Suspiró y siguió recostado en la cama, no le apetecía hablar con nadie, lo que los líderes de su aldea tuvieran preparado para él le era poco importante.
¿Qué iba a hacer? Apenas y tenía la fuerza con la que murió, tenía pocos motivos para escapar, ¿A dónde iría? Todo lo que conoció pereció, al menos eso había entendido. De todas formas ya no había nada que hacer, no le dejarían salir de ahí en quién sabe cuánto (si es que tenían pensado hacerlo), era un criminal y terminaría como uno: muerto o prisionero, en su caso fueron ambas.
Desperdiciaba su día viendo al techo, escuchando los murmullos de la pequeña aldea, ese lugar de todas formas no parecía una prisión, era como un viejo hostal de mala muerte muy cerca de los alrededores de la villa.
A veces le irritaba escuchar el ladrido de los perros, las quejas de los niños, los gritos de los aldeanos, pero en otras ocasiones le daban cierta tranquilidad: la de no vivir escapando.
Aceptaría su destino con desdén, ya no poseía esos cinco órganos vitales que alguna vez le dieron tanto poder, solo tenía su propio corazón. El que le indicaba que estaba vivo.
Bueno, ¿Qué más daba? Pensó Kakuzu, ya no era inmortal y la vejez llegaría a él pronto, jamás formó una familia y lo más preciado que tenía, —todas aquellas fortunas—, habían quedado perdidas. Estaba de nuevo en la aldea que le dio la espalda y el odio tanto, ¿por qué no le dejaron pudrirse entre los gusanos? Era mucho mejor que regresar a aquel lugar.
—Maldita sea...—. No sabía si era el hecho de haber perdido todo lo que tuvo o la desesperación del no saber qué hacer. —Me pregunto qué fin tuvo ese idiota.
Los días y más días pasaban, Kakuzu aún rehusaba hablar con alguien en aquel lugar tan asqueroso, —para él—. Los guardias generosos de la posada le pasaban los periódicos y alguno que otro libro para que se distrajera, Kakuzu llenaba los juegos del periódico, terminó haciéndose un máster en el Sudoku y así otros más.
El tiempo pasaba tan lento, sentía que su cuerpo envejecía más rápido de lo normal. —Solo es la falta de actividad física.— se dijo y esa misma tarde comenzó a ejercitarse en la habitación, su cabello cada vez iba más largo y a veces tenía la desesperación de cortárselo de tajo, pero ni siquiera tenía con qué.
—¡¡Ya entendí, idiota!!
Ese gritó le había despertado, no iba a levantarse o prestar atención, se movió un poco en la cama y se colocó la almohada en su oreja derecha, no iba a perder su sueño por alguna disputa ridícula que algún prisionero hiciera a esas horas de la noche. El escándalo era cada vez más grande y ya le estaba enfureciendo, qué tipo tan desagradable era aquel despojo humano allá afuera.
—¡Es aquí donde está! ¿¡Verdad!?
Kakuzu creyó delirar, esa comida que le daban seguramente venía con algún tipo de medicamento y le estaba haciendo escuchar cosas. La puerta estaba siendo golpeada como si fueran a incautarle algo.
—¡¡Abre ya!!
—¡¡Regresa a tu celda de inmediato, maniático!!— fue uno de los shinobis del lugar peleando con el recluso, Kakuzu estaba asombrado y no mentiría, sentía una extraña sensación en su estómago. Una mezcla de nervios y ansiedad.
—¡¡Abre ya, maldito viejo avaro!!
Era él. No había duda, ¿pero qué carajos estaba pasando? Kakuzu estaba desesperado, pero no lo suficiente como para alucinar sobre la presencia de Hidan al otro lado de la puerta.
Abrió la pequeña ventanilla de la puerta de metal y se encontró con unos ojos violetas, era Hidan, ese ninja lunático religioso que tanto le desesperaba en las misiones, estaba ahí, en su aldea.

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Memories
Hayran KurguVivían en exilio, a pesar de todo habían regresado a sus aldeas. ¿Qué había pasado con sus compañeros? Después de tantos años juntos, solo querían saber que el otro estaba bien...