3. Tú, eres mía

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Al final sólo se tiene lo que se ha dado... – Inés del Alma Mía, Isabel Allende

Me arrepiento de mis impulsos. Se quita el saco y lo tira en una silla que esta al costado. Toma su corbata y desata el nudo lentamente, la saca por encima de su cabeza y la tira al suelo. Para esto, yo ya he sentido que mi corazón sale de mi pecho unas diez veces. Siento miedo, creo. No miedo porque me lastime, sino porque sé que me gustará lo que viene.

—No sabes en que problema estas; —dice perversamente, mis piernas tiemblan y mi corazón se acelera —Nunca debiste haberte comportado de esa manera. —Me levanto de la cama y dispongo a irme.

—Colín déjame ir ya. —le digo asustada pero seria. Él toma mis manos, me empuja brusca y sensualmente a la cama. Apenas puedo tragar saliva, tengo tanto miedo. Toma mi barbilla y acerca su boca a la mía, casi besándonos.

—Tú me perteneces. —dice con voz de autoridad, besa mi boca y yo me resisto, pero me toma por la fuerza. Intentó empujarlo, sin embargo, es imposible, toma mis manos y las coloca en la cama. Yo sigo moviendo la cabeza en señal de negación, cuando por dentro me estoy muriendo por dejarme llevar. No puedo soportarlo más, intentó ser fuerte. De pronto aleja su boca, me mira a los ojos, suelta las manos y pregunta:

—¿Te quieres ir? —con inocencia. Yo no respondo, sólo respiró agitadamente. —Responde; —me dice con suavidad. —por qué si eso quieres, no voy a impedirlo. —y se aleja en señal de que me da libertad. Yo ni siquiera lo pienso, me levanto de la cama y me lanzo sobre él. Empiezo a besarlo apasionadamente, a devorarlo y lucho por quitar su camisa con prisa, como si fuera ahora o nunca. Ni siquiera me permito respirar entre los ósculos, apenas logramos tomar bocanas de aire.

—Yo te pertenezco, hazme tuya por favor. —le suplicó y puedo notar en sus ojos la satisfacción de haber ganado la batalla. De nuevo. Mientras yo en mi cabeza sólo pienso, maldita sea que débil eres.

Él toma mis manos y las coloca encima de mi cabeza. Me acuesta en la cama de manera grosera, tirándome de golpe, pero lo que siento ya no es temor, ahora es fruición. Empieza a besar mi boca suavemente, tira de mi labio y pasa a mi cuello y pecho. Yo sólo puedo gimotear. Dejar salir el grito de la vida de mi cuerpo deseoso.

Mientras regresa a mi boca sigo quitando su camisa, y él la retira de golpe de su cuerpo. Puedo ver sus músculos, su pecho definido, su abdomen marcado, sus entradas que dirigen a su bulto. Amo los pequeños vellos que tiene en su pecho y bajo su ombligo. Ese pequeño caminito a la felicidad. El sigue besándome y baja el vestido de mi pecho, haciendo que mis senos salgan liberados; los aprieta y me besa más profundo, juega con su lengua en mi boca. Yo intento hacerlo, pero la toma con los labios y succiona con fuerza. Él sabe que eso me provoca muchísimo más. Baja el cierre del vestido, tira de él y me desviste en un desdén. Me quedo simplemente en bragas, unas sexys bragas de algodón negro.

Baja sus manos por mi cintura y toma mi ropa interior por los lados, las jala hacia arriba con suavidad, permitiendo que la tela se enrede entre mis glúteos; chupa su labio. Nuestras miradas se cruzan por un segundo, uno que se siente eterno. Puedo ver la pasión de sus ojos, sonríe. Vuelve a mi boca, mi barbilla, mi cuello. Llega a mis senos, besa, succiona mis pezones endurecidos y deseosos. Luego pasa la lengua desde el medio de mi pecho hasta mi ombligo y besa suavemente mi vientre. Toma entre sus dientes mis bragas, las retira bruscamente y huele.

—Julianne, amo este olor. —dice mientras inhala de nuevo. Pasa su lengua sobre mi clítoris y hace que mi cabeza caiga hacia atrás; levanto mi pelvis en señal de más.

—Por favor. —le suplicó. Se hinca en el suelo y jala mi cuerpo hacia él, levanta mis rodillas y me sostiene la pelvis con las manos. Huele de nuevo y besa, suavemente. Yo me muevo y gimo, me está torturando.

Mi TurnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora