Veía las horas pasar, cada que una se iba, me sentía cada vez más insignificante. Lo desiertas que estaban las calles ese día, era totalmente inusual; lo silenciosa que era la ciudad, me causaba paz y al mismo tiempo escalofríos. Me sentía sola y reprimida, la necesidad de poder volar me carcomía el alma e inundaba mis ojos y mis pensamientos.
El vacío hambriento del fondo de mi pecho, hacía los minutos insoportables y los límites me derrumbaban.
Qué débil me sentía, casi sin esperanza de que ese día la luz volviese a encender mi piel. La seguridad y confianza ya no predominaban en mí, ni siquiera recordaba su sabor, que pretendía fuese eterno.
Así fue como me pregunté una vez más el sentido de luchar.
Así fue como recordé de nuevo el sabor del dolor, la sensación del vacío.
Así fue como llegué a la conclusión de que TODO es efímero.