Cap. 19 - La bestia de Hamelin

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La muerte de Lukas había sido una gran conmoción para Hamelin. Sattler les había dado permiso a los hombres para ausentarse del campo y buscar a la bestia en las colinas, pero el rastreo no había dado ningún resultado. Ni siquiera los cazadores más experimentados había encontrado una pista que seguir: no había huellas, ni heces, ni mechones de cabello enganchados en los arbustos.

Lo único que encontraron fue el cuerpo del pobre Lukas. Por supuesto, Kaspar no les había dicho los detalles, pero Claudia se enteró de ellos de todos modos: la bestia le había destruido el rostro con sus garras y le había mordido el cuello con tanta saña que la cabeza casi se le había desprendido del cuerpo. Los rumores en el mercado decían que también lo había desmembrado, que no parecía haber sido su intención comerlo o llevárselo a su guarida. Simplemente... había querido matarlo.

—Un animal rabioso, eso es lo que es —determinó en ese entonces Gotlinde, sacudiendo la cabeza—. Con un poco de suerte, ya habrá seguido su camino.

En Hamelin no tenían suerte, pero eso lo descubrieron después. En aquel momento, todos los vecinos estaban preocupados por Marlene, que antes era pobre y ahora también viuda, y por la pequeña Ida. Natascha y su marido parecían haberse hecho cargo de Louise casi de manera permanente, pero Ida era demasiado mayor para que la acogiera una familia y demasiado joven para casarse aún. ¿Qué iban a hacer las dos? ¿Vivirían para siempre de la caridad de sus vecinos?

Claudia les llevó varias canastas de pan en la semana que siguió a la muerte de Lukas. Ida las aceptaba con las mejillas ardientes de vergüenza. Se había puesto más flacucha y pálida que antes.

—Les he preguntado al Alcalde y al Devoto Jonas si no necesitan una criada —le comentó a Claudia, como si quisiera asegurarle que era consciente de lo desesperado de su situación y que estaba buscando la forma de solucionarla—. Pero los dos me dijeron que no, que ya tienen quién les limpie y les cocine...

Claudia sintió rabia. Aquellos dos hombres tan ilustres y ricos ni siquiera podían fingir que le daban trabajo de barrer algo para poder darle una moneda, disimulando la caridad que le hacían.

—Pero está bien —dijo Ida, enderezando los hombros—. Creo que ya sé qué debo hacer: me iré a la capital. Allí vive mucha gente y seguramente alguno necesitará una criada.

La idea horrorizó a Serafina cuando Claudia se lo comentó.

—¡Ya es bastante malo para tu hermano, que es un hombre y fue a estudiar! Una niña como ella, sin amigos, sin contactos... ¡le podría pasar cualquier cosa! ¿Cómo permite esto Marlene?

Claudia no le dijo que Marlene no parecía opinar nada al respecto. Se pasaba las noches y los días sentada en el porche en su mecedora, con la mirada perdida, y por mucho que Ida le hablara o intentara consolarla, la mujer no reaccionaba. Claudia estaba segura que, si Ida no la hubiera estado cuidando, Marlene se habría dejado morir de hambre. Si Ida se la llevaba con ella a la capital, daría exactamente lo mismo, porque Marlene no haría ningún esfuerzo por protegerla.

Quería desesperadamente ayudarlas, pero no tenía idea de cómo.

Pero pronto se le ocurrió una manera. Yannick, cumpliendo su promesa, les había enviado una carta nada más llegado a la capital. Les relataba el viaje que había tenido desde Hamelin hasta la aldea vecina de una forma que hizo que Claudia se estremeciera un poco.

La noche me alcanzó a pesar de lo mucho que apreté el paso, me temo. En la oscuridad, hasta las cosas más familiares se vuelven extrañas. Juro que un momento me pareció ver un gato enorme, una verdadera bestia que se movía por los árboles, acechándome. Pero por supuesto, estas debieron ser imaginaciones mías. No hay gatos así de este lado de las montañas.

El cuento del cuentacuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora