Tener que ir acompañada a todos lados era algo que la molestaba, pero lo que más le fastidiaba de todas las cosas era tener que salir de su casa y encontrarse con las miradas de sorpresa o escuchar los cotilleos sobre ella.
«La menor de los Sarmiento está dañada», «la menor de los Sarmiento está maldita», «si no perteneciera a esa familia no podría caminar tan tranquila por las calles» o «su madre es una puta que se acostó con el demonio, deberían echarlas de esa casa» eran frases que escuchaba susurrar una y otra vez cada vez que la obligaban a salir de su casa y caminar por el pueblo acompañada de sus ayas y su escudero.
—Señorita Carlota, ¿no hay algo que desee comprar? —preguntó una de sus chaperonas señalando los diferentes puestos del mercado. La niña negó con la cabeza.
—Quiero volver a casa —respondió.
La mujer le puso una de las manos en su hombro y se le ensombreció la mirada.
—Ya sabe lo que dice su abuela: para vender mejor las telas es importante que las damas sepan cómo pueden verse con ellas.
La niña observó su traje apretado e incómodo y supo que también odiaba eso.
—Mis primas pueden hacerlo mejor que yo —se quejó—, y nadie habla de ellas a sus espaldas.
La chaperona no dijo más nada, pero la niña entendió que pensaba igual. Sabía que a ella tampoco le gustaba verse expuesta por el pueblo, así fuera solo por el hecho de caminar junto a la niña maldita de los Sarmiento.
—Señorita, busque algo que comprar y nos iremos pronto de aquí —propuso la otra aya que había estado en silencio hasta entonces—. Si llevamos algo de vuelta a casa, podremos demostrarle a su abuela que estuvimos en el mercado.
Carlota asintió, le parecía una buena idea, así que disminuyó su paso con el fin de observar lo que ofrecían los diferentes mercaderes.
Ya llevaba un buen rato sin encontrar nada que le interesara cuando cerca de uno de los puestos vio algo que le llamó la atención y al mismo tiempo le heló la sangre: el halo oscuro de una Sombra de la Muerte.
Su primera reacción fue volver sobre sus pasos para huir de ahí. Temía que si llegaba a haber un fallecimiento en el mercado le echaran la culpa a ella.
Avisó a sus acompañantes de que deseaba regresar, pero la ignoraron. Ambas mujeres parecían muy entretenidas observando las joyas que se exponían en el puesto frente a ellas. El escudero se encogió de hombros y volvió a perder su vista en el horizonte, concentrado en sus pensamientos.
La niña decidió entonces que se marcharía sola, pero algo la detuvo. Le pareció extraño que la Sombra de la Muerte permaneciera en ese mismo lugar sin acercarse a nadie. ¿Podría ser que se tratara de él?
Llena de curiosidad, cambió sus planes y se acercó al Segador simulando estar interesada en los broches para el cabello que había sobre la mesa.
—¿Noche? —preguntó por lo bajo, tratando de no llamar mucho la atención de quienes estaban cerca de ella.
—Carlota —la saludó el ser, desprendiendo un aire helado al hablar—. Qué bueno verte.
La niña sonrió, era bueno escuchar que alguien se alegraba de tenerla cerca.
—¿Qué haces aquí? —preguntó a su amigo, pero él no respondió, así que ella bajó aún más la voz y continuó—: ¿Tienes... trabajo que hacer? —dijo señalando con disimulo al mercader que en ese momento atendía a dos lavanderas.
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Sombra de la Muerte (Completa)(En librerías)
FantasíaAlana está hechizada desde que era una niña, por eso vive alejada en el bosque. Cada vez que baja al pueblo sus habitantes la rechazan porque se sienten amenazados por su hechizo. Sin embargo, cuando ya se había acostumbrado a su vida solitaria, un...