Galletas

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Cuando entro a la habitación, ella está parcialmente recostada, pero tiene los brazos cruzados sobre el pecho y mira hacia la pared, con el entrecejo arrugado. Pose clásica de combate. Está buscando pelea.

—¿Ahora que hice? —pregunto mientras me desanudo la corbata.
—Sabes perfectamente lo que hiciste, Xiao-Lang Li. —responde cortante.

Ha dicho mi nombre completo, estoy en problemas.

—Lamento que te enteraras así, es sólo una amiga y no significa nada.
—¡TARADO! —espeta y me lanza una almohada a la cara mientras yo me río a carcajadas—. ¡Estoy cansada de tus tonterías y de que seas tan desconsiderado! ¡No voy a hablar contigo!
—¿No vamos a hablar? —La provoco mientras me quito la ropa y preparo mi pijama. Ella sólo niega con la cabeza sin mirarme—. Ninguno va a hablar entonces. —reitero mientras tomo mi lugar en la cama, ella vuelve a negar sin decir nada—. ¡Que se muera el que hable entonces!
—Sí.
—¡Ah! ¡Te vas a morir! —Como parte del colectivo masculino, los aconsejo. No bromeen con su esposa enojada. No se va a reír. El comediante en mí tuvo que pagar por la impertinencia— ¿Todo este drama es por las galletas?
—¡Eres insoportable! —Y me da la espalda. Entonces acerté. Por favor, sólo me las comí. En mi defensa, no había nada más para desayunar esta mañana.

Al darme la espalda se descubre de las sábanas. Y entonces es donde la escena se vuelve irreal. Su pijama está compuesto sólo por la diminuta blusa y sus pantaletas blancas con rosa, y yo no puedo más que tragar pesado y poner cara de idiota. No digo nada, pero... ¡diablos! ¿Es que esta mujer siempre fue así de atractiva...? No sé si es la distancia o la posición, pero... tal como dice la expresión angla... damn, that ass!

Me revuelvo en mi lugar por unos minutos, no escucho sus ronquidos, así que no está dormida... normalmente la abrazo por la cintura para dormir, pero hoy eso no se siente adecuado... no cuando mis pensamientos están en otro lugar. Inevitablemente comienzo a acariciar sus glúteos y sus muslos... su piel es demasiado suave y tibia. Siento que tiembla un poco, pero está comprometida con no dirigirme la palabra, cosa que agradezco, porque si me pone el pan sobre la mesa y no me deja comérmelo voy a estar furioso.

Mis manos comienzan a ser un poco más agresivas, y es que con tanta piel expuesta y de forma tan sugerente no hay de otra, no puedo pensar en otra cosa que acariciar, amasar y apretar. Ella suspira, pero no habla, y eso me da a mí la pauta... y mientras beso la parte baja de su columna, dos de mis traviesos dedos se deslizan en ella, comprobando gracias a su humedad que no soy el único con inquietudes, y me alegro, la erección que tengo va a romper mi pijama de un momento a otro... pero no quiero llegar a eso de inmediato, quiero provocarla aún más, quiero que sufra con su tonto afán de silencio, quiero que padezca la indiferencia que me está infringiendo.

No hay tiempo para retirar su ropa, así que la rompo, ante lo que ella respinga, pero no habla. ¿Así quiere jugar, señora Li? Bien por usted...

Abro ese par de carnosos bollos y sumerjo el rostro en ellos sin prevención y contemplación. Ella muerde la almohada tratando de mantener la compostura, yo, mientras tanto, recorro con salvajismo todo lo que está en mi camino, tocó, muerdo, lamo y succiono todo sin contemplaciones. Debe decir o hacer algo, debe suplicar que me detenga o que continúe... a quien engaño, voy a continuar de todas maneras, y ella tiene que decir algo al respecto...

Ignoro cuántos minutos pasaron, pero el indicador para cambiar de estrategia fue el dolor de lengua que para ese momento ya experimentaba. Sé que está lista, aunque sería más justo decir que está menesterosa, porque cuando me separo, es ella quien se abre, ofreciéndome sus placeres aún sin hablarme.

Estoy molesto, igual que ella, y ella quiere una catarsis fuerte, y por mi vida que se la daré.

Sin mayores miramientos arremeto con una embestida fuerte y directa, tanto que el lúbrico sonido resultante apaga el pujido que ella da en su afán de mantener el silencio. Está luchando con tanta voluntad que no puedo dejar de admirar su entereza. Su cuerpecito, menudo, delicado, perfecto, es víctima de mi sadismo, resiste con gracia mi ataque, me devora y aprieta amenazándome con quitarme la posibilidad de moverme en una de tantas estocadas, y ella se aferra a la almohada que abrazó, la muerde, creo que la va a romper a mano desnuda.

Me muevo colando mis rodillas bajo su cuerpo, llegando más profundo dentro de ella, y finalmente la derroto.

—Más... ¡Más! ¡MÁS!

Se viene espectacularmente, grita mi nombre empujando sus caderas contra las mías, y cuando siento que finalmente ha concluido, me retiro un poco alcanzando mi propio cielo, haciendo un desastre sobre su trasero.

Dejo salir un par de suspiros roncos y potentes, sólo dándome cuenta entonces que mi frente, cuello y pecho están empapados en sudor, y después de contemplar el campo de batalla con cierto nivel de perverso orgullo, gateo hasta el buró buscando pañuelos desechables.

La aseo con dulzura, en tanto que ella trata de recomponer su respiración, y me quedo sentado sobre la cama, esperando a que haga algo.

Unos minutos después me encara. Su rostro muestra molestia, pero el brillo en sus ojos no puede engañarme, está muy, muy contenta. Sin dejar que haga otro reproche por mi osadía de la mañana, me estiro hasta mi saco, obteniendo de él un paquete fresco de sus galletas favoritas, y se lo exhibo.

Ella lo mira, fingiendo enfado.

Finalmente me lo arrebata y lo abre, comiendo una de ellas.

—De acuerdo. Te perdono —me dice perdiendo la lucha contra la sonrisa que desde varios minutos antes amenazaba con iluminar su rostro.
—¿Me das una?
—Olvídalo.

Galletas.

Fin.

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Escrito por Pepsipez.

Reto Fictober 2019 - Colaboración.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora