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El camino para retornar al local fue silencioso. No estaba particularmente molesto, porque la serenidad abarcaba todo mi pecho. De extraña manera, a pesar de que el trayecto no era tan extenso, deparé en la gente que solía transitar por esas calles. Era tranquilo, realmente apacible, o podía ser el efecto que habían tenido las palabras de Yeosang sobre mí. Si era honesto conmigo mismo, no sabía cómo sentirme con respecto lo ocurrido.

— ¿Cómo fue? ¿Cuándo es la boda? — Hoongjong me miraba entusiasmado, ¿cuándo había llegado a la tienda? Soy demasiado despistado, algún día me atropellarán por estar haciendo el idiota.

— Fue una charla bastante agradable, y me dio las gracias por ayudarle con las flores — el otro comenzó a vociferar lo orgulloso que estaba de mí, que al fin podía dejar mi cara de muerto y ser más amoroso. No perduró mucho tiempo, ya que al ver que aún no acababa, guardó silencio —. Dijo que se habían vuelto las favoritas de su novia.

Abrió los ojos, estupefacto; y cerró sus labios en un santiamén. Ya no tenía nada que decir, creo que se sentía culpable respecto a todo lo que había dicho con anterioridad. Así que agachó la cabeza y me dio dos golpes en el hombro, como si hubiera perdido a alguien.

— ¿Estás bien? ¿Quieres algo para beber? — no, por favor, el Hoongjong puritano no. Siempre actuaba así cuando algo que no esperaba, ocurría. Como si fuera culpa suya.

— Jong, no hagas eso. Te lo he dicho millones de veces — me hacía sentir peor, creando el efecto contrario del que él deseaba hacer, realmente. Sabía que no era su intención, así que intenté mantener mi semblante sereno, que me acompañaba desde la cafetería. Aunque la mirada de pena que me dedicaba, no me dejaba margen para actuar.

— Lo siento, de verdad — se ganó mi mirada asesina que tanto le aterraba, así que soltó una risa nerviosa y se escondió tras la caja —. Quiero decir, hay muchos peces en el mar, y... — aún más agitado, buscaba una manera de escaparse. Y como si los astros le hubieran escuchado, su ruta de huída se encontraba en la puerta. Una huída bajita, y enamoradiza. Jongho —. ¡Jonggie! ¡Ven aquí, pequeño!

Antes de que el menor lograra farfullar cualquier vocablo, el maldito de Hoongjong ya se había colgado en su cuello, enrollando sus piernas a sus caderas. Gracias a lo que sea que incentivó a Jongho a ir al gimnasio. Porque de no haber sido así, ahora habría un desastre por todo el suelo.

— ¿Es mi cumpleaños? — el moreno, indiferente al peso que ahora acarreaba sobre él, sonreía de oreja a oreja, aprovechando la proximidad. Ni siquiera me miraba, estaba clavando sus ojos en los labios de Jong. ¡Por Dios, más claro, imposible! ¿Qué necesitaba Hoongjong? ¿Un cartel luminiscente, que brille en la oscuridad y en tres dimensiones para saber que le gustaba?

— Algo mucho mejor — después de unos largos minutos, por fin se separó del otro. Pero no tardó en agarrar su mano para alejarse aún más de mí —. Mi salvador — así sin más, se fue como siempre lo hacía. Dejándome con la palabra en la boca y sin preocuparse de la tienda. ¿En qué momento me había parecido buena idea el tenerlo como socio?

En soledad, como solía hacerlo, cuidaba de cada una de mis plantas favoritas. Hace unos días que había logrado dar sus primeros pasos, los dientes de león que había plantado hacía unos meses.

Podría reconocer sus pétalos amarillos desde la lejanía, porque desde que era un niño las he tenido cerca. A mi padre les encantaban, decía que eran el vivo reflejo de mi madre. Siempre, desde que tengo memoria, mi padre se había referido a mi madre como una hada preciosa, que había caído en el mundo de los humanos por error. Lo recuerdo como si fuera ayer, mi padre soltando unas tímidas lágrimas de felicidad al ver esa diminuta semilla crecer. Era casi imperceptible, pero nada le engañaba, cuando se hablaban de flores. Papá me hizo creer que mi madre fue una hermosa hada, con el cabello dorado, al igual que los pétalos, y que ambos se conocieron por un accidente. Dijo que ella era casi invisible, pero que su amor hacia las plantas le ayudó a percibirla. Yo, un niño de apenas cuatro años, le creí. Me contaba que mamá era la reina de las hadas, y que no podía estar conmigo porque debía de cuidar de sus otros amigos.

Créeme - SeongsangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora