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Capítulo 4:

Respiró encantada el aire puro de esa hermosa tarde de primavera y extendió los brazos intentando capturar todo el calor del radiante sol sobre su cabeza. A sus fosas nasales llegaba el delicioso olor de los lirios floreciendo y de los rosales. A sus oídos el maravilloso canto de las golondrinas y los ruiseñores. Aquella época del año, aquel lugar en concreto, era una delicia para todos los sentidos. Incluido el gusto ya que sabía de muy buena tinta que había unas deliciosas moras y frambuesas no muy lejos de allí. Sin duda era un día magnífico.

Adoraba montar a caballo por su hacienda. Tenía que hacerlo sobre Lily, una encantadora yegua blanca que volvía loco a Pegasso. No podía permitir que nadie la viera con el mismo caballo sobre el que cabalgaba el caballero del crepúsculo. Se reacomodó sobre la silla de montar y apretó las rodillas en los flancos del animal para incitarlo a cabalgar. Con las riendas la instó a ir más y más de prisa. Hacía tanto tiempo que no salía a dar un paseo por su hacienda que casi había olvidado lo placentero que resultaba. Su marido se lo había prohibido en vida, alegando que se trataba de una actividad poco femenina. ¡Qué sabría él! Le había avergonzado tener que ocultar el pequeño detalle de que su marido no sabía montar a caballo. Hubiera sido el hazmerreír de toda la alta sociedad.

Lily saltó sobre unos matorrales y se dirigió hacia el río que atravesaba su hacienda para bordearlo. Las aguas se veían cristalinas y lo bastante profundas como para cubrirle hasta la cintura. Tal vez se diera un baño en una de esas tardes calurosas. Nadie osaría espiarla en su hacienda privada, estaba prohibido el acceso. De hecho, quizá se lo diera en ese momento si el agua no estaba demasiado fría.

- ¡So, Lily!

El animal fue ralentizando su avance al mismo tiempo que ella iba tirando de las riendas suavemente hasta detenerse junto al río. Kagome se bajó de un salto, le dio unas cuantas caricias en el lomo y la llevó consigo hacia el río. Primero le daría de beber a Lily.

- Bebe cuanto quieras, campeona.

La yegua se animó por sus palabras y se inclinó para obedecer a su ama. Mientras tanto, Kagome se quitó las botas de montar y se subió los pantalones hasta las rodillas. Tímidamente se acercó a la orilla y metió uno de sus pies. El agua estaba deliciosa. Ni fría, ni caliente. Estaba templada y la tentaba a sumergirse. Metió el otro pie dentro del agua y gimió de puro placer. Después de tantos años de horrible matrimonio, por fin podía disfrutar de los pequeños placeres de la vida.

Sonrió para sí misma y recordó su última reunión en la asociación esa misma mañana. Les habló de Sarah Grimké, tal y como había prometido. Ella fue la primera mujer en discutir públicamente sobre la igualdad entre hombres y mujeres y, además, participó en las discusiones sobre la esclavitud. Esa mujer seguía viva y vivía en América, su lugar de nacimiento. Eso emocionó a muchas de las mujeres de la asociación que hasta llegaron a proponer un viaje a América para conocerla. Ella misma estaría dispuesta a pagarles el viaje si hacía falta, pero, probablemente, nunca sería posible. Si se iban, sus maridos no les permitirían volver nunca.

Suspiró pesadamente y la idea que anteriormente rondó por su cabeza volvió. Podría darse un rápido chapuzón y, además, eso la ayudaría a relajarse. Esa noche tenía que salir como caballero del crepúsculo.

Se llevó las manos a su holgada camisa blanca de hombre y comenzó a desabrochar los botones, enseñando poco a poco su desnudo torso. Estaba tan concentrada en la tarea que no se percató de que se acercaba un jinete al galope a su espalda hasta que estaba a punto de quitarse la camisa. Agarró violentamente las dos partes sueltas de su camisa y se abrazó para taparse. No le hizo falta volverse para saber quién estaba ahí.

ɛʟ ƈǟɮǟʟʟɛʀօ ɖɛʟ ƈʀɛքúֆƈʊʟօ |•INUYASHA•|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora