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Nunca me importó ser amable, o gentil con las personas, nunca intente encajar. Sencillamente, porque nunca lo consideré en absoluto, y, sin embargo, aquel entrometido chico de ojos azules, comenzó a hablarme más, mirarme más, buscarme más. Aquello me estaba haciendo cambiar, de alguna manera incomprensible para mí. No sé cómo explicarlo, es una sensación extraña qué nunca he sentido, pero... Tampoco quiero que desaparezca. 

  Cuando por fin pude ir a la escuela, después de enfermarme, él se encontraba ahí sentado en Ciencias, mirándome, ¡mirándome con esos ojos tan vivos! Sus ojos son todo lo contrario de los míos: totalmente expresivos. 

    —Annie, me alegra verte—sonrió.

    Inconscientemente, levante mi brazo izquierdo para saludarlo. Cruce a su lado, y me senté en el pupitre de atrás, ahí él se giró enseguida y me miro, yo desvié la vista de alguna forma, estaba incomodándome.

    —Annie, ¡ten!—Me dio un cuadernillo. 

 Era el mismo juego, que me dio aquella vez, qué me quede dormida, lo había olvidado por completo, no escribí nada, es más, ni siquiera lo traje. Lo tomé con cuidado y volví a mirarlo, él esperaba, pero yo tenía todavía los ojos más abiertos por la expresión de no saber si mentir o decir la verdad. ¿Mentir?

    —Lo siento, no pude escribir—confesé y lo anoté en mi cuaderno que se encontraba sobre la mesa. 

    —Oh, tranquila, a mí me alegra verte—, titubeo—y sus rostro cambio, para girarse de nuevo. 

 Aquel acto me pareció, sumamente extraño. Y sin más, la clase siguió su curso. 

Hay personas, con pintura común, otras satinadas, otras brillantes, pero de vez en cunado, ves una de ellas incandescente

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Hay personas, con pintura común, otras satinadas, otras brillantes, pero de vez en cunado, ves una de ellas incandescente. Cuando la ves, nada se le compara. Mi padre una vez me dijo esas palabras, pero nunca le tome importancia hasta ahora. ¿Qué significaba eso exactamente?, incandescente?¿Armin, podría ser una de ellas?

 Mi hermano Reiner y yo, no habíamos confiado en nadie, desde qué llegamos a Londres, mi padre tuvo qué dejarnos ir... Y con mucha dificultad Hitch, se ganó mi confianza, de alguna manera, aquella bocona y quejumbrosa habladora, era mi mejor amiga.  Pero seguía pensando, en quizás solo, solo quizás, confiar en él, tan solo un poco. Fui a mi pequeño maletín negro, y saqué aquel cuadernillo azul, con hojas realmente blancas, y ahí leí la primera página: 

                                                                                                                             Hola Annie:

Seguro esto te parece estúpido, o quizás no, no lo se, ojalá pudiera leerte mejor, tan sólo poder descifrar esos ojos tan perdidos. Pero para eso, es este cuadernillo, aquí podremos conocernos. 

 Sábado: 

 Me levanté para ir hacer ejercicio, pase por la avenida Cavenish Avennue, por la cafetería de Hamburgo. Corrí tanto, qué al llegar a casa, mi ropa se mojó con tanto sudor, lo sé que asco (ignora esto), no se verá muy bien si lo rayo, ¿verdad? Salí con mi amigo Marco, él es un buen maestro de Matemáticas, soy muy malo ahí, y bueno igual me ayuda Mina, otra chica muy inteligente, pero a ella la veo algunos sábados, y entre semana. 

 Seguí practicando mis clases de guitarra después, ya estoy dominando por completo cada una de las cuerdas: do-re-mi... Ya sabes. Pienso de una nueva canción, me gustaría qué la escucharás, sé que serías franca, para decirme la verdad. 

 Oh, Annie, creo qué es todo por ahora, por cierto... Cuando te escuché esa vez, fue la voz más dulce qué jamás había conocido. 

Descansa.

   Aquella sensación extraña, volvió a resbalarse por mi estomago, ¿por qué no entiendo qué es?, aquel sentimiento, me hacía querer pedirle qué me salve de mi miedo, pero, no puedo. Nadie me salvará, y sólo tengo qué dejarlo pasar. 

 Seguí leyendo mi libro de la Metamorfosis, —para distraerme—tenía qué hacer un ensayo. Ahí, escuche la puerta, mi hermano al fin había llegado. 

     —¡Annie! ¡Ya, llegue!—Gritó, desde la sala. 

  Dejé mi libro a un lado de inmediato, salí al pasillo para seguir a la pequeña sala de estar. 

    —No grites tanto—le respondí. 

 Tenía aquel traje gris, con el qué se veía tan presentable, siempre todo un hombre de bien. 

      —Vamos, el viernes a los bolos; hace mucho no salimos, y temo qué nunca quieras salir de aquí—se frotó la barbilla.

     —Salgo con Hitch los miércoles—me defendí. 

     —Pero a su casa, es lo mismo que estar aquí, ¿lo sabías?—Fue a la cocina, prendió la tetera—solamente, trata de vencer... Aquello Annie.

     —Cállate—dije sin pensarlo. 

    Él asintió con un suave suspiro, ambos entendimos que todavía ni siquiera estaba lista para hablar, hablar de lo que me sucedía. Reiner, lo respetó, volvió a seguir preparando sus cosas para cenar... Y nos quedamos en silencio, un silencio desgarrador. Mi hermano lo ha sacrificado todo por mí, y mi miedo, mi trauma, me impide hacer, decir, ¡tanto! Ojalá pudiera solo eliminarlo de mi cabeza, y vivir como una joven normal.   



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Él soñador y la chica de la mirada vacía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora