Los pensamientos de Claudia estaban esparcidos por el aire, volando libremente y repartiendo buena energía al que la necesitara. Claro que de eso ella no estaba enterada. Ella sostenía que la felicidad no era contagiosa, pero que la tristeza y el mal humor sí. "La felicidad es un sentimiento que es muy de uno y difícilmente se impregna en alguien más" decía cuando tenía oportunidad.
Ese día, todo su ser estaba bañado en lindos sentimientos y esperanza, gracias a la inesperada aparición de Miranda. Bueno, si lo piensan mejor, no fue tanto una "inesperada aparición", ya que sí consideramos que Miranda es una chica que recorre el centro con un taxi y al terminar un turno y limpiar el coche encuentra una pertenencia que no es suya, hará lo posible para devolverla a su dueño. Pero en la mente de nuestra joven embelesada, lo normal se volvía de repente extraordinario, y los hechos cotidianos se volvían perfectas casualidades. Y era mejor dejarlo así. Claudia jamás se sentía feliz más de un día seguido, ya que creía ciegamente que algo o alguien le arruinaría el momento. La tristeza si le duraba días, semanas o incluso meses. Otra cosa que la estaba destruyendo por dentro (además de la rutina) era la soledad. Ella tenía muchos amigos y sus padres vivían a tan solo quince minutos de su casa, pero al caer la noche y al salir brillosas las estrellas en cielo, la soledad era su única compañía. Si no fuera por su perro Diógenes y su gato Mimo, sus días serian una desgracia completa. Esa noche, al abrir la puerta de su depto y sentarse luego en sus sillón de felpa, se le cruzó por la cabeza el pensamiento (que cubría un deseo enorme) de salir con Miranda. ¿Que la impedía a ella preguntarle si quería tomar un café luego de terminar su turno? O un sábado, como fuera de su preferencia. Pero la timidez la detendría, como siempre. Su tía le había enseñado de todo, menos a ser valiente.
Eran las diez pm y Claudia se estaba preparando la comida. No había tenido la oportunidad de comer durante el día, asi que estaba agradecida de haber ido a comprar el día anterior. Como todos los días, comió, le dió el alimento a sus mascotas, miró un poco de televisión, y se acostó. Su cuerpo necesitaba descansar, pero su inquiera mente le daba vueltas a millones de temas a la vez, pero uno era mas fuerte: Miranda. Sí, en definitiva, se había obsesionado terriblemente.
Y la historia se repitió otra vez; Claudia se levantó al compás del despertador, tomó un café con leche, se bañó y salió de su edificio. Estaba ansiosa por verla. Se sentía aliviada de no tener que rezar para que justo su taxi estara por la zona para que la lleve a su oficina. Pasaron diez minutos y Miranda no llegaba. Claudia estaba al borde de una crisis de impaciencia hasta que vió asomarse el taxi de siempre. Paró frente a ella y la puerta trasera se abrió rápidamente. Claudia se sentó e inmediatamente alzó la vista al espejito del conductor, como lo llamaba ella. Allí estaba su deseada taxista, con su pelo ondulado y su sonrísa particular.
-Buen día, Claudia. Perdón por la demora...
-Buen día Miranda, no te hagas problema.
-¿Vamos?
-Claro.
El viaje inició y en el camino tuvieron la típica charla de taxi. Hablaron de sus vidas y más. En un momento, a mitad de camino, Claudia se obligó a preguntarle por una próxima salida a tomar un café, cómo lo había pensado el día anterior en su su soledad.
-Estaría bueno tomar un café alguna vez.
Su voz tembló al decir eso. Temía terriblemente un "no" de su parte, sean cual sean sus motivos.
-¿Por qué no? Mi turno termina a la una.
¿Acaso le había dicho que si? Oh, que hermosa melodía sonaba a través de sus palabras. Si fuera por ella, Claudia se diría de salir ese mismo día, pero no quería quedar más obvia de lo que ya era. Levantó la mirada satisfecha al espejito.
-El lunes, a la una y media tengo almuerzo.
-Perfecto, te paso a buscar por la oficina si querés.
Claudia no contuvo una enorme sonrísa, la cual casi desgarra sus músculos faciales. Sus ojos se cruzaron con los de Miranda por unos segundos mientras el semáforo estaba en rojo. Los ojos café de la taxista la miraban fijo, pero con ternura. No le incomodó para nada sostenerle la mirada hasta que el semáforo cambió a verde. Los potentes rayos del sol hicieron arder la piel de Claudia cuando por fin se bajó de ese taxi. La gente la miraba extrañada mientras caminaba feliz y tarareando una canción, dando pequeños pasos hacia la oficina con unos ojos que querían sonreír. Ese día los interminables papeles y tramites no cortaron su buen humor, es más, los terminó a gusto y horario. Su jefe, atónito ante esta exótica escena, pregunto:
-¿Que le sucede srita Disantos? Ha hecho su trabajo de hoy de una manera íncreiblemente eficaz.
Claudia miró al viejo hombre mientras terminaba de escribir unas cuentas bancarias en su escritorio. Nunca le cayó ni planea caerle bien.
-No es asunto suyo.
Y esa fué la primera vez que Claudia le contesto de la manera que quiso a su jefe sin después sentirse culpable. Sintió un alivio al hacerlo y fue inevitable que una inmensa sonrísa quisiera salir. No la detuvo. El señor frunció el ceño y sin agregar más, se fué a su oficina. "Así me gusta, Claudita" se dijo a si misma con un aire victorioso. El giro que estaba comenzando a dar su vida definitivamente le gustaba, y mucho.