2. Hoy vas a entender eso

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No me tientes, que si nos tentamos no nos podremos olvidar. –Mario Benedetti

Término de subir la cremallera del vestido, me paro frente al espejo y sonrió. Estoy orgullosa de lo guapa que me veo. El vestido acentúa perfectamente mis cueros, solo se ve como una capa más, no deja nada a la imaginación.

Es casi hora de irme, los transportes de mi señor son más que puntuales. Camino directo al elevador sobre el noveno piso del edificio. Los ventanales dejar ver la juventud de la noche, llena de vida en la gran ciudad, pareciera que nunca se duerme acá. En el tercer piso se detiene y al abrir las puertas entra un vecino adonis que no había visto por acá, pero me parece tan familiar, difícil de explicar. Una energía afable vibra entre nosotros. Alto, con unos labios delgados, ojos olivo y la sombra de una barba recién podada. Se nota que va al gimnasio y tiene buena dieta. Una camisa de algodón azul marino y blanco cubre los pectorales que resaltan sobre su torso, los jeans de lona gruesa que presionan su bulto hacen que muerda mi labio y él sonríe coquetamente. Se apoya en el fondo del elevador, yo mantengo mi mirada firme, en la prominencia que hay en su pantalón, no pienso acostarme con él solo por verlo, pero de verdad me atrae conocer cómo será este tipo despojado de sus prendas al pie de la cama. Las puertas se cierran y rápidamente llegamos a la planta baja, al salir ambos topamos con la prisa y yo me pongo inquieta.

—Discúlpame, adelante por favor. —contesta y pone su mano enfrente de mí en señal de que continúe. Que interesante y conocida voz.

—Muchas gracias. —le respondo de forma sensual mientras pasó y lo veo a los ojos.

—No hay de qué, que se divierta en su fiesta. —dice mientras dirige su mirada a mi trasero.

—Lo haré. —le respondo y empiezo a caminar.

Salgo por la puerta principal del edificio, la calle se ilumina por tantos coches en ella. Las grandes letras del edificio brillan. Veo el auto negro con los vidrios oscuros que se parquea frente a mí. Un hombre se bajá del lado de piloto y rodea el auto. Camina hacia la puerta trasera y la abre. —¿Señorita Morrison? —dice el caballero, algo mayor, el grisáceo de su cabello delata su experiencia y el cómo los años han pasado sobre él. Es algo que viene con la sabiduría, se delata si te ha tocado gozar o sufrir por conocer más sobre la vida. Es injusto que mientras más aprendes a vivir, menos tiempo tienes para existir. La gran ironía.

—Buenas noches —le respondo mientras subo al auto. —Gracias. —el cierra la puerta, se sube al asiento del piloto y empieza a conducir. Mientras toma la siguiente calle, saco de nuevo mi celular y decido enviarle un mensaje a Colín.

Barbara, 7:09 PM: Ya voy en camino, te veo allá. Y si, voy más que deseable.

Colín, 7:13 PM: No puedo esperar a verte.

Barbara, 7:17 PM: Creo que debería llegar tarde para hacerte sufrir un poco nada más.

Colín, 7:21 PM: No entiendo por qué te gusta fastidiarme...

Barbara, 7:23 PM: Solo es algo que disfruto.

Puesto que la conversación no continúo me propongo a disfrutar del camino a la fiesta y medito, ¿en qué momento se encendió el interruptor de planear como estar y no disfrutar? Me refiero a que por un momento deje de sentir y comencé a proyectar cómo debería actuar en toda la velada intentando predecir cada movimiento de Colín. Como debo responder, ver, reír, cada acción que venga de él y no dejar que vea como me hace sentir. Increíble que la toxicidad se viva estando a su lado, o lejos, pero en la misma intensidad. No sé si podré perdonarme algún día el haberme permitido dejar de ser para mí y estar para él.

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