Cap. 11 - Incienso y lavanda

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Cheshire flotaba en el aire con cada paso que daba. Le picaban los dedos como si todavía estuviera tocando a Claudia incluso a través de la distancia. Cada vez que pensaba en ella, en cómo habían girado bajo el sol moribundo, en su pelo oscuro y en la forma en que ella lo había mirado, se sentía como si el pecho estuviera a punto de explotarle, como si su corazón se hubiera agrandado demasiado y ya no cupiera en el espacio entre sus costillas.

Por suerte para él, su buen humor no desentonaba para nada con el resto de su familia. Por primera vez en semanas, todos parecían alegres y satisfechos. Cato y Harman caminaban abrazados, con las manos libres sobre el talle de sus esposas, y los cuatro cantaban como si no tuvieran una sola preocupación en la vida. Maman, por su lado, iba caminando junto con Zale.

—Y bien, chico, ¿qué tienes para decir? —le preguntó, con una ceja alzada.

—Que tenías razón, Maman. Redoblar los esfuerzos no siempre da resultado —dijo Zale, con un suspiro—. Necesitaba esto. Creo que esta noche dormiré tranquilo.

—¿Y a quién se lo tienes que agradecer?

Zale miró a Cheshire por encima de su hombro... pero en vez de darle las gracias, le sacó la lengua con una mueca burlona que Cheshire le devolvió ni corto ni perezoso. Continuaron haciéndose muecas e intercambiando insultos todo el camino hacia el campamento. Maman suspiró y les dijo que eran unos inmaduros.

Lo cuál era extraño. Por lo general, ese era el trabajo de Drina.

Cheshire miró sobre su hombro para descubrir que su prima caminaba unos pasos por detrás de todos los demás, con el rostro alicaído y los brazos cruzados. Así que se retrasó un poco para caminar junto a ella.

—¿Qué te pasa? ¿No lo pasaste bien?

Drina apretó la mandíbula y no lo miró.

—¿Comiste demasiado? —inquirió Cheshire, entrecerrando los ojos, mientras ya pensaba en su repertorio de chistes. Alguno de ellos sin duda la animaría—. ¿Bebiste demasiado? Oh, ya sé. ¡Estás molesta porque todos miraron a la novia en lugar de a ti!

Drina no contestó. Ni siquiera dio muestras de haberlo oído.

—¡Vamos, dime qué te pasa! —insistió Cheshire—. ¿Estás molesta porque nadie te sacó a bailar...?

Drina se paró en seco y lo miró con ojos furiosos.

—¡Si ibas a sacar a bailar a alguien, debió de haber sido a mí, estúpido!

Oh, así que era eso. Cheshire pensó que nadie se había dado cuenta, pero a Drina se le escapaban pocas cosas.

—Bueno, lo siento —dijo, rascándose la nuca y tratando de verse apropiadamente compungido—. La próxima vez...

—¡No, no es justo! —gritó Drina, dando una patada en el suelo—. ¡Estás enamorado de ella y no se suponía que fuera así!

Se le quebró la voz y se echó a llorar con furia. Cheshire se quedó desconcertado y miró alrededor, pero toda su familia ya se había adelantado a ellos, así que no había nadie que pudiera auxiliarlo.

Pero este no era como los berrinches normales de Drina. Lloraba como si alguien hubiera muerto y cuando Cheshire trató de abrazarla, lo apartó de un empujón.

—Drina, no entiendo —admitió Cheshire al fin—. Yo no... no elegí conocer a Claudia ni...

—¡Pero se suponía que te casaras conmigo!

El cuento del cuentacuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora