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Por supuesto que el taller de Fëanáro se ubicaría en los barrios fronterizos de la urbe.

Nolofinwë descendió del caballo y giró en el lugar para contemplar la puerta entreabierta del local. Según le explicó Rauko, el príncipe se había negado a usar el taller del palacio, empeñándose en revitalizar su antiguo lugar de trabajo. Su antiguo compañero de estudios también le había comentado que varios jóvenes – y otros no tanto – habían solicitado del Príncipe Heredero que les tomara como discípulos. Ya en el pasado, antes de su desaparición, Fëanáro había contado con un nutrido número de aprendices; pero la mayoría de estos habían elegido continuar bajo la tutela de Mahtan y otros pocos habían abandonado Tirion, yéndose a Tol Eressëa o Alqualondë, donde no le recordaran al Alto Rey la pérdida de su hijo. Por supuesto que todo esto solo lo había conocido Nolofinwë hacía poco tiempo, cuando el pasado de su medio hermano al fin fue un tema del que se podía hablar en voz alta.

El joven entró en el taller. Realmente se arrepentía de haber accedido a encontrarse con Fëanáro tan temprano: a la fatiga del viaje se sumaba ahora la extensa obra de teatro que presenciaran y horas de sueño inquieto. Nolofinwë no podía recordar qué soñara; pero su estómago pesaba con una sensación de impotencia y peligro. ¿Provenía esa tirantez en su vientre de los curiosos lazos que se forjaban entre él y la Bestia? ¿O era solo uno de tantos presentimientos sin sentido que le persiguieran toda su vida?

Una docena de rostros se volteó en su dirección cuando el príncipe traspuso el umbral. Era evidente que la fama de Fëanáro como artesano no había decaído con su ausencia. Nolofinwë se obligó a mantener la pose segura, ignorando los murmullos que su presencia provocó. Algunos de los discípulos hicieron reverencias; pero los más jóvenes se limitaron a mirarle con algo cercano a la mofa: Nolofinwë comprendió entonces que muchos creían que se había marchado de Tirion por despecho.

- ¡Nolvo!

Fëanáro avanzó hacia él desde el fondo del local. En lugar de galas principescas, el heredero de Finwë vestía sencillos pantalones de cuero oscuro y un mandil del mismo material, de cuyos bolsillos asomaban herramientas. Llevaba el cabello recogido en un moño doblado en la nuca y brazales de oro adornando sus brazos. Una camisa oscura, con las mangas arremangadas a la altura del codo, terminaba de componer su atuendo.

- Hermano Curufinwë -, saludó el hijo de Indis con una cortés reverencia.

- Te esperaba -, declaró Fëanáro al llegar frente a él. – Estaba deseando verte.

Nolofinwë tuvo la certeza de que la sangre afluía a su rostro, inexplicablemente. Los ojos plateados del mayor le observaba con intensidad, deteniéndose en su rostro más de lo debido. Nolofinwë tuvo la certeza de que Fëanáro estudiaba sus labios.

- Dijiste que me mostrarías algo -, recordó con un esfuerzo, mentalmente sacudiendo los incómodos pensamientos.

- Sígueme -, ordenó Fëanáro al tiempo que giraba sobre los talones y se dirigía a la parte trasera del taller.

Nolofinwë le siguió, ignorando las miradas curiosas y los fruncimientos de cejas. Su madre tenía razón: debían mostrarle a la gente que no había enemistad en la Casa Real. Por un momento, se preguntó si su padre no escuchaba los rumores, no veía las expresiones de sus súbditos... ¿o sería que Finwë se negaba a prestar atención a esos problemas? Aunque en realidad no existiera tal enemistad entre Fëanáro y él, en algún momento podrían formarse facciones - ¡ya empezaban a formarse, por las faldas verdes de Yavanna! – y en un abrir y cerrar de ojos, la corte noldorin estaría dividida, desgajada. Por más que le pesara la idea, Nolofinwë decidió que tendría que pasar más tiempo con su hermano mayor cuando estuviera en Tirion.

Cuentos de Hadas de la Tierra Media 1 - El Príncipe y el Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora