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Paseaba con el recipiente de plástico por todo el local, observando la humedad de la tierra en cada planta. Faltaban escasos minutos por abrir, y ya se me había hecho habitual cantar a las flores pequeñas melodías mañaneras.

— Un poquito de agüita para mi Andro personal — vertía sobre el vegetal pequeños chorros para hidratar su terreno. Le tenía especial cariño a esa flor —. Yunho tiene que ver lo hermosa que estás naciendo — acariciaba sus pétalos con gran frugalidad, hasta que la voz gritona de mi compañero me arrebató la calma.

— ¡Buenos días, Seonghwa! ¡Buenos días, hermosas plantas! — su ímpetu provocó el choque de la puerta contra la pared, desencadenando el tambaleo continuo en las cinco macetas cercanas. Su cara compungida retomó su característica sonrisa en el momento que todas calmaron sus movimientos —. Pensaba que me quedaría sin paga durante los próximos veinte años.

— Sigo esperando a que llegue ese día — ya estaba cansado de repetirle incontables veces que había de presentarse calmadamente, pero nunca me escuchaba. Ojalá en algún momento ocurra, aunque no estoy seguro de si quisiera arriesgar la vida de mis bebés para ello.

— Eres muy malo conmigo. Yo solo quiero animarte la mañana — con su tono de voz, dejaba en claro que su única finalidad era molestar. Desapareció por unos minutos, para volver a aparecer con el uniforme puesto. Cosa que consistía en un simple delantal y guantes finos para no estropear la envoltura de los ramos.

— Hongjoong, si realmente quieres animarme, ven a la hora que comienza tu trabajo — la confianza que había adquirido conmigo, le había hecho creer que podía venir justo antes de abrir. El muy maldito se aprovechaba de mi benevolencia para no regar las plantas, ni barrer las hojas caídas —. Algún día me encontrarás con los cables cruzados y te despediré sin pestañear — ya estaba próximo a la entrada principal, y con un cabeceo, le ordené para que me ayudara a levantar la persiana.

— Sabes que no es cierto, me quieres demasiado — el local se llenó de la luz natural producida por el sol, resaltando aún más la dentadura del maldito. Era cierto, aunque nunca lo admitiría en voz alta.

— Cállate y saca el cartel de una vez — quedaba ordenar unas pequeñeces en el local, además de escribir la oferta de esta semana. Si no fuera por mi puntualidad, la tienda no abriría hasta que fuera media noche.

Pasaron unos minutos para que nuestras clientas habituales pasaran a saludar. Las señoras de avanzada edad siempre nos ofrecían el desayuno que habían preparado momentos antes de llegar. Y como siempre, Hoongjong aprovechaba cualquier oportunidad para escapar de sus deberes; así que acompañaba a las ancianas hasta su hogar, saludaba los recintos contiguos a los nuestros y se limitaba a entregar folletos de vez en cuando. Nunca se lo he dicho porque sé que eso le daría cancha para molestarme hasta la posteridad, no obstante, gracias a él he podido mantener la tienda abierta durante estos meses que llevaba abierto.

Muchos de los vecinos dieron el bajo por perdido al ver como mi padre caía paulatinamente por la edad. Por lo que al verme a mí en su lugar, se deshacieron de la escasa esperanza puesta en el mismo. Me juzgaron desde un principio, hasta ahora, por mis apariencias "poco formales", alegando que un florista no puede atender cara al público con "esos pelos de punk y aros de vándalo". Ninguno me saludaba por la calle, tampoco se dignaron a siquiera apreciar mis preciosas flores, y me desacreditaban desde la distancia. Desesperado, busqué ayuda en uno de mis compañeros de piso por ese entonces, Hoongjong el enano.

En un principio, se enfadó demasiado con la gente que me desprestigiaba, por lo que su idea inicial fue devolver el mal trato recibido. He de recalcar que nunca se llevó a cabo su plan, que involucraban ratas, cucarachas y pintura en spray. Por obvias razones. Fue en ese entonces que, nuestro amigo, mucho más calmado y menos radical, Yunho, propuso otra idea. Decía de demostrar que no éramos nada de lo que decían, adoptando una posición más persuasiva ante ellos. Básicamente, que no nos distanciáramos para "obligarles a gustarles". Con ello, inició el ritual de sonrisas y cumplidos falsos, aunque al Perrito (Yunho) — como le habían decidido apodar las señoras de la calle— le salían demasiado naturales. Su ayuda fue primordial para ganarse el corazón de las más reacias, y así, cambiar el mal nombre que se había formado alrededor del local. Después, Hoongjong cayó también en la actuación y, al igual que el otro, se hizo cercano a las personas desde aquí a dos cuadras más. Por otra parte estaba yo, a quién seguían criticando por — según ellos — explotar a mis dos amigos en la tienda. Si supieran que los dos no tienen un horario de más de cuatro horas laborales al día...

Créeme - SeongsangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora