9. Ceguera

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La temporada de otoño estaba por llegar de la mano de una gran sorpresa; en Broadway todos los espectaculares centelleaban anunciando diversos estrenos, pero aquél en que el mundo tenía los ojos puestos, era justamente el de la compañía Stratford y el personaje del momento era justo él; Terrence Grandchester.

Terry, en una nueva faceta. Terry, no solo como actor, sino también como director.

Los boletos estaban agotados para las primeras dos semanas de la puesta en escena. Parecía algo insólito; pero solo era la sombra del morbo que aún generaba. Sí; los periódicos aún hacían festines con su nombre.

Cada vez que se le veía aparentaba que ya no le importaba nada, quizá finalmente lo había superado, posiblemente prefería ignorar o tal vez simplemente fingía. Eso sólo él lo sabía.

Sentado dentro de su camerino, el joven observaba su imagen plasmada en el póster del próximo estreno. Por alguna razón no lograba reconocerse y, sin embargo, al mismo tiempo, de su mente no podía apartar el recuerdo de Candy, en aquella lejana época, preguntando el porqué del cambio de Susana a Karen para Julieta.

Con fastidio apartó el rótulo y salió rumbo a la azotea con la única intención de despejar la mente con ayuda de un cigarrillo. Realmente lo necesitaba.

El verano aún no terminaba y gracias a la reciente lluvia, el calor era insoportable, por lo que solo se quedó con un pantalón y la camisa del vestuario.

Se debatía. Lo cierto es que ese recuerdo se había tornado en todo un trauma y, lo peor, es que no podía dejar de pensar en ello.

¿Acaso jamás sacaría a Susana de su vida?

Ni estando muerta podía liberarse de ella.

¿Y Candy?

La realidad es que había sido ella quién lo abandonó, ni siquiera fue capaz de acceder a una charla con él; fue un trato entre ellas y él lo supo con solo una mirada, simplemente decidió el destino de ambos y actuó sin preguntarle su opinión al respecto, sin darle tiempo para asimilar todo lo que estaba ocurriendo.

Entonces; ¿Qué buscaba ahora?

¿Acaso creía que con unas cuantas cartas recuperaría lo perdido?

Deseaba, con toda el alma, que esa indecisa pecosa estuviera frente a él, para poder mandarla al diablo en su propia cara, tal como ella había hecho en el pasado.

•••

A Candy le habría gustado poder decir que la noche anterior había sido única; pero la realidad es que no le pareció tan distinta a las demás.

Sí; su esposo se había mostrado realmente feliz, pero ella había esperado algo más, ella había imaginado que después de la sorpresa le haría el amor, la abrazaría toda la noche, por la mañana la despertaría de alguna forma especial y quizá volverían a amarse. Pero no. El solo acarició su vientre, le había dado un beso, un abrazo, y después de informarse sobre todo lo que necesitaba saber del embarazo, un "hasta mañana" fue lo único que le dijo, antes de que le diera la espalda por el resto de la noche.

Le había costado conciliar el sueño y cuando al fin despertó, estaba sola. Lo único que encontró fue una nota de Terry, en la cual le avisaba que volvería a llegar tarde y dónde le deseaba que tuviera un almuerzo agradable con Albert.

No era tan tarde. Desde niña estaba acostumbrada a madrugar, pero se había quedado dormida.

Tuvo tiempo para alistarse con calma, incluso había comido algo de fruta para no tener el estómago vacío mientras esperaba a que el empresario pasará por ella.

A las diez de la mañana llegó el rubio, quién la llevó hasta algún restaurante en la quinta avenida. A lo largo del trayecto hablaron sólo nimiedades. Pero una vez ordenaron, la charla cambió.

—Candy; dime qué sucede —pidió con calma—. Esta vez Terry no nos interrumpirá.

Pensativa, la chica no atinaba a que decir. La noche anterior le había costado demasiado para comenzar a abrir su corazón. Es cierto que años atrás ambos habían prometido contarse todo; pero él había sido el primero en romper esa promesa. Sin embargo, necesitaba un consejo y más aún, deseaba descargar el peso que guardaba en su corazón.

—Terry y yo... —comenzó con dificultad—. Lo que pasa es que... es que estoy embarazada —de pronto, cambió de opinión sorprendiendo a Albert.

—¿Estás hablando en serio? —cualquier otro tema quedaba atrás después de tal declaración.

—No te había mencionado nada, porque justo ayer confirmé la noticia. Y además, Terry merecía saber antes que tú.

Con ese cambió de tema, la rubia también olvidó aquello que pensaba averiguar respecto a su marido.

La sonrisa de la rubia era realmente espléndida; cualquiera pensaría que su vida era miel sobre hojuelas y al ver a su galante acompañante, seguramente asegurarían que se trataba de su esposo.

La sonrisa del rubio se detuvo repentinamente, mientras ella seguía contándole acerca de su felicidad.

—¿Y Terry? ¿Cómo reaccionó a la noticia? —Candy no pudo evitar vacilar con aquella pregunta, aunque no tardó en recuperarse y volver a sonreír.

—No fue como esperaba —aceptó—. Pero está muy ilusionado y feliz por ser papá. Anoche ya no sabía cómo hacer para que dejará de besarme la barriga —exageró un poco.

—Me alegra mucho escucharlo —la sinceridad de esas palabras hirieron a la rubia, mientras que su añorado protector prefería confiar en ella, a pesar de todo.

De un momento a otro, gracias a sus propias palabras, cualquier apoyo que Albert pudo haberle otorgado, quedaba en el olvido.

Por supuesto, lo más lamentable era que el noble empresario regresaría a sus propios asuntos, dejando atrás a la aún joven pareja, pero con la esperanza de que cualquier disturbio podría ser bien resuelto, con amor y sensatez, por aquel par de rebeldes enamorados.

•••

Ni siquiera las luces de los espectaculares iluminaban a su atormentada alma. Sentía como si a pesar de todo el trabajo y el esfuerzo, nada fuera suficiente. De no ser por los instantes de descanso, tendría la mente siempre fija en su objetivo.

Aquella mañana había vuelto a recibir otra carta de Chicago. Tanta insistencia lo tenía realmente fastidiado. Solamente le bastó con ver el remitente, para que, con molestia, la hiciera trizas, sin siquiera abrirla, y la arrojará a la papelera.

El cigarrillo estaba por terminarse entre sus dedos y solo había tomado un par de bocanadas, pero no podía evitarlo al ser presa de sus pensamientos.

Candy, Susana. Susana, Candy...

Ya no tenía caso lamentarse por haber destruido esa carta, nunca tuvo ningún caso. Nunca sabría que le había escrito en aquella ocasión, así como nunca intentó escribir una sola palabra de respuesta, nunca quiso hacerlo, nunca se lo permitió, aunque en alguna ocasión lo pensó e incluso lo intentó...

Sin embargo, en verdad esperaba jamás volver a saber nada de Candy, desde que recibió la primera misiva, eso esperaba. Quizá, solo así, finalmente podría encontrar la paz y el olvido que tanto necesitaba.

Tenía ganas de ir a Chicago, pasar frente a Candy, ir acompañado de una hermosa chica... Y que Candy no le importará en lo más mínimo...

Pero; ¿En verdad podría hacer eso?...

Ni siquiera él podía estar completamente seguro de ello. En esa etapa de su vida no estaba seguro de nada. Y la sensación que le restó luego de romper esa carta, era una pista de aquello que intentaba negarse a sí mismo

••• • •••

Por Ahora, Por un PocoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora