Cap. 14 - Bajo las estrellas

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Claudia se turbó cuando Yannick y Kaspar relataron lo que había ocurrido en el campo: la forma en que los labradores habían tratado a los zainos, cómo Sattler se había negado a recibirlos. No eran buenas noticias.

—¿Por qué el alcalde simplemente no les paga su deuda para que se marchen? —preguntó Serafina.

—El capataz dice que, si los zainos usaron brujería para completar el trabajo, entonces es justo que no se les pague —explicó Kaspar—. Sería como recompensar un trabajo hecho con herramientas robadas.

—¡Pero no usaron brujería! —dijo Yannick, y a continuación, expresó en voz alta exactamente lo mismo que Claudia estaba pensando—: ¡Creo que el alcalde solamente dice eso para evitar pagarles!

—¡Calla! —le espetó Serafina—. ¿De verdad crees que el alcalde haría eso?

—¡Ya le recortó el pago a papá por haberle dado los barriles de vino para la boda!

Kaspar se ahogó con el pedazo de carne que estaba masticando. Claudia lo miró con los ojos muy abiertos.

—¡Papá, dijiste que prácticamente había sido un regalo!

—Prácticamente, sí, bueno —repitió Kaspar, entre toses nerviosas—. Es un hombre de negocios, hija, y por supuesto que puede cobrarse intereses...

—Es prácticamente usura —arguyó Yannick—. Pero supongo que necesita el dinero adicional para convencer a Jonas de que predique contra los zainos...

—¡Basta! —ordenó Serafina, escandalizada—. Puede que el alcalde a veces haga tratos que no nos gustan, ¡pero si insultas al Devoto Jonas, rozas la blasfemia!

—¡No es ninguna blasfemia si él es un hipócrita que no cumple su deber con los dioses!

—Yannick, ¿qué te ocurre esta noche? —le preguntó Kaspar—. ¡Eres un adulto, pero discutes como un chiquillo empeñado en rebelarse contra sus mayores!

—No lo haría si mis mayores se comportaran como los hombres honorables que fingen ser...

Serafina estampó el vaso contra la mesa con tanta violencia que los platos vibraron. Claudia se estremeció. Su familia raramente peleaba, y mucho menos con aquella vehemencia. ¿Por qué estaban todos tan tensos de repente? ¿Había ella estado tan distraída y preocupada por encontrar la forma de comunicarse con Cheshire que no se había dado cuenta de que algo mucho más peligroso bullía bajo la superficie?

—Claudia, ayúdame a levantar la mesa —ordenó Serafina.

—¿Qué, me enviarás a la cama sin postre? —preguntó Yannick, alzando las cejas.

—¡No preparamos postre!

Claudia sabía que esto era una mentira descarada. Serafina se había pasado buena parte de la tarde preparando un pastel de cerezas, que ahora yacía abandonado y mustio sobre la mesada de la cocina mientras ellas hundían los platos en el fregadero y los mojaban con el agua traída del pozo antes. Era la misma rutina tranquila y fluida de todas las noches, pero Claudia notó que los hombros de su madre y el rictus de su boca expresaban la misma tensión.

—¿Mamá? —preguntó con precaución.

—Tu hermano ya debería saber que las cosas no siempre son tan blancas o negras —masculló Serafina.

—¿Estás diciendo que deberíamos aceptar una injusticia con tal de no molestar al alcalde y al Devoto...?

—¡Ya estás igual que él! —estalló Serafina—. Si no vas a ayudarme, ¡vete a tu cuarto!

El cuento del cuentacuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora