hace unos días. ¡Quisiera escucharlos cantar su Rule, Britania nuevamente!

El virrey empezó a tararear la canción moviendo las manos de un lado al otro al mismo ritmo de la melodía. Una joven de cabellos castaños y un lunar postizo junto a uno de sus ojos no aguantó la curiosidad y preguntó:

—¿Por qué hacerlo? ¿Por qué seguir insistiendo cuando ya sabía que le habíamos ganado?

El virrey la observó durante un largo rato en silencio, inspeccionándola. Parecía de buen humor.

—Dicen que Vernon ya había enviado una carta a Inglaterra anunciando la victoria. Ante la ventaja de hombres y armas pensó que podría vencernos —concluyó.

Las damas parecían satisfechas con la respuesta.

—¿Cree usted en los dragones, virrey? —preguntó Níspero comiendo con delicadeza un bocado de su pastel.

El virrey guardó silencio, sin entender del todo la pregunta.

—Por lo que tengo entendido uno de sus buques se llama Dragón. ¿No ha considerado la posibilidad de que tenga a uno de ellos escondido entre sus filas?

—Tonterías, querida —respondió el hombre recostándose contra el espaldar de la silla. Al igual que Níspero, comió un bocado del pastel—. Tiene usted muchas fantasías en la cabeza.

Tanto Clementina como Níspero lo observaron con condescendencia, era evidente que ellas tenían alguna información sobre ese tema.

Alana escuchó un sonido proveniente de la cocina y cuando volteó a mirar se encontró de frente con Carlota. Se veía sorprendida, como si no esperara que la descubrieran espiando. La hechizada la saludó con la mano y sonrió. Al verla, Carlota salió corriendo.

La pelirroja la siguió.

—Es una niña extraña, ¿no lo crees? —le preguntó la asistente de la cocinera desde su lugar en la puerta, parecía que ella también se había asomado para escuchar la historia.

Sin esperar a que la chica respondiera, la mujer se sentó de nuevo en su silla para seguir pelando papas.

La bruja caminó hasta el lugar en el que estuvo Carlota hasta hacía un momento y trató de buscarla con la mirada, pero no había nadie, solo el jardín junto a la cocina.

Le hubiera gustado saludar a la niña.

Sin pensarlo mucho, volvió a su trabajo. Había prometido a Clementina dar lo mejor de sí en ese evento.

Sombra de la Muerte (Completa)(En librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora