Eran las once pm y Claudia cortaba pacientemente unos trozos de lechuga fresca para hacer una ensalada. Le iba a poner: tomate, lechuga, queso cremoso y pequeños trozos de pollo al horno que sobraron de hace dos días. Mientras lavaba los tomates pensó en su niñez. Sus padres casi nunca estaban en su casa (por cuestiones laborales) y ella se tenía que quedar obligada con su tía, quien la cuidó la mayor parte de su vida. Nancy era la mejor tía del mundo para Claudia. Sea la hora que sea, de día o de noche, si a Claudia la atacaba un sorpresivo ataque de hambre, su tía le hacía una ensalada. Según ella, la ensalada era la cura para cualquier tipo de problema. ¿Te duele la cabeza? Comé una ensalada de huevo y lechuga. ¿Te quedaste sin energía? Preparate una ensalada rusa. Ni bien Claudia mostraba la mínima señal de descompostura, Nancy le preparaba una rica ensalada de huevo duro con queso. Ella le había enseñado el arte de la cocina (o mejor dicho, de las ensaladas).
Luego de colocar todos los ingredientes en un bowl, le colocó aceite de oliva y sal. Terminó de condimentarla y se sirvió una porción en un plato pequeño y se sentó abatida en una silla. Su simpático pastor inglés meneaba la cola de lado a lado, saboreando con los ojos ese delicioso plato que llevaba su dueña.
Claudia quería terminar de comer e irse a dormir. No por cansancio ni por sueño, si no por un profundo entusiasmo por que el sol salga en el cielo y las agujas del reloj den las seis y cuarenta am. Miranda. "Que preciosura de nombre" pensó mientras jugaba con un pedazo de lechuga enredado en su tenedor. Muchos pensaran que Claudia es lesbiana, pero sorpresivamente no. Al menos eso cree y dice ella. Toda su vida creyó ciegamente que se casaría con el hombre perfecto, con un príncipe azul, pero un pensamiento y deseo ajeno la invadió por completo hace unos dos años. Primero vió a una chica rubia, ojos claros y altamente delicada como cajera en un supermercado. Y con mirar no se refiere a mirar como se mira a alguien normalmente. Le pasó algo extraño, como si sintiera una especie de atracción por ella. Claudia lo omitió. Al pasar de los meses, esta atracción por personas de su mismo sexo se repitió en varias ocaciones y creció desenfrenadamente y ya no podía ocultarlo más. Jamás lo aceptó ni lo negó, sólo que lo dejo suspendido en una nube dentro de su cabeza. No estaba en sus planes preocuparse por eso, tenía cosas más importantes en las que pensar. El ruidoso ladrido de Diógenes ahuyentó los molestos y persistentes pensamientos que atacaban a Claudia. Levantó lo poco de mesa que usó y, dejando como excusa su falta de energía, dejo los platos sucios en el lavadero. No recuerda cómo apareció en su acogedora cama, pero si recuerda cómo se durmió: pensando en Miranda.
Los luminosos rayos del sol entraban seguros por los espacios de la cortina de su habitación. Claudia abrió lentamente los ojos y se los refregó con pereza. Vió por casualidad el reloj de su mesita de luz y se horrorizó. Eran las seis y veinticinco am. Sin más palabras, era tardísimo. Un sentimiento de ira hacia sí misma apareció mientras intentaba cerrar el rebelde botón de su camisa blanca. Esa mañana, Claudia abandonó su casa con total impaciencia y no vió al vecino saludarla desde la puerta de su depto. Bajó apurada por el ascensor y se arreglo el desastre que llevaba sobre su ondulado cabello. Caminó por la calurosa vereda cómo si caminara por un puente que estaba por quebrar y la dejaría caer al vacio. El verde claro de sus ojos se impregnaron de un color amarillo brillante al notar que un taxi estaba parado en la esquina donde ella lo esperaba últimamente. "¿Y si es ella? No, debe ser otro, que seguro espera a otra persona" pensó mientras se detuvo en la esquina. El auto le tocó bocina. De la ventana del conductor se asomó un curioso rostro de ojos cafés y un simpático piercing en la nariz. Claudia sintió que su mundo se teñía de rosa y que en el aire volaban pequeños corazones imaginarios.
-¡Claudia! Se te olvidó una agenda en el taxi ayer.
Miranda salió airosa del coche y avanzó hacia nuestra fascinada chica. Claudia notó que la joven probablemente medía más de 1.70 y que en sus brazos desnudos tenía bastantes tatuajes. Sus largas piernas eran arte al caminar. Suspiró ante eso. La agenda asomaba entre sus delicadas manos. "Mierda Claudia, reaccioná." maldijo adentro suyo y dió un paso avergonzado al frente con una sonrísa tímida en la cara. Esa agenda tuvo la suerte de quedarse olvidada en ese taxi a esa hora, dándole la gran posibilidad a Claudia de ver a su deseada taxista.
-Gracias, en serio. Me muero sin ella.
Mentira. Esa agenda sólo tenía hojas blancas y las que estabas escritas, era con teléfonos viejos. Nada importante. Miranda mostró una vez más sus perfectos dientes blancos y miró la puerta abierta de su auto, y luego miró a la asombrada Claudia.
-¿Te llevo donde siempre?
Un "si" eufórico salió de la boca de Claudia. Durante el viaje por las calles de Capital, las dos jóvenes hablaron de sus trabajos. Y eso era un poco obvio, ya que los primeros temas de conversación entre dos personas desconocidas, por alguna extraña razón, era de quejas sobre la vida cotidiana. Miranda le preguntó si donde ella siempre iba era su trabajo, y desde ese momento hablaron de negocios y viajes en taxi, de clientes difíciles y pasajeros inquietos. Claudia se soltó luego de un rato, cómo si estuviera hablando con su más querida amiga, y la taxista la escuchaba y le regalaba esas hermosas sonrísas de ella, tirando de a ratos alguna contestación a la conversación. Las dos vieron acercarse al edificio alto donde el auto debía parar. Claudia sacó el dinero de su billetera y le pagó el viaje con una inmensa sensación de plenitud. Miranda le sonrío por el espejito retrovisor, y antes de que nuestra chica abandonara el coche, le dijo:
-Si queres... si queres te puedo traer mañana a esta hora.
Con un acto de dudosa procedencia, Claudia se frotó las orejas. ¿Había escuchado bien? A caso sería que... acaso quería traer a esa pobre estudiante y secretaria a esa temprana hora a su trabajo, otra vez? Tenía que responder rápido antes de que se retire la propuesta.
-Claro, ¿en la esquina?
-En la esquina.
La morocha la saludó por el espejito y Claudia la imitó.
Quizás, por primera vez en su vida, el destino podía tirar todas su fichas a su suerte, y quizás a Claudia las cosas le empezarían a ir bien. Pero sólo si es destino lo deseaba así. Por ahora, ésto era una divina casualidad que duraba tres días seguidos, y a Claudia le bastaba con eso.