El día de Claudia pasó lento y doloroso, cómo todos. Estar siete horas en el mismo lugar le generaba un malestar inminente, pero si no lo hacía, no comía. Lo único que ella disfrutaba plenamente en su trabajo eran esos quince minutos sagrados en donde se sentaba frente a su escritorio y no hacía absolutamente nada. Claro que para ello, debía haber ordenado antes todos los papeles, firmado todas las peticiones, llamando a todos los clientes, y demás cosas que su jefe le ordenaba. Claudia era una persona que siempre cumplía con su trabajo aunque sea de su completo desagrado. Eso lo había heredado de sus padres. Su madre trabajó quince años seguidos en una fábrica textil, siendo la dueña de ésta, y su padre trabajó toda su vida en una empresa de materials plásticos. Los dos eran personas trabajadoras natas, asi que ella no podía salir diferente.
Mientras tomaba felíz su café de mediodía, Claudia miró el papelito donde anotó previamente la patente de aquel taxi de la mañana. No había dibujado el logo de la empresa a la cual le pertenecía, pero si lo recordaba perfectamente. Su nombre era Taxi Plata. Pero una pregunta le atravesó la mente toda esa mañana: ¿Por qué se había obsesionado con esa taxista? No encontraba respuesta clara, y eso le molestaba. O quizas en un lugar raro y muy profundo de su ser, si sabía la respuesta, pero le resultaba tan grave que le parecía más fácil quejarse de la ausencia de ésta. Algo que los humanos suelen hacer cuando algo no les gusta.
Sus ojos verdes fueron fugazmente a la pantalla de su notebook. Sin pensarlo dos veces, luego de tener uno de esos impulsos repentinos que no pudo (ni quiso) detener, buscó en Google el telefono de esa empresa de radio taxis. Y lo encontró. Puso exaltada la mano en el telefono, pero se detuvo a pensar. ¿Y si la chica era un reemplazo de su tío, padre, amigo, o peor, novio por ese día? ¿Y si tal vez se había equivocado de empresa? Seguro, tampoco allí recordarían tdoas las patentes de sus taxis. Igual, luego de todos esos pensamientos negativos ( y algunos extremos), llamó. Le dijo nerviosa a la telefonista que se había olvidado unos papeles importantes en el taxi de patente NJW 306. Obviamente eso era una gran mentira piadosa. También le dijo que necesitaba un taxi para esa noche a las nueve, para que la lleve de vuelta a su casa desde la facultad, ya que cursaba a las cuatro. Seguro si le decia esto, le iba a mandar a la misma chica con el mismo taxi de ese día para que de paso, le devuelva los "papeles importantes". Claudia se enorgulleció de su pensamiento inteligente en ese momento tán extraño. La llamada concluyó en que harían todo lo posible por mandarle ese mismo taxi al finalizar sus horas de trabajo. Pero ella no quedó del todo satisfecha. ¿Y si la joven trabajaba a la mañana solamente, y a la tarde otra persona conducía ese auto? Esa pregunta la aterrorizó el resto del día en la oficina.
Ya eran las nueve menos diez y Claudia guardó sus cosas en su cartera. Daba pequeños pasos impacientes al rededor del hall de entrada. Nunca había visto que bonita era la arquitectura del lugar hasta ese día. Tenía unas paredes color crema con una guarda café y el piso de madera reluciente. Tampoco había notado lo lindas que eran las macetas que se encontraban en la vereda. Y así, en diez minutos de puro descubrimiento edilicio, llegó el taxi. Ella salió apurada y casi se choca con los vidrios de la puerta principal. No quiso ni mirar por la ventana baja del auto. Se sentó con la cabeza gacha y espero la pregunta del conductor.
-¿A donde va señora?
Automáticamente despues de escuchar una voz grave y totalmente masculina, miró triste al espejo retrovisor. Era un hombre canoso de unos sesenta años, y claramente con poca paciencia. Ademas de toda la situación, le molesto bastante el hecho que la llamara" señora". Le lanzó una mirada amenazante a travez del espejito y le dijo:
-Sarmiento y Lambaré, señor.
El conductor no dijo mas y emprendió camino. Claudia se sentía molesta, decepcionada. Se sintió inútil al haber creido que el bello rostro de la joven volvería a aparecer mágicamente en el espejo. Los quince minutos de vuelta los pasó castigandose a ella misma en silencio. Cuando llegó a destino, le pagó al chofer y con mala cara se bajó. "¿De donde me ve cara de señora el viejo pelotudo?" pensó mientras ponia la llave en la puerta de su edificio. Ella era una estúpida por haber llamado y haber pedido un taxi pensando que... en definitiva, se sentía estúpida.
Ya en la cama, luego de haber comido algun pedazo de pizza que sobraba en la heladera, pensó en la sonrísa de la taxista. Mejor dicho, los hoyuelos de sus mejillas cuando sonreía. Sí, eso era lo que la había cautivado. Definitivamente era eso.