Cap. 18 - Cambios

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Sara tuvo a su bebé dos semanas después de lo que la gente en Hamelin empezó a llamar "el incidente". Claudia estuvo allí, junto con Serafina, Miriam y Jana. Le pusieron más y más almohadas en la espalda para que estuviera cómoda, le limpiaron la frente con un trapo húmedo y sostuvieron su mano mientras ella gritaba y se retorcía con cada contracción.

El curandero Brahan pasó a la mañana y le echó una mirada por debajo del camisón. Si lo hubiera hecho cualquier otro hombre, Claudia se hubiera sentido mortificada.

—Faltan unas horas —dijo con tono frío, como si Sara no se estuviera retorciendo frente a sus ojos—. Así que iré a ver a otros pacientes y regresaré luego.

—¿Cómo podemos hacer que esté más cómoda? —quiso saber Miriam, mirándola con cierto temor—. ¿Hay algo que podamos darle...?

—¡Nada para el dolor! —les advirtió Brahan—. Necesito saber cada cuánto llegan las contracciones.

Pero no se molestó en quedarse para averiguarlo, sino que se marchó de inmediato, prometiendo volver a la noche. Sus parientes se quedaron con ella, tratando de aliviarla todo lo posible. Al cabo de un rato, sin embargo, Miriam se excusó y se marchó. Serafina le echó una mirada a Claudia y luego indicó hacia la puerta con un movimiento de cabeza.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Claudia, tras seguirla afuera.

—¿Eh? —Miriam sacudió la cabeza, como si hubiera estado tan perdida en sus pensamientos que no supiera muy bien qué decir ahora—. Sí, estoy bien. Lo siento. Estoy... he estado un poco mareada estos días...

Sus manos cayeron disimuladamente hacia su estómago y Claudia lo comprendió de inmediato.

—¿Tan pronto? —preguntó, parpadeando con sorpresa.

—No estoy segura todavía —dijo Miriam, sonrojándose—. Por favor, no le digas a mamá.

Y no era de extrañar. Claudia no entendía demasiado de cómo ocurrían estas cosas, salvo por lo que su madre les había dicho, pero sí sabía que para que Miriam estuviera encinta tan pronto, debía de haber ocurrido antes de la boda.

No iba a humillar a su hermana preguntándoselo, por supuesto.

—Está bien. De todos modos, es mejor que dejemos pasar un tiempo.

Miriam suspiró aliviada, pero luego alzó la vista hacia ella y Claudia se preparó para lo que sabía que iba a preguntar.

—¿Y tú? ¿Cómo estás?

Claudia se encogió de hombros.

—Como siempre. ¿Por qué?

—Mamá dice que has estado teniendo pesadillas.

Claudia apretó los labios. No sabía que su madre y su hermana hubieran estado hablando de ella a sus espaldas y no estaba segura de que le gustara.

Sobre todo, porque era verdad. No había conseguido dormir una noche entera desde que su padre llegara a casa pálido y con las noticias de lo que había ocurrido en el campamento de los zainos. Los rumores y las historias que corrían de boca en boca y que Claudia escuchó después le dieron la pauta de que su padre había suavizado la historia y omitido los peores detalles.

Decían que los zainos atacaron primero, que intentaron apuñalar al capataz Xavier (y era verdad que por un par de semanas, el hombre anduvo con vendas alrededor del hombro y un brazo reposando en un pañuelo). Que la pelea fue inevitable, y que la mujer más vieja, a la que habían señalado como Bruja junto con el flautista, empezó a hablar en una lengua desconocida. Que temieron que les estuviera echando una maldición. En la pelea que se desató, no hubo forma de saber quién había matado a quien.

El cuento del cuentacuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora